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México D.F. Domingo 8 de junio de 2003
James Petras
América Latina ante los ojos de EU
Según se desprende de entrevistas y conversaciones
con inversionistas de Wall Street, administradoras de riesgo y funcionarios
del sector de in-dustria y comercio de Washington, así como de una
lectura cuidadosa de los reportes del Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional, del Financial Times y de las páginas financieras
del New York Times en los pasados seis meses, existe una jerarquía
de favoritos y enemigos entre los gobiernos de América Latina. Los
criterios usados para juzgar a los regímenes se refieren a su disposición
para seguir las políticas neoliberales de Wall Street y Washington,
su capacidad de llevarlas a cabo y de asegurarse legitimidad política.
Las calificaciones del establishment han cambiado
en años recientes, en particular cuando los gobiernos favoritos
han sido ineficaces en imponer políticas o se han aislado políticamente.
Por ejemplo, hace uno o dos años el presidente boliviano Sánchez
de Lozada, el peruano Toledo y el régimen de Uribe en Colombia tenían
calificación alta por su fuerte apoyo al libre comercio en la región,
sus programas de privatización, su compromiso con el pago expedito
y total de la deuda y su apoyo incondicional a las intervenciones militares
de Bush en Colombia, Afganistán e Irak. Este año han perdido
puntos, no porque hayan cambiado sus políticas sino porque están
casi privados de respaldo político, son clientes aislados y desacreditados,
de valor limitado para los objetivos de la agenda de Washington y Wall
Street.
Los favoritos de 2003
A la cabeza de la lista de favoritos están los
regímenes de Brasil y Ecuador. Si bien la ma-yoría de los
más veteranos y astutos diplomáticos y funcionarios del Departamento
de Estado sabían desde antes de la elección de 2002 que Lula
no era ya una amenaza radical y ni siquiera un reformista de consecuencias,
la mayoría de los ejecutivos de Washington y Wall Street, sorprendidos
por la selección que hizo el brasileño de un equipo económico
liberal ortodoxo, se sintieron extasiados cuando comenzó a ejecutar
una agenda radical neoliberal, que incluye la privatización de la
seguridad social, la reducción sustancial de las pensiones de los
burócratas y un procedimiento más fácil y menos costoso
para los patrones de despedir trabajadores.
Un
funcionario de Washington me comentó que el explícito repudio
de Lula a las políticas redistributivas keynesianas de su Partido
de los Trabajadores le recordó la abjuración del comunismo
de Gorbachov y su entrega a Eu-ropa y Washington sin necesidad de coerción
ni negociación. El consenso en Wall Street es que la única
diferencia económica significativa entre Lula y Bush es que el brasileño
es un defensor del libre mercado más congruente que el estadunidense:
demanda que Washington reduzca su barrera comercial sobre una lista de
productos protegidos (jugo de naranja, acero, textiles, etcétera).
En la actualidad Brasil ostenta la más alta calificación
en el establishment estadunidense por cuatro factores: 1) lo que
un cínico corredor de Wall Street (y ex izquierdista) llamó
el "neoliberalismo talibán" de Lula (en referencia a su dogmática
adhesión a todo el repertorio del FMI, desde la austeridad fiscal
hasta sus exhortos a las empresas trasnacionales para combatir la pobreza);
2) su vigorosa aplicación de la severa agenda neoliberal, incluso
formando alianzas con los partidos de derecha y disciplinando a los diputados
disidentes de su propio partido; 3) el hecho de que conserva una mayoría
popular en las encuestas y ha tenido éxito en cooptar o neutralizar
a la organización sindical de izquierda (CUT) y hacer caso omiso
de las demandas del Movimiento de los sin Tierra; y 4) que Lula sigue llevando
adelante la agenda del FMI pese a una tasa de crecimiento negativa en los
primeros seis meses de 2003.
El segundo en la lista de popularidad es el presidente
Lucio Gutiérrez de Ecuador, quien ha reafirmado la economía
dolarizada, confirmado la base militar estadunidense en Manta, apoya la
intervención dirigida por Washington en Colombia (Plan Colombia)
y propone privatizar las estratégicas industrias petrolera y energética.
