Los mitos fundadores de Mesoamérica

ENRIQUE FLORESCANO

Los curiosos atraídos desde tiempos remotos por la personalidad carismática de Quetzalcóatl, pensaron que este mito estaba formado por distintas entidades que se fundieron y coagularon a lo largo de los años en un relato de significados múltiples, al que más tarde se llamó mito de Quetzalcóatl. Así, el arqueólogo Pedro Armillas distinguió en este mito seis entidades, que años después uno de sus historiadores más acuciosos, Henry Nicholson, redujo a tres: Ehécatl, el dios creador del cosmos vinculado con la lluvia y la fertilidad; el héroe cultural que otorga a las criaturas humanas los bienes de la civilización; y la figura de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, el fundador del fabuloso reino de Tula.

En las páginas anteriores he revisado las manifestaciones del mito de Quetzalcóatl identificadas por esos y otros autores. Al final de ese recorrido, después de agregar la figura del dios del maíz como matriz y semilla original del mito, aventuro que sus componentes pueden comprimirse en tres metáforas: la metáfora del dios creador y proveedor, la metáfora de Tollan, el reino paradigmático, y la metáfora del gobernante sabio. Según mi interpretación, estas tres metáforas resumen los mitos fundadores de Mesoamérica.

La metáfora es la expresión preferida del lenguaje religioso y poético. Desde tiempo inmemorial la religión fue el medio favorecido por las primeras comunidades humanas para establecer contacto con lo que está más allá de las fronteras de este mundo, con la experiencia tremenda de lo numinoso y fascinante. Se trata de una experiencia que no se ubica en el mundo sensible y por eso no puede describirse en términos reales; sólo puede ser comprendida, como lo propuso Rudolph Otto, a través de la metáfora. Thorkild Jacobsen observa que la metáfora religiosa posee una naturaleza doble: al mismo tiempo que tiene el poder de acercarnos a la comprensión de cosas que no son de este mundo, está radicada en nuestro mundo, es un producto humano, culturalmente condicionado. Por esa doble condición, la metáfora ha sido el conducto idóneo para aproximarnos a la misteriosa sustancia de que están hechos los dioses y, por otra parte, después de continuos asedios, el desciframiento de esas metáforas se reveló un método incisivo para desentrañar las formas ideadas para representar a los dioses.

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Figura 1. Escultura olmeca en
forma de grano de maíz, con la
efigie del dios del maíz. Como
se advierte, está poblada de
símbolos que aluden a esta planta.
En los cuatro extremos de su cara
se ven representaciones del grano
de maíz y de la hendidura de su
cabeza brota una mazorca.
 
Si en las páginas anteriores me esforcé en individualizar los rasgos de los distintos personajes y símbolos que a lo largo del tiempo se integraron en el mito de Quetzalcóatl, en estos dos últimos capítulos propongo explorar la naturaleza de esos símbolos, y tratar de responder una pregunta hasta ahora no aclarada: Ƒpor qué las grandes invenciones agrícolas, políticas y culturales sobre las que se asentó la civilización mesoamericana, se transvasaron en la imagen espléndida del dios del maíz, o en las metáforas del reino maravilloso y el gobernante sabio?

LA METÁFORA DEL DIOS CREADOR Y PADRE PROVIDENTE

Thorkild Jacobsen advirtió que en Mesopotamia el relámpago, la lluvia, la tierra o el sol, se representaron bajo la forma de fuerzas creadoras de la vida. Entre los olmecas, uno de los primeros pueblos americanos que fundaron su existencia en el cultivo de la planta del maíz, las fuerzas de la fertilidad se expresaron bajo la apariencia del grano, la mazorca o la planta (Fig. 1).

Quizá en esos tiempos remotos el nombre del dios olmeca del maíz era el de la semilla o la mazorca, como ocurre con el dios maya del maíz en la época Clásica, cuyo nombre, Jun Nal Ye, quiere decir primera semilla de maíz. Pero esto es sólo una conjetura. Lo que sí podemos afirmar es que el dios olmeca del maíz se representaba mediante el grano o la mazorca, tal como lo muestran algunas de las imágenes reunidas en este libro. Su imagen era una expresión de la potencia reproductora de la planta, una metáfora de la germinación o la fertilidad. Así, el dios olmeca del maíz, al absorber en su imagen las cualidades germinales de la planta, la mazorca o el grano del maíz, se convirtió en una condensación de la fertilidad y las virtudes alimentarias de este cereal; era la expresión sublimada de las fuerzas vitales del reino vegetal. Como se advierte en las representaciones del dios olmeca del maíz (Fig. 2), su imagen se mimetiza en las pulidas piedras de jade, donde brilla con las tonalidades propias del agua y del color verde de las plantas, y su figura resume las nociones de fertilidad, renacimiento, abundancia, riqueza y recreación perenne de la vida.

