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México D.F. Domingo 8 de junio de 2003
Carlos Bonfil
Cronenberg en la Cineteca
En agosto de 1985, hace casi ya 18 años, la Cineteca
Nacional presentó la primera retrospectiva del canadiense David
Cronenberg, un director asociado entonces instantáneamente con el
cine de horror y los excesos del gore. Se exhibían seis películas,
que incluían su estreno más reciente, Zona muerta
(Dead zone, 1983), basada en una novela de Stephen King, y se abría
una interrogante para el cinéfilo de entonces: ¿hacia dónde
se dirigiría ahora la exploración estética del cineasta?
¿A un desbordamiento de los géneros ensayados, a la comercialización
que prefiguraban Telépatas, mentes destructoras (Scanners)
o la propia Zona muerta, o a un hermetismo mayor, cercano al primer
cine de David Lynch, a Eraserhead, por ejemplo?
El
universo orgánico de David Cronenberg. La retrospectiva casi
completa que presenta este mes la Cineteca Nacional (falta Fast company,
de 1979, aunque al parecer no es de lamentar su ausencia) permite valorar
la trayectoria recorrida, las transformaciones en la obra, su depuración
estilística y su infatigable exploración temática.
Se incluyen sus siete películas más recientes, además
de dos mediometrajes (Stereo, Crimes of the future), y sus primeros
cortos (Transfer, From the drain), estos cuatro últimos trabajos
experimentales de los años 70, de interés exclusivo para
académicos de cine e incondicionales del autor. Hay películas
jamás exhibidas comercialmente en México (Almuerzo desnudo,
eXistenZ) que se proyectarán con subtítulos electrónicos,
y la presentación de su cinta más reciente, Spider,
de estreno comercial inminente. Otras muy poco accesibles, casi rarezas
-Engendro del diablo (The Brood) y Gemelos de la muerte
(Dead ringers)-, y las tres cintas fantásticas de culto -Parásitos
asesinos (Shivers), Rabia (Rabid) y Cuerpos
invadidos (Videodrome)-, experiencias de calidad muy desigual,
pero muy valiosas para entender, en su primer estadio, las obsesiones temáticas
del director de Scanners.
La primera obsesión es cardinal: el cuerpo humano
como territorio de transformaciones insólitas, a menudo aterradoras.
"El horror máximo -afirmó alguna vez el cineasta- es verse
uno mismo en el espejo y ver cómo la carne propia, ya casi enemiga,
se descompone sobre los huesos, prueba irrefutable de que la muerte ha
iniciado su faena lenta e implacable". Cronenberg explora estas degradaciones
con una disección clínica en la que intervienen variedades
imprevistas de microbios y partículas virales, con sintomatologías
extrañas que informan de epidemias y catástrofes aún
mayores. En este cine el cuerpo humano avanza por terrenos hostiles, sin
espacios para la expresión afectiva, y ya sólo le resta someterse
a la tiranía de los instintos: a la promiscuidad que propicia un
virus en Parásitos asesinos o a la paranoia colectiva que
desata el contagio incontenible en Rabia. De modo heroico, el cuerpo
aspira a rebasar esta condición de fragilidad y a confundirse con
la máquina, resguardo vigoroso y aproximación a lo sobrehumano,
lo que provoca estados alucinatorios en los que una máquina de escribir
cobra existencia antropomórfica y dicta a un escritor su propia
novela (Almuerzo desnudo), o en los que la excitación sexual
se intensifica con la violencia de los impactos automovilísticos
(Crash, extraños placeres), o los cuerpos se convierten en
prolongaciones directas de mecanismos de juegos virtuales (eXistenZ).
Otra obsesión temática es la identidad,
o de modo más sugerente, las estrategias del individuo para vencer
la fatalidad por medio del desdoblamiento o la multiplicación de
la propia imagen (M. Butterfly, Dead Ringers, Spider). En el universo
de David Cronenberg, ateo confeso, no hay espacio para la redención.
Algunas historias concluyen con la autodestrucción del protagonista,
o con su mirada perpleja frente a la cámara; asombro ante la inmensidad
del cosmos, pánico ante el misterio de microorganismos amenazantes,
desasosiego por la ausencia de una gratificación espiritual (ausencia
de Dios). Al realizador canadiense se le ha reprochado su pesimismo radical,
pero también su incorrección política, su pretendida
misoginia y su desprecio por la función procreadora -parodiada y
supuestamente vilipendiada en Engendro de la muerte o en La mosca
(la familia, célula social que genera la monstruosidad)-, y su elogio
de una sexualidad cercana a lo que solía llamarse lo "polimorfo
perverso" (Stereo y Crash, extraños placeres). Cronenberg
ha propiciado el (re)descubrimiento de autores imprescindibles (James G.
Ballard, William Burroughs, Philip K. Dick) e ilustrado, a su manera, su
inspiración visionaria. Ha prefigurado los climas de histeria colectiva
e intolerancia que años después desataría pandemia
como el sida o la amenaza multiforme del síndrome agudo respiratorio.
Cronista del horror como fabricación social y temerario ilustrador
de las faenas internas del cuerpo humano, Cronenberg sigue diseminando
sus metáforas inquietantes en un ámbito fílmico obsesionado
a su vez con la ficción tranquilizadora.
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