Antes de su elección se le conceptuaba en Washington como una especie
de vacilante oportunista que hablaba en favor de Pinochet o de Castro según
quien le pagara los viáticos. Poco después de la primera
ronda electoral Gutiérrez fue a la capital estadunidense, donde,
según declaró un funcionario off the record, se le
consideró un "escucha dócil". Una vez electo "habló
con los indígenas pero trabajó con nosotros", según
un im-portante asesor en inversiones petroleras. Con gran agrado del mundo
oficial de Washington, ha dividido al otrora poderoso movimiento indígena
cooptando a su ala política pachacuti mediante la designación
de algunos de sus notables en puestos ministeriales sin mayor poder efectivo,
y de políticos locales en cargos menores de su gobierno. En el mo-vimiento
social indígena Conaie existe una división entre dirigentes
y militantes en cuanto a una posible ruptura con Gutiérrez, lo que
debilita severamente los esfuerzos por unificar a la oposición.
El mismo proceso de cooptación se da en el alguna vez poderoso sindicato
petrolero. Todo esto es bueno para Washington, puesto que Ecuador ha visto
a dos presidentes clientes de Estados Unidos arrojados del poder por la
Conaie y sus aliados en los sindicatos eléctrico y petrolero.
Un poco más abajo en la escala aprobatoria están
los presidentes Vicente Fox de México, Uribe de Colombia y Lagos
de Chile, quienes son devotos discípulos de la agenda neoliberal
del ALCA que impulsa Washington. Va-rios factores han causado que estos
presidentes clientes pierdan la más alta calificación. En
primer lugar, Fox ha sido incapaz de sacar adelante la privatización
del petróleo y la electricidad que promueve Wall Street, e insiste
en obtener a cambio la legalización de 4 millones de trabajadores
mexicanos en Estados Unidos. En segundo lugar, permitió que Jorge
Castañeda, activo número uno de Washington, fuera echado
de la cancillería. Además, no se alineó con Bush en
la votación del Consejo de Seguridad contra Irak.
De la misma forma Uribe perdió puntos por su incompetencia
en librar la guerra de Washington contra las guerrillas y su creciente
aislamiento político y social. Prometió a Washington que
militarizaría el país y destruiría las guerrillas.
Después de un año de combates su fracaso ha sido total. Fuentes
del Pentágono afirman que sus comandantes militares es-tán
más interesados en confiscar drogas para revenderlas que en combatir
a los guerrilleros.
Lagos cuenta aún con el favor de Washington pero,
a medida que la derecha neopinochetista cobra ímpetu y la coalición
del presidente se hunde en escándalos de corrupción, se le
ha degradado un poco, en particular después de que se abstuvo en
la resolución sobre Irak en el Consejo de Seguridad.
Los clientes de segunda clase tienen la virtud, a los
ojos de Wall Street, de ser aliados estratégicos y neoliberales,
aun si sus ocasionales y tibias expresiones de disensión irritan
al Pentágono de Rumsfeld.
En el tercer nivel en la escala positiva están
muchos que antes estuvieron en la posición más alta: Batlle
de Uruguay, Sánchez de Lozada de Bolivia y Toledo de Perú.
Batlle encabeza un régimen infestado de corrupción que se
mantiene en el poder en buena medida gracias a la inercia del sistema político
y al ultralegalismo y prudencia de la oposición parlamentaria de
centroizquierda. Sánchez de Lozada y Toledo tienen menos de 10 por
ciento de respaldo popular y constantemente en-frentan oposición
en las calles. Son absolutamente ineptos y carecen de poder para aplicar
como quisieran la agenda privatizadora de Wall Street y las políticas
represivas de Washington contra los cultivadores de coca.
Washington y Wall Street continúan apoyando a estos
regímenes, pero tienen previsto descartarlos si crece la presión
popular. En-tonces tienen la opción de buscar a un centrista "responsable"
(como Alan García del APRA, en Perú) que apague el fuego,
o de una junta militar-civil en Bolivia (como da a entender el embajador
Greenlee) que tome el poder para "salvar la democracia" conforme a la fórmula
de Rumsfeld.
Entre las calificaciones positivas y las negativas está
el nuevo presidente argentino, Néstor Kirchner. Washington demostró
su reacción negativa a la derrota de sus dos candidatos favoritos
de ultraderecha (Menem/Mur-phy) enviando a un emigrado cubano de bajo nivel,
ministro del gabinete, a la toma de po-sesión de Kirchner. Wall
Street está ansiosa de ver cómo maneja el argentino las negociaciones
con el FMI, qué tan aprisa reanudará los pagos de la deuda
y por cuánto tiempo puede mantener el orden y llegar a acuerdos
con la elite financiera local y las trasnacionales. Ni a Washington ni
a Wall Street les gustó la declaración de independencia del
presidente respecto de la elite corporativa ni la prioridad que asignó
a la integración regional en oposición al ALCA. Sin embargo,
tanto los observadores de Wall Street como los profesionales de Washington
están acostumbrados a la retórica populista y nacionalista
poselectoral, y aguardan ver qué políticas concretas aplica
el argentino. "Como gobernador de la rica provincia de Santa Cruz, Kirchner
respaldó la privatización de la lucrativa industria petrolera,
y eso cuenta algo", me comentó un periodista financiero. Washington
y Wall Street lo tienen en el espacio de los no calificados con un asterisco
que dice "pendiente de la aplicación de la agenda política
económica".