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Figura 2. Representaciones olmecas del dios del
maíz. La figura de la izquierda es un hacha
ceremonial olmeca con la imagen del dios del
maíz. En la parte superior de la cabeza sobresale
una mazorca flanqueada por las hojas del maíz.
En la figura de la derecha se reproduce un hacha
ceremonial con la cabeza del dios del maíz que
imita la forma del grano. En la frente del dios
cuatro granos de maíz forman su banda frontal.
En la parte superior de la cabeza brota una
mazorca.
 
Frente a esta tradición el numen maya del maíz introdujo un cambio sustantivo. Entre los mayas las fuerzas de la fertilidad se representaron mediante un dios antropomórfico, cuya figura estaba poblada de granos, hojas, mazorcas y plantas de maíz, una imagen que de los mayas a los mexicas representó al numen del maíz. Desde sus apariciones más tempranas, que los últimos descubrimientos sitúan hacia el año 100 d.C., el numen adopta la forma de un joven hermoso, de apariencia casi femenina, vestido con un traje de deslumbrantes cilindros y cuentas de jade (Figs. 3 y 4). En estas imágenes el dios es la expresión plena de la creatividad humana. Su figura antropomórfica y el relato que narra su descenso al interior de la tierra, la lucha contra los dioses del inframundo y el resurgimiento triunfal en la superficie de la tierra, lo definen como un dios que muere y renace cada año; su vida transcurre una parte en el interior oscuro de la tierra y otra, luminosa, en la superficie. Del mismo modo que los dioses de la fertilidad de Mesopotamia o Egipto, que James Frazer dio a conocer en La rama dorada, el dios mesoamericano del maíz muere cada año en el otoño y renace en la primavera.

Como se ha visto antes, en los inicios de la época Clásica las imágenes mayas del dios del maíz se presentan en un estilo eminentemente narrativo. Es probable que los intentos iniciales para relatar las peripecias de la muerte y renacimiento del dios comenzaran con los olmecas y los constructores de Izapa, pues en esas culturas se encontraron testimonios que parecen representar momentos críticos de la saga del dios del maíz (Figs. 5 y 6). Pero con los mayas de la época Clásica la narración de las aventuras del dios y su resurrección gloriosa del inframundo reviste la forma de un género maduro. La escritura grabada en las estelas, los templos y la cerámica contiene episodios de la saga del dios que sugieren la existencia de una literatura antigua, concentrada en narrar su viaje al interior de la tierra y su renacimiento en los campos de cultivo en la primavera. En ninguna otra cultura de Mesoamérica encontramos tal cantidad de imágenes, ni un número tan expresivo de representaciones del dios del maíz.

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Figura 3. Fragmento de una pintura mural encontrada recientemente
en el Petén guatemalteco, donde sobresale la figura de dios de maíz.
Reconstrucción de una pintura mural fechada el año 100 d.C.
 

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Figura 4. Representación de Jun
Nal Ye, el dios maya del maíz,
bajo la apariencia de un joven
de belleza extraordinaria.
Escultura del Templo 22 de Copán.
 
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Figura 5. Los Gemelos Divinos del
Popol Vuh, Junajpú y Xbalanqué,
observan la temible figura de Vucub
Caquiz, el gran pájaro, que desciende
a un árbol de nance, en la Estela 2 de
Izapa.
 
