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México D.F. Domingo 8 de junio de 2003

Rolando Cordera Campos

El tesoro enterrado

Llover sobre mojado es una versión light de lo que está pasando. La revuelta empresarial, encabezada por los principales apoyadores financieros del "cambio" en abstracto que llevó a Vicente Fox a la Presidencia de la República, destapa la fragilidad de la coalición montada a fines del siglo pasado para echar al PRI de Los Pinos, pero sobre todo revela la debilidad histórica ingente del capital mexicano. Aparte de acompañar su reclamo al gobierno de asombrosos non sequiturs, asombrosos dada la proverbial arrogancia de los plutócratas regios, la arremetida del presidente del Grupo Alfa nos remite al estado general de los negocios mexicanos y, en especial, al que guarda el otrora ariete de la conquista de México desde el Cerro de la Silla.

Por décadas, el Estado mexicano ha buscado su contraparte empresarial para llevar a cabo con éxito una readaptación del país al mundo cruel que se fraguaba al calor de la crisis del dólar, allá por los tiempos de Nixon. Primero fue el presidente Echeverría, quien no pudo hacer la reforma fiscal necesaria y ya urgente entonces y optó por reinventar un tercermundismo que domésticamente requería, en su discurso, de un empresariado nacionalista. El proyecto falló y se estrelló en 1976 con la devaluación, pero puso en estado de alerta a los grandes patrones, que formaron su Consejo Coordinador Empresarial, estrecharon lazos y simpatías con Estados Unidos, representado por el embajador Macbride, y se aprestaron a poner en acto una gran operación hegemónica no sólo contra Echeverría sino contra el propio Estado posrevolucionario.

Con el petróleo convertido en riqueza fungible, el presidente López Portillo quiso cerrar heridas y llevar a cabo una gran alianza para la producción que pudiera ser, al mismo tiempo, "nacional y popular", con el fin de mantener vivo, aunque no intacto, el régimen de la Revolución. Arrancó entonces la reforma política de don Jesús Reyes Heroles, destinada a mantener a raya al México "bronco" que la crisis había empezado a despertar, pero la democratización efectiva del sistema se mantuvo bajo estricto control vertical. Fortunas se hicieron y el Grupo Alfa extendió dominios y ambiciones a todos los ámbitos rentables de la economía y la geografía aztecas. Pero el soporte empresarial capitalista para "dar el salto" a un desarrollo renovado y renovador pronto hizo mutis, Alfa fue debidamente rescatado por Banobras, el peso se fue al subsuelo, el petróleo hizo de las suyas y el presidente, antes de irse, nacionalizó la banca privada. La gran empresa declaró guerra a muerte al Estado-de-la-Revolución, y el resto de los empresarios, ahogados por la falta de crédito, pero más todavía por la falta de claridad y expectativas del Estado, se alineó con la cúpula articulada por los ex banqueros. México hizo punta en la crisis internacional de la deuda y fue declarado indigno... de crédito, por su antes entusiastas prestamistas.

El presidente De la Madrid se propuso impedir que el país "se nos fuera entre las manos" y se dedicó al rescate de empresas y confianza, pero siempre sujeto a la dictadura implacable de su objetivo mayor, que era pagar la deuda a cualquier costo. Pagamos lo que pudimos pero el FMI no se conmovió nunca ni se apiadó de los bien portados. La crisis se profundizó y puso al Estado contra la pared, el PRI conoció su cisma definitorio y el país vivió entre 1986 y 1988 peligrosamente al borde de la hiperinflación y el desbordamiento político. Los empresarios, bien, gracias a su indudable capacidad para cubrirse y votar con los pies. Los que no lo hicieron fueron barridos por la apertura frenética hecha sin concesiones ni condiciones al final del periodo de la expiación, y como anuncio de un cambio estructural improrrogable y no sujeto a consulta o negociación política o social significativa. Todo era cuestión de "platones" encapsulados para capear la tormenta y encontrar nuevos horizontes, pero el gran actor del cambio, el empresario nacionalista de Echeverría o el ambicioso administrador de la abundancia de López Portillo, parecía haber hecho voto de silencio trapense, para toda la vida.

El presidente Salinas despertó esperanzas en un cambio de fondo, que debería incluir llevar a buen puerto la reforma electoral y volverla reforma política del Estado, pero su tiempo y frenesí fueron absorbidos por la reforma económica neoliberal y su coronación en el Tratado de Libre Comercio. No fue sino hasta 1994, cuando la "última sucesión" al estilo revolucionario estalló en sangre y fuego, en Chiapas y en Lomas Taurinas, que se aceleró el ritmo del cambio político, pero no la incorporación de la empresa a las tareas de transformar la forma de desarrollo. La era de los pactos estalló en diciembre, no sólo por los "errores" del momento, sino porque nunca se dio el paso indispensable de convertir la concertación estabilizadora en un compromiso social y político para el desarrollo.

La secuela es conocida: la banca privatizada se privó a la primera y entró en coma; Clinton nos rescató pero el Tesoro estadunidense nos impuso medicina de caballo; el presidente Zedillo se hundió en su computadora y se hizo cargo personalmente del rescate mexicano, inventó la ilusión de la "sana distancia", pero quitó y puso presidentes priístas al tiempo que se daba curso a la reforma política que él presumió como definitiva pero que sin duda fue su y nuestra tabla de salvación frente a una economía postrada y espasmódica cuyos saltos de fin de siglo, como hemos visto, no hicieron verano y pronto aterrizaron en el sótano del receso y el desaliento productivo.

Los regios y sus acompañantes de ocasión y ambición pensaron que era y tenía que ser la suya. Del šya la hicimos! De los últimos años 70, cuando el petróleo era varita de virtud, pasaron a la acción afirmativa y el deseo de cambio se volvió tajante reclamo de alternancia. Y así ocurrió, pero sin darle al Estado recursos y resortes para acompasar democracia con desarrollo, a partir de enormes desequilibrios productivos y auténticos abismos financieros públicos y privados. Y aquí estamos, en el quejío por la ineptitud gubernamental que lleva a la cúpula a una solidaridad sospechosa, a convocar a cruzadas contra los burócratas para transmutar sueldos miserables en obras de infraestructura, o a nuevas operaciones de expiación esta vez contra los políticos, villanos a la orden de la nueva, siempre fiel, tragedia del desarrollo mexicano.

Con los obispos que nos dejaron los de la "iglesia del silencio" más activa, vocal y política que en el mundo ha habido, ya ni desear que Dios nos agarre confesados. Sólo nos queda defender la democracia haraposa que tenemos y exigir a los del dinero y el poder, ahora pluralizado, que se pongan en paz y se apresten a reconocer que mercado, más democracia, más amistades peligrosas con el norte, no dan crecimiento, mucho menos bienestar y desarrollo. Que para eso, hay que "mojarse..." como dicen en Iberia. Y estar dispuestos al riesgo de la inversión y el sacrificio distributivo. No es mucho, si Gil Díaz tiene razón y tenemos por aquí un tesoro. Aunque todavía sin mapa para hallarlo

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