Jorge Ramos, operador de una grúa en
el distribuidor vial de San Antonio
Un hombre cuya vida diaria son las megaobras
MIRNA SERVIN
Al igual que cientos de trabajadores que se mueven como
hormigas entre las inmensas masas de concreto para concluir el Distribuidor
Vial de San Antonio, Jorge Luis Ramos soporta por horas el ruido de las
cortadoras de varilla, la vibración del suelo que levanta polvo
y humo y generalmente más de ocho horas de labor diaria.
Este hombre de 31 años no es muy alto ni muy fuerte,
pero como operador de una grúa de carga, cuyo brazo supera los 15
metros de altura, puede mover él solo, sentado en una cabina, barras
de concreto desde 200 kilos hasta varias toneladas de material en las empresas
más importantes del país.
"He trasladado infinidad de cosas que el hombre no podría
mover si no es con una máquina". Por ejemplo, enormes tanques de
gas y estructuras de acero que han requerido Pemex e hidroeléctricas.
Lo
que para los transeúntes es digno de una cámara de video
y decenas de fotografías, como las que se toman diariamente durante
los movimientos de la obra, para Jorge es casi rutinario. Se ha colgado
de las trabes, ha utilizado sus manos para colocar piezas con gatos hidráulicos
y pasa horas dentro de un espacio de un metro por un metro, dentro de la
grúa, para cuyo manejo lo mandan llamar de distintas partes de la
República.
Su fuerza también alcanza para las cotidianidades
a las que los orilla el ritmo de la construcción: "voy al baño
antes de salir de mi casa y otra vez hasta que regreso, porque honestamente
no me gusta entrar a los de aquí. Mejor prefiero aguantarme".
El trayecto desde su casa, en Cuautitlán, hasta
el distribuidor vial, es de más de dos horas. No tiene tiempo de
ejercitarse o llevar una dieta especial. Más bien, alrededor de
la una de la tarde camina unos pasos, y parado junto a los puestos de la
orilla de la banqueta come para lo que le alcance. La oferta no es mucha:
tacos de guisado, de carnitas, de canasta, tortas y mucho refresco. Si
es un mejor día, una comida corrida de 30 pesos.
Sin embargo, Jorge aclara que no se perdería de
participar en lo que más le gusta hacer: los montajes.
Aunque admite que le va bien y está contento de
trabajar en una obra "que no se ve todos los días", Jorge lamenta
no tener estudios que ahora le permitieran ascender más rápido.
"Fue desida mía, porque en mi tiempo, cuando empecé a trabajar,
era muy destrampado y lo que me interesaba era el dinero". Después,
como él mismo dice, sentó cabeza desde los 20 años,
cuando se casó y se dedicó de completo a esta labor.
Cuando tenía 15 años, el ahora operador
dejó la secundaria y empezó como ayudante de mecánico
hasta que recibió la oportunidad de mover una grúa hace algunos
años. No se queja porque ahora gana entre 7 mil y 8 mil pesos por
las comisiones y tiempos extras
Sabe y enfatiza que la consecuencia de un error en su
trabajo no será un simple "machucón", porque su tarea no
conoce de pesos pequeños: "puras toneladas", y por supuesto, no
admite errores.
Su trabajo es supervisado diariamente, tanto en los movimientos
que ejecuta físicamente como los de la maquinaria. Hay que saber
de grados, ángulos, radios y capacidades. "No es cualquier cosa",
dice tratando de disimular su orgullo.
"Después nadie me va a creer cuando les diga que
participé para armar esto", dice el operador como para documentar
su propia historia llena de fuerza y mucho peso, que hoy también
es la historia de la ciudad que se transforma.