En estos testimonios plásticos el dios del maíz aparece acompañado por un cortejo numeroso, que probablemente eran los personajes que participaban en los festivales consagrados a las fiestas de la siembra y la cosecha del maíz. Quizá en sus orígenes estas ceremonias se realizaban en forma aislada, según su fecha estacional (roturación del suelo, siembra, cosecha), y en el campo de cultivo. Pero en la época Clásica estos festejos aparecen integrados en la gran ceremonia dedicada a la siembra del cereal (equinoccio de primavera), formando los distintos episodios que narraban la muerte y el renacimiento del dios del maíz. Según mi interpretación, este relato se integró al mito cosmogónico de la creación del cosmos cuando se fundaron los reinos en Mesoamérica. Sugiero que el códice fue el texto que unió los distintos episodios de la creación del cosmos y el origen de los reinos en un relato lineal, ordenado por los acontecimientos que narran el nacimiento de la superficie terrestre, el origen de los seres humanos, las plantas cultivadas, el sol y la fundación de los reinos. En esta metanarrativa la saga de la muerte y renacimiento del dios del maíz es uno de los momentos críticos, el episodio que anuncia el descubrimiento de los alimentos terrestres y explica la aparición de los seres humanos.

En las escenas que preceden a la fundación del reino el dios del maíz es el protagonista principal y aparece acompañado por otros dioses y personajes de la época Clásica que prolongan su vida en el Posclásico, como Itzammaaj, el dios del mundo celeste, los dioses del inframundo (Xibalbá), los Gemelos Divinos, Junajpú y Xbalanké, Vucub Caquiz (Siete Guacamaya), los dioses remeros y muchos actores más. La comparación de estos personajes con los que aparecen en el Popol Vuh del período Posclásico, sugiere que en la época Clásica el mito de la muerte y renacimiento del dios del maíz también se representaba teatralmente, bajo la forma de un drama que culminaba con el triunfo del dios del maíz sobre los regentes de Xibalbá.

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Figura 6. La Estela 25 de Izapa muestra otro
episodio de la batalla entre Vucub Caquiz y los
Gemelos Divinos. Aquí, Junajpú contempla el
gran pájaro que le ha arrancado el brazo
izquierdo.
 
Lo cierto es que desde el principio de la época Clásica los mayas reprodujeron la imagen del dios del maíz mediante un dibujo fino y haciendo uso de escorzos, sombreados y perspectivas espaciales que hoy nos siguen asombrando por su belleza e inventiva (Fig. 7). Además de significar el renacimiento de la vida, el dios del maíz es un numen providente, brinda a los seres humanos sustento y amparo. En los mitos mayas que narran el origen del cosmos el numen del maíz se vincula con el dios creador, el Primer Padre, pues es el dios que dona a los seres humanos los bienes de la civilización. La abundancia agrícola, el poblado sedentario y la vida civilizada, son bienes que los mitos relacionan con la presencia bienhechora del dios del maíz. En los años de esplendor de los reinos de la época Clásica (250-600 d.C), los dioses de la fertilidad (Jun Nal Ye y Chak en el territorio maya, o Tláloc y la Diosa de la Cueva en el mundo naua), ocupan los lugares altos del panteón mesoamericano.

LA TRADICIÓN DEL POPOL VUH

Quinientos años más tarde, los mayas de Chichén Itzá continuaron la tradición de pintar en libros la epopeya de la creación del mundo y el origen de los seres humanos heredada de la época Clásica. En los siglos XIII y XIV, los k'iche' que se establecieron en las tierras altas de Guatemala transportaron a esa región la tradición del Popol Vuh. Según esta versión popular de los mitos cosmogónicos de la época Clásica, el dios del maíz y sus hijos, Junajpú y Xbalanké, participan en la creación de una nueva era del mundo, alumbran la presente humanidad y le dan como sustento el grano que asegurará la reproducción de las futuras generaciones en un eslabonamiento sin roturas, semejante a la inmutable revolución cíclica de la naturaleza o de los astros. En el Popol Vuh de los k'iche' o en el Códice de Viena de los mixtecos, el dios del maíz y 9 Viento son los númenes tutelares de esos pueblos, los portadores de la sabiduría y la civilización.

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Figura 7. Vaso maya con figuras humanas representadas con maestría; sobresale el manejo fino
de la línea y el color.
 

Los mexicas heredaron estas creencias de los pueblos agricultores y las hicieron suyas. El Quetzalcóatl mexica, como el Jun Junajpú maya, desciende al inframundo, combate con los dioses de esa región y con astucia e ingenio rescata los huesos de la antigua humanidad, los mezcla con la masa del maíz y da vida a los seres del Quinto Sol. El Quetzalcóatl mexica mantiene así las antiguas cualidades fertilizadoras del dios del maíz y es asimismo el creador de la nueva humanidad, las ciencias, las artes y la sabiduría. Esta asombrosa continuidad del numen del maíz en el imaginario mesoamericano plantea un enigma: ƑCómo se explica que esas diversas culturas, a lo largo de tres mil años, coincidieran en hacer del dios del maíz el progenitor de los seres humanos y el fundador de la vida civilizada? Quizá la presencia longeva del numen del maíz como creador de la humanidad y la civilización debe atribuirse a que en esos siglos el cultivo de la planta y el modo de vida campesino continuaron siendo los sustentos materiales de las aldeas y reinos de Mesoamérica.

