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México D.F. Viernes 11 de julio de 2003

Emilio Pradilla Cobos

Reflexiones sobre los comicios

En las elecciones del 6 de julio la mayoría de los electores expresó con su abstención su malestar hacia las prácticas de los partidos políticos, así como a la banalidad que mostraron en el proceso.

En el ámbito nacional, los electores que votaron optaron por mantener el equilibrio que imperó en los órganos legislativos durante los tres años anteriores. El gobierno de Fox seguirá teniendo un contrapeso en el Congreso que, si no acuerda con el PRI (Ƒy el PRD?), le dificultará impulsar sus reformas conservadoras; suponemos que el tricolor estará más interesado en la recuperación de la Presidencia en 2006, y a ello subordinará su actuación.

El PRI, agorero del viejo régimen político, se mantuvo como primera fuerza política; el PAN pagó el precio del incumplimiento de las promesas de Fox; el PRD aumentó notoriamente su número de legisladores -su objetivo político real-, pero no superó su límite histórico de votación, ni las metas reiteradas por su dirección, y los pequeños partidos -PVEM, PT y Convergencia- se volvieron minorías legislativas muy cotizadas, por su capacidad de completar mayorías.

Regionalmente, impulsado por su fuerza en la zona metropolitana del valle de México y sobre todo por la que tiene desde 1997 en el Distrito Federal, el PRD se confirma como fuerza electoral competitiva en el centro, con presencia significativa en los estados que gobierna -varios de ellos de poco peso electoral-, y casi inexistente en el centro-norte, norte y algunos estados del sur. En este marco, en las elecciones de gobernadores la competencia fue entre el PRI, que gana cuatro incluyendo Nuevo León, y el PAN, que gana dos; los candidatos del PRD, incluidos los ex priístas conversos, hicieron un muy modesto papel.

En el Distrito Federal, por la misma razón que en el ámbito nacional, el abstencionismo bordeó 50 por ciento del padrón. El PRD, impulsado por la popularidad del jefe de Gobierno y la debilidad de PRI y PAN, casi recupera el porcentaje de votación de 1997, y obtendrá la mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (35 distritos) y 14 de las 16 delegaciones. Más de 40 por ciento de los votantes, la mitad de los electores posibles -aproximadamente 20 por ciento de los electores capitalinos- apoyó la política modernizante, asistencialista, pragmática, autocalificada "de izquierda", de alianzas plurisectoriales diferenciadas, orientada a la popularidad personal del jefe de gobierno capitalino, que es la única política conocida del PRD-DF.

Como la abstención no cuenta en el sistema electoral de la democracia representativa mexicana, Andrés Manuel López Obrador, por medio del partido local que controla, tendrá una cómoda mayoría legislativa que le permitirá pasar sus iniciativas legales y presupuestales sin debate ni oposición significativa. No tendrá contrapeso en la ALDF, aunque hay que señalar que no tenemos ninguna confianza en una oposición conservadora, priísta o panista. Seguramente veremos aprobar iniciativas tan equivocadas como el proyecto de Programa General de Desarrollo Urbano (bando 2), presupuestos orientados a obras viales para autos privados (segundos pisos) o más recursos para el popular y electoralmente rentable asistencialismo focalizado.

El triunfo perredista en 14 delegaciones coloca a su cabeza, en muchos casos, a personajes de baja formación técnica y política, surgidos del esquema clientelar-corporativo de los grupos de interés partidarios y sin propuesta política conocida.

De la conjunción de estos hechos surge la preocupación sobre el futuro de la ciudad de México, que seguirá sometida a la aplicación de políticas y prácticas de esa naturaleza, y a detener los movimientos sociales mediante el clientelismo, la gestoría y las ayudas monetarias selectivas. Ahora, las alianzas estratégicas del jefe de Gobierno con el gran capital tendrán más legitimidad electoral. Nadie dudará que Andrés Manuel López Obrador será precandidato a la Presidencia de México; lo que no está asegurado es que le baste su popularidad y el triunfo electoral en el DF -el odiado centro- para ser candidato y ganar las elecciones federales. En el sistema electoral mexicano, quien obtiene la mayoría en la elección, sin importar el porcentaje de votantes, o logra la mayor minoría, tiene la legalidad para gobernar. Sin embargo, la mayoría obtenida no le da la posesión de la verdad ni garantiza que los resultados de su gestión sean buenos para la ciudad y sus sectores mayoritarios.

El ejemplo de Fox, entre muchos, muestra que la mayoría de electores puede y suele equivocarse. Por ello, no tenemos más remedio que seguir criticando lo criticable del gobierno local, exigiendo una participación social real -no de palabra- en las decisiones fundamentales, y reivindicando la urgente reconstrucción del proyecto urbano, desde la izquierda democrática, antineoliberal y anticapitalista.

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