Adiós, grandiosa Simone
PABLO ESPINOSA Y AFP
El mundo se nubló ayer desde un barrio rico de
la ciudad luz y las sombras alcanzaron las barriadas de Tyron, en Carolina
del Norte, debido a una mala nueva: Nina Simone, voz profunda de la negritud,
alma álbea y encendida, la cantante, pianista, compositora, mujer
admirabilísima que mayor influencia ejerció en distintos
senderos de la música durante la segunda mitad del siglo XX, dejó
de sonar la mañana de este lunes, a la edad de 70 años apenas
cumplidos en febrero.
Este Pigmalión poliédrico, este monumento
de carne y sangre y pasión, empero, seguirá sonando mientras
haya seres vivos en la Tierra. Su presencia en los bares semiclandestinos
de los años cincuenta y después en las mejores salas de concierto
del mundo y siempre en una discografía estupefaciente, habrán
de hacer hervir los poros de todas las epidermis, encender todas las fogatas
volcadas en sentimientos, enaltecer la respiración escuchada a unos
milímetros del pabellón de los oídos.
Sucesoras, no; alumnas, sí
Inabarcable
como pocas, las virtudes de Nina Simone pueden desgranarse una a una y
completar tratados enteros de musicología, toda una historia social
de las artes, una mitología moderna entera, una extensa literatura
de no ficción y toda una poética de la vida y sus encantos.
En una sola persona se reunieron, en efecto, el hechizo
de la música negra, la elegancia del music hall, la prontitud del
folk, la técnica scat, la magia tribal, la reivindicación
cultural africana, el prestigio de la música de concierto. ¿Sucesoras?
Imposible. Alumnas, sí, a la manera autodidacta, que es como mejor
se acomodan las enseñanzas. Quien conozca las maravillas que salen
de las entrañas y las cuerdas vocales de Cassandra Wilson, esa reina
indiscutible del jazz contemporáneo, tendrá más que
un consuelo: la escuela de Nina Simone está ahí continuada
en sus valores primordiales: verosimilitud, prestancia, técnica
y sobre todo honestidad.
Los brebajes que cantaba Nina Simone se beben con la misma
ritualidad que Julio el enormísimo cronopio Cortázar libaba
el canto de Nina Simone y lo equiparaba al gemido de ciervo enamorado de
Satchmo el enormérrimo cronopio Armnstrong. Tales combinaciones
letales tienen múltiples y borgianos senderos: la señora
Simone igual glosaba al poeta Robert Zimmerman (su versión de I
shall be released, poema dylaniano, es insuperable, aún mejor
que la del mismísimo Bob Dylan por supuesto), que al egregio Jacques
Brel (su versión de Ne me quitte pas arranca el alma, la
revuelca en azucenas y la vuelve a colocar), que a su alma gemela, esa
otra semidiosa e inmortal llamada Billie Holiday, que a los exquisitos
Ira y George Gershwin.
A su vez, sería glosada por creadores tan disímbolos
como Eric Burdon and The Animals (Don't let me be misunderstood),
por la maestrísima Roberta La Flaca Flack, que por el eminente
John Fogerty (con su poema en blues titulado I put a spell on you)
que a los más inimaginados juglares, trotamundos y goliardos del
planeta.
Poética de semidiosa
Nina Simone nació en febrero de 1933 en un poblado
rural de nombre Tyron, en Carolina del Norte, donde años más
tarde nacería Michael Jordan, ese Rudolf Nureyev del baloncesto.
Como en la canción de Willie Dixon, el destino de la pequeña
Eunice Kathleen Waymon -tal era su nombre de pila- estaba marcado, pues
unos mecenas la enviaron becada a Nueva York, cuando tenía 17 años,
luego de escucharla tocar el órgano y cantar en la iglesia del pueblo
pobre, semillero de los grandes maestros del gospel, soul, blues y jazz.
Pero ella nunca tuvo límites y rompió la
barrera de los géneros. A las músicas tradicionales afroamericanas
añadió el pop, el folk, el country blues, el music hall,
la música de concierto y el rock, en una maraña pastosa de
rocas que cada vez que caen, es decir cada vez que ella canta, acarician
las entrañas de todo aquel mortal que las escucha (las rocas, la
garganta y las entrañas de Nina Simone sonando como galaxias).
Formada entonces en la Julliard School of Music (de donde
han egresado Leonard Bernstein, Isacc Stern y muchas de las glorias de
la música clásica del mundo), la maestra Eunice Kathleen
Waymon tomó una serie de decisiones vitales.
Para empezar, enumeró, ya no se llamaría
Eunice Kathleen, sino Nina Simone. Nina como ''La Pequeña" y Simone
por la actriz francesa Simone Signoret, otra grandiosa.
Así empezó, a finales de los años
cincuentas, a dejar el testimonio que los mortales tenemos a la mano en
esos objetos de placer que son redondos y tienen un hoyito en medio: los
discos compactos. Su primer álbum fue para el sello Bethlehem. Desde
allí escuchamos su pianismo formidable. Una versión femenina
y superada del maestrísimo Duke Ellington, con la diferencia de
que Nina Simone no sólo es monumentalmente hermosa, sino que también
es colosalmente genial. Pianista entonces, luego compositora, cantante,
arreglista, inventora de una poética de semidiosa.
Por igual un aria de ópera (I Loves you, Porgy)
que un estándar del jazz, una recreación del Estados Unidos
Profundo con un gospel, un soul, un spiritual, lo mismo un fragmento de
música clásica en medio de un riff, de un break,
de un largo y tendido proceso improvisatorio al piano, alguna sorpresilla
pop, fragmentos de comedias musicales o bien cantos tribales africanos.
Todo eso en una sola persona. Todo eso en un talento inagotable. Todo eso
en una manera de frasear que rompe el alma. Todo eso en una manera de cantar
que cura el alma. Todo eso, creen algunos, se murió la mañana
de este lunes, nublada por la muerte física de Nina Simone en su
residencia de París. Todo eso, creemos todos, no se muere nunca.
Todo eso, que cantó y glosó Nina Simone, forma parte de la
belleza del mundo.
Todo eso nos alumbra.