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IX-08B

Figura 8. A) Glifo de Tollan en el Códice Boturini. Como se aprecia, del agua
surge un manojo de tules, símbolo de multitud. B) Glifos de Tollan en diferentes
documentos: a. Códice de Viena; b. Códice Ríos; c. Anales de Cuauhtinchan;
4. Códice Tolteca.
 
La domesticación de la planta del maíz fue un acontecimiento de tal manera decisivo en la reproducción de estos pueblos, que desde entonces dedicaron sus mejores talentos a crear artefactos nemotécnicos capaces de imprimir ese conocimiento en la imaginación colectiva e inventaron fórmulas refinadas para transmitir esa herencia de manera continua e imborrable. Los mitos que narran la creación del cosmos, los seres humanos, el maíz y la fundación del reino, son ejemplo de esos artefactos memoriosos que trasladaron de una generación a la siguiente el secreto de la reproducción humana.

Durante los milenios transcurridos entre la aparición de las primeras aldeas agrícolas y la invasión española, los pueblos mesoamericanos ejecutaron los ritos de la preparación de la milpa, la siembra y la cosecha en los tiempos fijados por sus calendarios agrícolas y religiosos, y celebraron la resurrección de sus dioses con ceremonias similares a los de los primeros cultivadores. De esta manera, mediante el lenguaje del rito, el códice, la imagen, los cantos y la manifestación periódica de los dioses en la tierra, esos pueblos reprodujeron la memoria de la domesticación del maíz y sus fechas inapelables de siembra, cultivo y cosecha, y heredaron esos conocimientos a sus descendientes. La larga vida de esa memoria se explica entonces porque era una memoria imaginada para asegurar la sobrevivencia del grupo.

La figura que resumió la empresa colectiva de reproducir el grupo humano fue el dios del maíz, cuya imagen dadivosa se plasmó en todas las formas de comunicación ideadas por esos pueblos. Al manifestarse en la piedra, los muros, la madera, la tela, los códices, los calendarios, los cantos o los ritos, la figura del dios ponía en movimiento las metáforas multivalentes de regeneración, protección, identidad y permanencia ineluctable de la vida civilizada. Su imagen era la expresión plena de la vitalidad y creatividad humanas.

TOLLAN: LA METÁFORA DEL REINO MARAVILLOSO

La consecuencia más nefasta de la Mesa Redonda que en 1941 dictaminó que la Tula de Hidalgo era la verdadera Tollan, fue haber ocultado la realidad histórica de Tollan-Teotihuacán y el papel central que jugó esta metrópoli en el desarrollo de Mesoamérica. La autoridad de los arqueólogos e historiadores que participaron en la Mesa Redonda de 1941, (Alfonso Caso, Wigberto Jiménez Moreno, George Vaillant y Jorge R. Acosta), silenció a los escasos opositores que argumentaron que la verdadera Tollan era Teotihuacán. Sólo Laurette Séjourné sostuvo imperturbable la opinión de que la gran metrópoli del centro de México era la única cuyos restos materiales podían equipararse a la grandiosidad que los textos le otorgaban a Tollan. Pero sus argumentos carecieron de fuerza y su voz aislada resultó incapaz de resistir la avalancha de opiniones que certificaron que la Tula de Hidalgo era la Tollan ponderada en los textos antiguos.

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Figura 9. Topónimo de Tollan Chollolan en la Historia tolteca-chichimeca.  
El fiel de la balanza que decidió que esta Tula era la Tollan mencionada por los textos, y no Teotihuacán, fue la opinión de los historiadores. Wigberto Jiménez Moreno participó en esa Mesa Redonda y presentó una argumentación breve pero cargada de datos extraídos de las fuentes históricas. Mostró así que algunos documentos, al citar a Tula, daban nombres de cerros, ríos y pueblos reconocibles en los mapas históricos de la región de Hidalgo. De este modo la Tula de los siglos IX-XII fue identificada con la Tula de las fuentes escritas, sin reparar que esas mismas obras y otros documentos mencionaban la existencia de otra Tollan, más antigua y paradigmática. La tesis de Jiménez Moreno significó el triunfo de la autoridad de los textos contra la aún débil argumentación arqueológica.

