Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 22 de abril de 2003
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Cultura

Teresa del Conde

Dos muestras, dos mujeres

En la actualidad es posible visitar dos exposiciones de artistas mujeres, la inaugurada con antelación en la galería Landucci corresponde a Gabriela Gutiérrez y la segunda puede visitarse en la Casa del Risco de San Angel (vecina al Bazar del Sábado) hermoso recinto dirigido por Ana Luisa Valdés, que incluye una galería bien acondicionada, muy propicia para montar exposiciones individuales siempre y cuando no sean de carácter masivo. La expositora aquí es Gilda Castillo. Ambas exhibiciones se encuentran desahogadas y se visitan con gusto, pero precisamente porque las dos expositoras son mujeres, además de que las conozco de tiempo atrás y las estimo a fondo, es que he reparado con especial cuidado en el giro que ofrecen.

Gabriela Gutiérrez ha intentado dar una vena ''conceptual" a lo que hace por medio de su muestra Descenso, acompañada por un catálogo cuidadosamente editado e impreso, cuyo prólogo está escrito por Lelia Driben. Veo demasiadas resonancias en esta artista, resonancias que a mi juicio no provienen de una auténtica necesidad de expresarse, sino más bien de sus incesantes búsquedas por parecer contemporánea, patentes en su muestra de la Galería Metropolitana de la UAM y ya visibles en lo que presentó en la Casa de la Cultura Jaime Sabines. Sus territorios pictóricos ''devastados", según expresión del poeta Eduardo Milán, por momentos me parecieron escenarios de tiro al blanco. La inclusión de perforaciones y de balas reales, alusivas a las guerras de todos los tiempos, pudieran parecer pertinentes más que nunca hoy día, pero se me antojaron innecesarias y forzadas.

Los procederes de Gabriela son más gráficos que pictóricos y su paleta contenida, luctuosa inclusive, alcanza por momentos sutileza y finura, pero el brío y la frescura que otrora la caracterizó está ausente, aunque es indudable que su profesionalismo es mayor. Sus resultados deparan incluso elegancia en algunas de sus composiciones. Por su ritmo y por la distribución de elementos, el cuadro que mayormente atrapó mi atención es Ovalo 2000, en cambio Ovalo negro, Ƒalusión a los agujeros negros?, me pareció redundante.

La exposición de Gilda Castillo está estupendamente museografiada y su lectura es muy nítida, cosa que se agradece. Parece sentirse más a sus anchas en sus pinturas sobre papel que en sus óleos. En estos últimos (salvo en uno, sagazmente colgado en un recoveco independiente) predomina una paleta con base en grises verdosos, azules tenues invadidos con toques claros, colores neutros, acuosos, contrapuestos a ciertos toques vivos, dosificados con sumo cuidado. Me da la impresión de que Gilda se ha propuesto economizar en extremo sus elementos simbólicos, que acusan algunas resonancias ''junguianas" alusivas a contenidos arcaicos que pretendidamente provienen del inconsciente colectivo. Sus formas son orgánicas y en la mayoría de los casos el espectador puede vincularlas con la idea de la fecundación, al binomio femenino-masculino y quizá también a la de la división celular. Eso, según mi sentir, provoca excesivas repeticiones, a pesar de que hay sabiduría en la manera como ella ha manejado el movimiento de sus pinceladas. Lo digo porque el imaginario de esta pintora es más rico de lo que deja ver en sus óleos, cosa que puede deducirse si se observan con la debida atención los trabajos sobre papel, que no deben tomarse -propiamente hablando- como dibujos, sino como pinturas que le otorgan al elemento-soporte su belleza y su idiosincrasia natural. Gilda Castillo parece proponerse eludir efectos atractivos en aras de acentuar una especie de afán cientificista que deja muy clara la concatenación fondo-forma. Sus fondos dialogan con esas formas de las que ella ha podido guardar información seguramente dentro y fuera de su cuerpo.

Hay un políptico integrado de recuadros ostentando apenas unas pequeñas ramitas que alcanza una sutileza fuera de lo ordinario. Este políptico fue el que me provocó, más que otros cuadros de mayor formato, el recuerdo de su exposición de paisajes presentada hará cerca de una década en el Museo Carrillo Gil. Como nada se pierde y todo se transforma, es de esperarse que retome algunas de las nociones que le llevaron a explorar el mundo que percibimos con el sistema visual-cortical.

No hay más vinculación entre lo que deparan las dos exposiciones que la siguiente: ambas son en cierto modo ''contenidas" a resultas del posible deseo de sus respectivas autoras por mantener un rigor que precisamente por ostentarse anticonvencional, pudiera caer en la convención.

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