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México D.F. Sábado 24 de mayo de 2003
DESFILADERO
Jaime Avilés
¿Prigione en México? ¡Arréstenlo!
El ex nuncio apostólico fungió como señuelo
para el asesinato del cardenal Posadas Ocampo
CRIMEN DE ESTADO. Hoy -esto no es noticia-, el
tiempo cumple 10 años desde la tarde del 24 de mayo de 1993 cuando
el cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo fue acribillado en el aeropuerto
de Guadalajara por gatilleros del narcotraficante Ramón Arellano
Félix. Ayer -eso tampoco es noticia-, la Procuraduría General
de la República (PGR), en su informe conmemorativo del asesinato,
reiteró la increíble versión impuesta en su momento
por el gobierno de Salinas de Gortari, según la cual se trató
de un "accidente" en el que tanto el prelado como su chofer perecieron
al quedar en medio de un tiroteo entre dos bandas de exportadores de sustancias
ilícitas.
En
los años recientes -eso mucho menos es noticia-, el nuevo cardenal
de Guadalajara, Juan Sandoval Iñiguez, la ultraderecha católica
de Jalisco y la subprocuradora María de la Luz Lima Malvido han
intentado refutar el montaje de las fabulaciones salinistas que en aquel
tiempo hizo, y ha logrado que prevalezca, el entonces procurador general,
Jorge Carpizo. La verdad -y esto sería lo menos parecido a una noticia-
es que todos mienten, unos por acción, otros por omisión,
porque en las altas esferas del poder siempre se ha sabido, y hoy lo sabe
Rafael Macedo de la Concha, que se trató de un crimen de Estado.
¿Pruebas? Abundan. Juzgue usted y decida. En marzo
de 1993, dos meses antes de su muerte, Posadas Ocampo viajó a Santa
Fe de Bogotá, Colombia, para intervenir en una reunión de
la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Celam). Ahí recibió
la visita de un emisario de Pablo Escobar Gaviria, el legendario jefe del
cártel de Medellín, quien le hizo una propuesta concreta.
El capo estaba dispuesto a entregarle a Salinas de Gortari una lista
exhaustiva de los políticos mexicanos involucrados en el tráfico
de drogas. A cambio, solicitaba protección para trasladar su residencia
a México, retirarse del negocio y vivir sus últimos años
en paz. Posadas Ocampo, afirman los que saben, retornó a Guadalajara
con esa documentación en su poder.
¿Qué hizo entonces? Por ingenuo, y quizá
también por interés personal, se reunió con Salinas
de Gortari y le planteó el tema. Ayer, The Washington Post
reveló que "Posadas fue humillado en la residencia del presidente
Carlos Salinas unas semanas antes de su muerte".
Del párrafo anterior se infiere que el purpurado
transmitió a Salinas el ofrecimiento de Escobar Gaviria, pero fue
despedido con cajas destempladas, porque, 1) Salinas conocía perfectamente
quiénes eran los políticos mexicanos metidos en el negocio
de la droga; 2) desde la invasión yanqui a Panamá, en 1989,
la organización de Escobar Gaviria colocaba sus productos en el
mercado estadunidense por medio del cártel del Golfo, comandado
por Juan García Abrego; 3) los políticos mexicanos relacionados
con el narcotráfico, y Salinas mismo, protegían al cártel
del Pacífico, administrado por los hermanos Arellano Félix,
quienes a su vez obtenían la cocaína del cártel
de Cali, la empresa de los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez
Orejuela, que rivalizaba con la de Escobar Gaviria.
¿Qué sucedió a continuación?
Cerrada la puerta de Los Pinos, y más ingenuo y desinformado que
nunca, Posadas Ocampo recurrió al Vaticano. ¿Cómo?
Mediante el embajador del Papa en México, el tenebroso Girolamo
Prigione, cuyo historial asusta, porque, muy joven, fue un camisa negra
de Mussolini; más tarde, en su primera misión apostólica
fuera de Italia, terminó siendo expulsado de un país de Africa
al comprobarse su relación con una banda de traficantes de marfil.
Cuando atendió la petición de Posadas Ocampo,
Prigione era un activo gestor de las peores causas locales; en una de ellas,
por ejemplo, había elevado a Juan Pablo II la petición de
los ganaderos de Chiapas, a quienes les urgía remover de su cargo
al obispo de San Cristóbal de Las Casas, don Samuel Ruiz García.
¿Cuál fue el resultado de aquella conversación telefónica
entre Prigione y Posadas Ocampo? Usted ya lo sabe. El nuncio prometió
viajar a Guadalajara para tratar el asunto en persona con el cardenal.
De esta forma se convirtió en un señuelo para la emboscada
que culminaría con el asesinato en el aeropuerto.
La otra autopsia
En las crónicas de la época hay elementos
que rápidamente fueron desechados de la "investigación" de
Carpizo. El médico forense, Mario Rivas Souza, declaró a
los medios, después de la autopsia, que las 14 heridas de bala en
el cadáver de Posadas Ocampo mostraban quemaduras de pólvora,
porque los disparos se hicieron a pocos centímetros de distancia.