En las calificaciones negativas vienen Venezuela y Cuba,
en ese orden. Venezuela está en la calificación negativa
de Washington pero es ambivalente en Wall Street. La discrepancia tiene
que ver con la política heterodoxa de Chávez. Paga sus deudas
a tiempo a los bancos, es un fiel proveedor de petróleo a Es-tados
Unidos aun en tiempos de guerra imperialista, no ha nacionalizado ninguna
propiedad estadunidense ni aplicado impuestos graduales. Su equipo y políticas
económicas, de corte neoliberal, se consideran marcas positivas
en Wall Street. Sin embargo, ha destituido a los ejecutivos más
maleables y corruptos de la compañía petrolera estatal, proclives
a Wall Street, destinado parte de las ganancias a las inversiones en desarrollo
interno en vez de al mercado de valores estadunidense, lo que ha privado
a éste de lucrativas comisiones. Ha instituido controles monetarios
y limitado el flujo de capital y ganancias, lícitas e ilícitas,
a los bancos e inversionistas en bienes raíces de Estados Unidos.
Si bien existe cierta ambigüedad en Wall Street respecto
del desempeño económico de Venezuela, en Washington su calificación
es absolutamente negativa. Chávez derrotó a los "activos"
venezolanos dirigidos por la CIA y a los clientes políticos de Washington,
que han tratado dos veces de derrocarlo. Ha adoptado una postura crítica
hacia la guerra al terrorismo, el Plan Colombia y el ALCA en nombre de
la paz, el antimilitarismo y la integración latinoamericana. Con
Chávez, Venezuela mantiene comercio y amistosas relaciones diplomáticas
con Cuba. En la visión mundial de Rumsfeld y Wolfowitz, Venezuela
necesita un "cambio de régimen".
Cuba está claramente en el punto más bajo
de la escala de Washington. El gobierno de Bush la considera un objetivo
militar, como parte del eje del mal, que estaría al borde
de la invasión de no ser porque cuenta con las fuerzas armadas mejor
entrenadas del tercer mundo, con un excelente sistema de seguridad y con
el respaldo popular de millones de cubanos. Es el enemigo número
uno porque representa una clara alternativa a las colonias neoliberales
de la región. Es una fuerza im-portante en Naciones Unidas y en
todos los foros internacionales, que expresa solidaridad con los movimientos
antimperialistas y antiglobalizadores y se opone a los designios imperiales
estadunidenses en Asia, Medio Oriente y, en especial, América Latina.
Si bien Washington da a La Habana la calificación
más baja posible, Wall Street, o al menos partes del gran sector
agroempresarial, no siempre están de acuerdo. La Cámara de
Comercio estadunidense y los grandes exportadores de productos agrícolas
han conferido a la isla una calificación económica positiva
en términos de su disponibilidad como mercado, además de
que cuenta con importantes industrias en turismo, aerolíneas y servicios.
Conclusión
Las calificaciones estadunidenses reflejan los cambios
en las complejas fuerzas políticas y sociales que operan dentro
de América Latina, así como el éxito o fracaso de
las políticas de Washington y Wall Street. Mientras que los movimientos
populares han socavado las calificaciones de varios regímenes clientes
como instrumentos eficaces de la política estadunidense, en otros
casos importantes la evolución hacia la derecha de ciertos líderes
populares ha conducido a que Washington conceda a sus países las
más altas calificaciones. En buena medida las calificaciones estadunidenses
a los regímenes latinoamericanos son resultado de las políticas
y luchas de clases internas, los fracasos de las políticas económicas
neoliberales y la lucha entre la intervención imperial y los movimientos
y naciones antimperialistas.
En segundo lugar, resulta claro que, si bien en muchos
casos Washington y Wall Street coinciden en sus evaluaciones, existen ciertas
divergencias. Por último, en el caso de Brasil tenemos una situación
peculiar, en la que el gobierno de Bush y Rumsfeld y los políticos
latinoamericanos de centroizquierda coinciden en sus calificaciones. La
evaluación positiva de Washington se basa en las políticas
reales de Lula; la de los centroizquierdistas, en sus expectativas e ilusiones
equivocadas.
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