Al iniciar la redacción de este libro, mi mayor desafío fue combatir esa tesis, desentenderme de sus conclusiones funestas y reconsiderar la historia de la época Clásica bajo el horizonte abierto por Teotihuacán, el reino que puso los cimientos de la organización política, la religión, las artes y los conocimientos que significaron la cultura naua, la más antigua, junto con la maya, en la historia de Mesoamérica.

Tollan, Tula o Tulán quiere decir "lugar de los tules", "sitio donde los tules son abundantes". Viene de tollin o tullin, que significa junco, juncia o carrizo. Francisco de Vetancurt dice que "Tollan quiere decir poblasón de gentes, tomando la metáfora del tule que donde se cría se da en abundancia" (Fig. 8). Comenta que así como citamos las arenas del mar para significar multitud innumerable, así los indígenas mencionaban al tule. Por su parte, Gabriel de Rojas, en su Relación de Cholula de 1581, dice que Tullan "significa multitud de gente congregada [...], a similitud del tule". Éste parece haber sido el significado original de Teotihuacán, la primera Tollan, la ciudad asentada en las cercanías del lago de Texcoco, en un lugar rico en manantiales, el medio ideal para la reproducción de los tules. Más tarde el crecimiento de su población la volvió sinónimo de multitud, equivalente a gran ciudad o metrópoli. Tollan-Teotihuacán y las Tulas posteriores fueron reconocidas en los mapas y documentos con el glifo de la planta del tule (Fig. 9). Elizabeth Boone ha mostrado que en el siglo XVI los habitantes de la región de Tezcoco seguían identificando la antigua ciudad de Teotihuacán con el símbolo del tule (Fig. 10).

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Figura 10. Detalle del toponímico de
Teotihuacán en el Mapa Quinatzin.
 
También parece claro que los toltecas derivaron su nombre del que tenía la ciudad. En el Códice Xólotl las ciudades y los personajes toltecas están representados por un glifo compuesto por la palabra tullin o tule (tul) y la quijada humana (teca), que unidos forman la palabra tolteca (Fig. 11). Más tarde los pobladores de la Tollan donde se multiplicaron las artes y los conocimientos especializados transformaron el nombre toltécatl (plural tolteca) en equivalente de artesano, maestro, obrero hábil, artista, como lo dice Rémi Siméon en su Diccionario de la lengua náhuatl. Y tiempo después, cuando Tollan fue sinónimo de metrópoli y tolteca de hombres sabios, la palabra Toltecáyotl significó "maestría de arte mecánica", expresión de los más altos conocimientos, sinónimo de civilización, según lo explica Miguel León-Portilla.

Esta disquisición sobre el nombre de Tollan y sus habitantes muestra asimismo que la lengua de los toltecas era el náuatl, pues la mayoría de las referencias a la ciudad y sus pobladores, desde las más antiguas hasta las actuales, se expresan en esa lengua. Las presunciones sobre que la lengua de la antigua Teotihuacán era el náuatl han quedado confirmadas por un luminoso estudio de Karl Taube. Dice Taube que al igual que las otras culturas de la época Clásica, Teotihuacán tenía un sistema de escritura bien desarrollado, similar al de los aztecas, y afirma que muchos de sus glifos pueden rastrearse en los sistemas de escritura de Xochicalco, Cacaxtla y Tula Xicocotitlán. Dicho con otras palabras, el reconocimiento de que la antigua Tollan es Teotihuacán y su idioma el náuatl, quiere decir que la cultura naua es la más antigua, continua e influyente de Mesoamérica, pues arranca desde el periodo Formativo y llega hasta el presente, se extiende por diversos ámbitos del territorio y en largos periodos del Clásico y del Posclásico esa lengua fue la lingua franca.

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Figura 11. Personajes toltecas en
el Códice Xólotl, que se identifican
como tales por el glifo de la parte
superior, compuesto por la planta
del tule (tul) y la quijada humana
(teca), que unidos forman la
palabra tolteca..
 
