Jaime Martínez Veloz

Caras largas en Los Pinos

Los resultados de la elección del pasado 6 de julio demuestran que Vicente Fox y su grupo tenían razones de fondo para estar tan desesperados que no titubearon en maniobrar descaradamente buscando favorecer al PAN.

La demagogia de un cambio que no aparece, la repetición de frases empalagosas, la pérdida del recato que explica el uso maniobrero de la propia familia (Ƒcómo olvidar al nonato mostrando con su manecita su foxismo precoz?), la sustitución del tino político por frases de calendario y manual de autoayuda motivacional, la locuacidad que quiere disfrazarse de sencillez, la impericia en la operación política, las ocurrencias como directriz estratégica, la improvisación en las políticas públicas, la facha y el papelazo del gabinetazo, y, en suma, la irresponsabilidad de suponer que puede gobernarse a pesar de carecer de un proyecto nacional, sustituyéndolo con gesticulaciones gerenciales, incrementa sustantivamente el escepticismo social sobre la capacidad gubernativa de Fox y del grupo en el poder.

El gobierno actual ha enriquecido notablemente el catálogo de pifias y el anecdotario costumbrista que legará a la memoria nacional: quince minutos para resolver el conflicto en Chiapas, millón y medio de empleos anuales, 7 por ciento de crecimiento anual de la economía mexicana, cancelación del proyecto del nuevo aeropuerto de la ciudad de México, símil de comedia de equívocos con Fidel Castro y las relaciones con Cuba, incongruencia al declararse en contra de las acciones bélicas para derrocar al régimen de Saddam Hussein y luego apoyar la impunidad de las tropas estadunidenses ante eventuales delitos cometidos al fragor de operaciones de ocupación, son pasajes de persistencia consistente.

Los días previos a la contienda electoral sumarán nuevos elementos en la misma línea: Fox se ufana públicamente de haber logrado una impactante reducción en los índices de pobreza extrema y recibe abrumadoras interpelaciones de reconocidos expertos, el titular del Banco de México afirma que el gobierno federal gasta poco y mal, inversionistas y empresarios sostienen que se gobierna sin una estrategia rectora y el protagonismo escandaloso de la pareja presidencial que sin empacho anuncia sus intenciones de continuidad para 2006, evolucionan en literatura para peluquería de señoras.

El 6 de julio Fox y su gobierno aparecían desconcertados, titubeantes e impotentes hasta la desesperación por la incertidumbre respecto a los resultados electorales y, como se ha visto, tenían razones para preocuparse; la transfusión al PAN de la energía del "bono democrático" y la consulta plebiscitaria fueron decisiones tácticas fincadas en una visión distorsionada de la realidad.

Todavía sin reponerse del todo de la sorpresa de haber tocado circunstancialmente la flauta, desorbitado por haber sido ungido, Fox apostó a que su popularidad amedrentaría al Poder Legislativo, permitiéndole imponer primero su iniciativa de reforma hacendaria y después otras que le permitieran cumplir los compromisos no confesos que hizo como candidato.

Los cálculos de sus asesores empresariales fueron equivocados, por fortuna para el país, y ahora, popularidad en declive y enfrentando una composición legislativa adversa, Fox, sus secretarios y dirigentes partidistas dan un giro de 180 grados y con tono que suena hasta humilde hablan de que éste es el tiempo de la conciliación y el acuerdo político. šEstán irreconocibles!

Pero, a fin de cuentas, a estas alturas del sexenio puede afirmarse que este gobierno está inscrito en una tendencia de evolución que es desfavorable a la satisfacción de los intereses de sus integrantes, lo que genera incertidumbre sobre el futuro nacional.

Es urgente crear las condiciones para un desarrollo político más estable en el que las variables que determinan la gobernabilidad sean más dúctiles y estén sometidas a una evolución prestablecida; los sobresaltos y altibajos no necesariamente favorecen a la democracia.

Urge una nueva reforma electoral que cancele definitivamente las intromisiones gubernamentales, por más encubiertas que sean, en los procesos a todos los niveles; que norme la actuación y funcionamiento de los partidos desde las precandidaturas, que condicione las alianzas a la congruencia con los postulados programáticos de los partidos; que reformule la duración de las campañas y reduzca drásticamente el financiamiento gubernamental que ahora reciben los institutos políticos.

Es tiempo de abrir una rica e intensa discusión nacional sobre las nuevas reglas electorales; sería desastroso para el desarrollo político y la estabilidad interna sostener las actuales o remodelarlas superficialmente.