Como este dato científico destruía de golpe la hipótesis
de la "confusión" de los narcotraficantes, que según Carpizo
"creyeron que el cardenal era el Chapo Guzmán disfrazado
de obispo", la PGR ordenó una segunda autopsia, que produjo "resultados"
ad hoc.
Anteayer, en una rápida entrevista publicada ayer
por La Jornada, Prigione dijo al reportero Triunfo Elizalde: "(Ese
día) vi la sangre y los muertos; las causas, quién sabe".
Pero la verdad monda y lironda es que esa sangre y esos muertos, si acaso,
los vio por televisión, porque, otra vez de acuerdo con las crónicas
de la época, aquella tarde no bajó del avión en que
había volado desde la ciudad de México, mismo que regresó
de inmediato, con todos sus pasajeros a bordo, al Distrito Federal. Ello
confirma que se limitó a fungir como carnada, pero otro dato, hoy
olvidado, subraya esta sospecha, porque varios testigos presenciales afirmaron
que después de acribillar al cardenal, uno de los pistoleros extrajo
de su automóvil un portafolios y huyó con destino públicamente
conocido. ¿Qué había en ese portafolios? ¿Los
documentos de Escobar Gaviria? ¿Quién le pidió al
cardenal que los llevara al aeropuerto?
Las
tercas crónicas de la época recuerdan que, mientras se desarrollaba
el tiroteo, en una plataforma del aeropuerto de Guadalajara había
otro avión de Aeroméxico, con los motores encendidos, al
que subieron "unos 15 hombres de aspecto dudoso", tras lo cual el aparato
cerró sus puertas y voló sin escalas a Tijuana. ¿Quiénes
eran esos 15 hombres? Ramón Arellano Félix y sus colegas.
¿Qué llevaban consigo? El portafolios que le quitaron a Posadas
Ocampo. ¿Por qué el avión tenía las turbinas
activadas y las puertas abiertas, violando las normas aeroportuarias? Porque
contaba para ello con el permiso de las autoridades federales, que entonces
tenían a su cargo el manejo de todas las terminales aéreas
del país.
Hay preguntas, sin embargo, que permanecen vírgenes,
esto es, inexploradas. ¿Por qué se presentaron, a la misma
hora, el Chapo Guzmán y sus pistoleros, habida cuenta de
la rivalidad que esa banda sostenía con los Arellano Félix
por el control de Ciudad Juárez? Esa bien puede ser la pequeña
parte que la realidad, siempre más poderosa que las invenciones
de los hombres, introduce por su propia cuenta para burlarse de la literatura.
Lo cierto es que la "justicia" jamás esclarecerá
el caso Posadas Ocampo, pero a la larga la prensa demostrará no
sólo que éste fue un crimen de Estado, que puso de manifiesto
la profundidad de las nuevas relaciones que habían alcanzado a desarrollar
el gobierno de México y el Vaticano, en el marco del neoliberalismo
salvaje, sino que el hecho, por sí mismo, provocaría otro
escandaloso asesinato: el del ex gobernador de Guerrero, José Francisco
Ruiz Massieu.
Al calor de la conmoción que desató la muerte
de Posadas Ocampo, Salinas de Gortari recibió una dura reprimenda
por parte del gobierno de Estados Unidos, que le exigió hacer algo,
pronto y espectacular, para controlar la expansión de los barones
de la droga en México. Salinas aceptó el regaño y
pidió un poco de tiempo a fin de preparar la adecuada respuesta.
El 5 de septiembre de 1994, quince meses después del complot de
Guadalajara, la Secretaría de Hacienda incautó los negocios
del banquero multimillonario Carlos Cabal Peniche, quien se había
enriquecido inexplicablemente, no debido a su talento como inversionista,
sino a sus vínculos, jamás investigados, con la organización
de Juan García Abrego y Pablo Escobar Gaviria, a los cuales el magnate
yucateco sirvió como pantalla para lavar sus ganancias.
Con esa medida, Salinas devastó la ingeniería
financiera de ambos cárteles, que, en represalia, habrían
liquidado a Ruiz Massieu, el 28 de septiembre de 1994, por medio de un
sicario de Tamaulipas. Pero cuando Escobar Gaviria propuso a Salinas de
Gortari, por conducto de Posadas Ocampo, un acuerdo bajo el agua que le
permitiera vivir en México, el capo colombiano confiaba en
sus buenas relaciones con la familia presidencial, en virtud de las cuales
había empezado a construirse una mansión-fortaleza en las
selváticas playas de Quintana Roo, a escasos kilómetros de
la zona arqueológica de Tulum, y a menos de 800 metros de la casa
de descanso que, según los lugareños, estaba edificando Adriana
Salinas de Gortari.
Hoy, esas dos mansiones inconclusas están en manos
del Ejército Mexicano. Posadas Ocampo está muerto. Ruiz Massieu
está muerto. Escobar Gaviria está muerto. Los Arellano Félix
están muertos. Y el aparato de la justicia mexicana continúa
en manos de quienes jamás esclarecerán los crímenes
del gobierno de Salinas. Pero, como dijo el senador demócrata estadunidense
Robert C. Byrd hace unos días ante sus colegas: tarde o temprano,
la verdad saldrá a la superficie, "el peligro, sin embargo, es que
en algún momento ya no importe".
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