El tema obsesivo que recorre los mitos, los cantos y las leyendas que recuerdan a Tollan-Teotihuacán es la idea de que ahí nació el poder y las instituciones políticas. Un texto cuenta que en Teotihuacán "se elegían los que habían de regir a los demás", y por eso se le llamó "lugar donde hacían señores". Un testimonio más dice: "Ahí [en Teotihuac* n] se dieron las órdenes, allí se estableció el señorío. Los que se hicieron señores fueron los sabios, los conocedores de las cosas ocultas, los poseedores de la tradición. Luego se establecieron allí los principados... Y toda la gente hizo allí adoratorios, al Sol y a la Luna..."

TOLLAN Y EL ORIGEN DE LA VIDA CIVILIZADA

El abolengo político de la Tollan primordial explica que los estados fundados después de la caída de la gran metrópoli se esforzaran en asumir los legados políticos, religiosos y culturales de Tollan, y no cejaran en inventar nuevas Tulas: reinos gobernados por dirigentes acometedores, protegidos por los dioses del Quinto Sol y orgullosos de la elocuencia de su lengua y los logros de sus artistas, pensadores, guerreros y jefes políticos.

Los dirigentes de los nuevos estados propagaron la idea de que en Tollan nació la realeza, las instituciones y la legitimidad política. Según esta concepción, en Tollan se instituyó el abolengo que legitimaba a quienes ejercían el poder. Apoyándose en testimonios que relataban esta tradición, el historiador mestizo Fernando de Alva Itlilxóchitl afirmó que Topiltzin Quetzalcóatl instauró en Tula la ceremonia que otorgaba el mando y las insignias del poder a los gobernantes. Se trata de una tradición que echó raíces en el mundo naua y en el conjunto de Mesoamérica, pues la vemos reproducirse en las capitales de la época Clásica y en los reinos mayas del Posclásico, cuya legitimidad se hace descender de una legendaria Tulán Zuywá, la Tollan maya, que según mi interpretación es Chichén-Itzá.

En el imaginario político de los mayas de Yucatán, Tulán Zuywá es la capital donde se originó el poder y gobernó Nakxit (Cuatro Pies en naua), el modelo de los príncipes. Según el Popol Vuh, Tulán Zuywá fue la matriz de donde salieron los pueblos que fundaron los reinos más importantes del Posclásico. Dice el libro que en Tulán Zuywá se congregaron numerosos pueblos que, más tarde, al derrumbarse esta ciudad, se asentaron en diversas regiones de Guatemala: los k'iche', los rabinal, los kaqchikeles, los tziquinahá y los yaquis, el nombre que se le daba a la gente originaria del México Central, quienes seguramente eran descendientes de Teotihuacán. Narra el Popol Vuh que en Tulán Zuywá les fueron otorgados los dioses patrones a los jefes de cada pueblo. Más tarde, cuando otras oleadas de migrantes llegaron a Tulán Zuywá, los k'iche' decidieron dejar esa ciudad y buscar tierras nuevas donde asentarse.

El Popol Vuh se refiere otra vez a Tulán Zuywá cuando relata el viaje de los jefes k'iche' que suceden a los fundadores de ese linaje. Los nuevos dirigentes del pueblo k'iche' viajaron a Tulán Zuywá obedeciendo el mandato de sus antepasados, quienes les habían ordenado visitar la ciudad mítica para legitimar la posesión de los cargos políticos. Así, cuando llegaron ante Nakxit, el supremo gobernante, éste les otorgó los emblemas del poder, las insignias de Guardián del Petate y del Guardián del Petate de la Casa de Recepción, un juego completo de los emblemas del señorío, y la escritura de Tulán, el libro donde se habían atesorado las tradiciones de Tulán Zuyuá. Otro testimonio k'iche', el Título de Totonicapán, confirma los pasajes del Popol Vuh acerca del viaje memorable a Tulán Zuywá. Dice este texto que los jefes k'iche' viajaron a donde sale el sol, el oriente, para visitar al señor Nakxit y cuando llegaron ante él recibieron de sus manos los símbolos del señorío.

