Samuel Ponce de León R.
Una epidemia en tiempo real
Como nunca, en las semanas recientes hemos tenido la rara oportunidad de observar la naturaleza humana en sus extremos. Por un lado, la brutalidad de la guerra y la ambición descarnada; por el otro, los esfuerzos multinacionales concertados -y a escala personal heroicos- por contener la epidemia de neumonía atípica. Como nunca, hemos visto cómo se desarrolla, casi desde su principio, la transmisión de una nueva infección cuya causa es un virus de muy reciente aparición y se extiende por hospitales, regiones, países y continentes.
No todo en el estudio de la epidemia fue solidaridad y desinterés, puesto que por meses la epidemia fue ocultada por las autoridades chinas, evitando así la posibilidad de contener el crecimiento de la epidemia e inclusive erradicarla. Para hoy, desafortunadamente, quizás sea demasiado tarde, y este novedoso coronavirus circulará entre todos nosotros más temprano o más tarde, dependiendo de lo estricto y eficiente de las medidas establecidas. La dificultad es muy grande, considerando las tardías medidas establecidas en China -donde habita la sexta parte de la población mundial-, y particularmente complicada, ante la inminencia del año nuevo chino, que es la celebración que se asocia al mayor desplazamiento poblacional que ocurre en nuestro planeta cada año.
A partir de marzo, cuando se reconoce el problema, el esfuerzo internacional resulta en acciones concertadas de control; en el estudio de muestras que permitieron en muy pocos días descubrir un nuevo virus y contar con métodos para su diagnóstico; en investigaciones en curso para descubrir medicamentos eficaces y vacunas. Hoy, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha conducido muy hábilmente el estudio concertado y la información actualizada en tiempo real. Pero la tarea apenas empieza, y uno de los puntos que debe ser atendido urgentemente es la imperiosa necesidad de contar con la colaboración de todas las naciones ante situaciones epidémicas que amenacen la salud mundial. Porque así como nunca estamos viendo la transmisión y número de enfermos en tiempo real, las mismas facilidades existen para la transmisión de los agentes infecciosos cuando su biología lo permite, como es el caso actual. Costumbres, viajes, densidad poblacional, turismo, exportaciones e importaciones, migración, espacios cerrados y saludos en un mundo con más de 6 billones de habitantes forman parte de un escenario óptimo para epidemias, y así hoy tenemos el SRAS o neumonía atípica por coronavirus.
De esta manera, son tres los asuntos que deben ser atendidos urgentemente por las agencias internacionales: la obligatoriedad de los estados de informar tempranamente y de aceptar intervenciones inmediatas de la OMS ante posibles brotes epidémicos; la necesidad de crear un fondo de apoyo para mitigar los daños económicos que resultan de hacer público el problema y de las medidas de control, y la estricta vigilancia del respeto a los derechos humanos cuando la salud pública requiere de intervenciones de control.
La actual epidemia representa un reto mayúsculo para los sistemas de salud. Si bien la mortalidad es relativamente baja (5 por ciento, aproximadamente), hay que considerar que potencialmente es una infección que puede afectar a muchos millones y que una elevada proporción de los pacientes requerirán de atención especializada en hospitales. También es un grave problema para las economías, dados los elevadísimos costos que ya son reales para algunos países asiáticos y que se multiplicarán conforme la epidemia se extienda. Por eso es urgente que la OMS y la ONU actualicen convenios y renueven mecanismos. El SRAS es sólo un ejemplo más de las infinitas posibilidades que tiene la naturaleza para sorprendernos.