Los Anales de los Cakchiqueles, también conocidos como Memorial de Sololá, narran la peregrinación del pueblo kaqchikel a la legendaria Tulán Zuywá, donde recibieron sus dioses y pagaron tributo a los gobernantes de esa metrópoli multiétnica. Ahí se juntaron con los de rabinal, los tzotziles, los k'iche', los lamarquis y los akanales. Luego, al igual que los otros pueblos, fueron presentados a Nakxit, el señor de Tulán Zuywá, quien les dio los títulos de Ajpop y Ajpop Qamahay y les otorgó las insignias del poder, les horadó la nariz y les regaló los ornamentos y vestidos reales. En esa ocasión solemne, dirigiéndose a todos los jefes, dijo Nakxit: "Subid a estas columnas de piedra, entrad a mi casa. Os daré a vosotros el señorío..."

Estos textos establecen sin lugar a dudas que en el imaginario maya de los siglos XIII al XVI, Tulán, Wukub Siwan o Sewan Tulán (Siete Cuevas o Siete Barrancas), era la ciudad progenitora de las tribus que poblaron las tierras altas de Guatemala, y Nakxit el ancestro tutelar y el jefe supremo a quien le rendían homenaje numerosos pueblos. Esta Tulán oriental, Chichén Itzá, es para los pueblos mayas el equivalente de Tollan-Teotihuacán para los pueblos nauas, la cuna del poder político y la fuente de legitimidad de los gobernantes. Es claro, asimismo, que esta Tulán oriental se construyó a imagen y semejanza de la Tollan primera, el modelo de la capital civilizada y la fuente original y legítima del poder.

Los primeros interesados en conservar la memoria de la primera Tollan fueron los mismos descendientes de ese reino. Por eso hay un hilo de continuidad que nace en Teotihuacán y se enlaza con Xochicalco, Cacaxtla, Cholula, Coixtlahuaca, Cuauhtinchan, Tula, Colhuacán y Tezcoco, hasta llegar a México-Tenochtitlán, que eran pueblos unidos por la lengua naua y un pasado común. Tula y Tenochtitlán fueron los estados más fuertes después de Tollan-Teotihuacán. Eran reinos nauas y almacenaron en sus templos y bibliotecas las tradiciones que provenían de la primera Tollan. Saqueados o quemados los repositorios donde se había concentrado la tradición tolteca, a nosotros sólo llegó la memoria de Tollan guardada por los mexicas. A pesar de las catástrofes que destruyeron a la antigua Tenochtitlán, esa capital conservó un recuerdo hiperbólico de las glorias de Tollan-Teotihuacán.

 
La memoria que los mexicas recogieron de Tollan proclamaba que en el reino primordial tuvieron origen todas las cosas inventadas por la imaginación humana. Sin embargo, aquí sólo me referiré a dos legados que hicieron de Tollan el prototipo de los reinos: la fundación del Estado y la formación del canon que sistematizó las tradiciones culturales.

TOLLAN Y EL ORIGEN DEL ESTADO

Las metáforas que describen a Tollan como cuna de las artes y las ciencias, reino ubérrimo, ciudad magnífica y hogar de sabios y artesanos insuperables, brindan una visión idealizada del primer Estado fundado en el Altiplano. Asimismo, el lenguaje religioso, el más inaprensible porque habla de cosas inexistentes en la realidad, acuñó una metáfora inolvidable para celebrar los orígenes del Estado teotihuacano: el mito de la creación del Quinto Sol.

La arqueología muestra que antes de Tollan existió un Estado olmeca en las tierras calientes de Veracruz y Tabasco. Asimismo, en los valles de Oaxaca nació el poderoso Estado que se asentó en Monte Albán, y recientemente los arqueólogos que hallaron en la selva del Petén guatemalteco ciudades gigantescas, como El Mirador y Nakbé, reconocieron la presencia de organizaciones políticas complejas. Pero ninguna de estas construcciones alcanzó el prestigio político, la irradiación mitológica y el fulgor cultural que rodearon a Tollan-Teotihuacán. La sola mención de los logros realizados por el reino tolteca en los primeros años de la época Clásica es impresionante: edificó la ciudad más grande, planificada y majestuosa del continente; levantó un ejército formidable, dotado de armas poderosas y estrategias innovadoras, que impuso su dominio en la costa de Veracruz y Tabasco, en los valles de Puebla, Tlaxcala y Oaxaca, y sometió las pujantes ciudades mayas de las tierras altas y algunos de los reinos del Petén guatemalteco.

Pero quizá el logro más duradero de los pobladores de Tollan consistió en envolver esas hazañas en los lenguajes del mito, el rito y la ideología política. El mito del Quinto Sol, con su cauda de alegorías magnéticas (la creación de los seres humanos, la vida civilizada y la dinastía real), se convirtió en el paradigma de los mitos de origen de los estados posteriores.

Sabemos que cuando las crónicas toltecas decían que en Tollan había nacido la civilización, estaban haciendo propaganda. Pero también sabemos que detrás de esa retórica había un sustrato histórico que respaldaba esas declaraciones. Desde el año 200 Tollan era un emporio cultural, la capital más innovadora en el conocimiento agrícola, botánico, astronómico, arquitectónico y matemático. El trazo urbano y la organización de esa metrópoli era un compendio de esos conocimientos y una demostración de la aplicación del saber a la mejoría del entorno humano.

Aun cuando los arqueólogos han hecho aportaciones notables sobre estos conocimientos, poco sabemos de las maneras específicas de producir, almacenar y difundir el saber. No cabe duda que la disposición de acoger en Tollan a los expertos en las artes y las ciencias procedentes de otros ámbitos culturales, fue decisiva para actualizar de manera permanente la tradición tolteca. Otro factor que le dio a Tollan un lugar superior en la transmisión del conocimiento fue la habilidad de sus hijos para compendiar saberes dispersos y encapsularlos en fórmulas canónicas.

Casi todo lo que sabemos de Tollan lo aprendimos descifrando el canon que sirvió de vehículo para transmitir sus conocimientos. Desde las fórmulas astronómicas diseñadas para observar la bóveda celeste y registrar el movimiento de los astros, pasando por la elaboración de los calendarios, el modelo arquitectónico, las técnicas pictóricas o la manufactura de las artesanías, hasta los cantos donde se rememoraba la creación del cosmos y el origen de los seres humanos, todos esos conocimientos estaban condensados en fórmulas pedagógicas. Más tarde, esas fórmulas fueron vertidas a un lenguaje económico que aseguró su transmisión a auditorios más extensos. El resultado de estas operaciones sucesivas fue la creación de un canon, un artefacto dotado de la capacidad de autorreproducirse en cualquier medio, en regiones distantes o extrañas, a través de los vehículos inventados para transmitir mensajes: la palabra, la imagen, el rito, el códice o el mito.

Tollan no fue la metrópoli que inventó estos artefactos refinados, pero sí la matriz que supo acoger los legados provenientes de otros pueblos y envolverlos en el lenguaje propio de la cultura tolteca. Una vez asentados y reproducidos en Tollan, estos conocimientos fueron proyectados hacia las diversas regiones de Mesoamérica, con tal fuerza que muchos siglos más tarde el encuentro con sus vestigios tiene la virtud de iluminar nuestras disquisiciones sobre el misterio de las creaciones humanas. Uno de estos vestigios es el texto siguiente, que le atribuye a Huémac, el legendario rey de Tula, la creación de un libro de libros, una suerte de Biblia o enciclopedia universal donde se habrían atesorado los innumerables saberes creados por el ingenio tolteca. Dice este texto que Huémac, el último de los soberanos de la Tula de Hidalgo, "juntó todas las historias que tenían los toltecas desde la creación del mundo hasta en aquel tiempo, y las hizo pintar en un libro muy grande, en donde estaba pintado sus persecuciones y trabajos, prosperidades y buenos ejemplos, templos, ídolos, sacrificios, ritos y ceremonias que ellos usaban; astrología, filosofía, arquitectura y demás artes [...], y un resumen de todas las cosas de ciencia y sabiduría, batallas prósperas y adversas y otras muchas cosas e intituló a este libro [...], Teomoxtli, que bien interpretado quiere decir [...] libro divino."

En libros como éste los teotihuacanos cantaron las glorias de Tollan y la celebraron como capital de la sabiduría. Más tarde, el Popol Vuh de los k'iche', el Códice de Viena de los mixtecos, la Historia tolteca chichimeca de los fundadores del reino de Cuauhtinchan, las crónicas del reino de Cholula o Tezcoco, y los códices elaborados en Tula y en México-Tenochtitlán, recogieron la memoria de Tollan, bautizaron sus capitales con ese nombre prestigioso, propagaron la noticia de que en la vieja Tollan había nacido la civilización y transmitieron a sus descendientes los valores que alentaron el proyecto de nación encarnado en Tollan.