Howard Zinn*
Un patriotismo más afable y gentil
En algún punto, pronto, Estados Unidos declarará
su victoria militar sobre Irak. Como patriota no lo celebraré. Guardaré
luto por los muertos -por los soldados estadunidenses y por los ciudadanos
iraquíes, que serán muchos, muchos más-; mi luto será
por los niños que no perecerán, pero quedarán ciegos,
tullidos, desfigurados o traumatizados, como los menores bombardeados en
Afganistán, quienes, según informaron visitantes estadunidenses,
perdieron el habla.
Tendremos las cifras precisas de los muertos estadunidenses,
pero no las de los iraquíes. Recordemos que Colin Powell, después
de la anterior guerra del Golfo, informó que el número de
bajas nuestras era "pequeño", y cuando le preguntaron por los iraquíes
caídos, replicó: "Ese no es un asunto que me interese terriblemente".
Como patriota, que contempla los soldados muertos, ¿podré
consolarme pensando que "murieron por su país"? Me estaría
mintiendo. Quienes perecieron en esta guerra no murieron por su país,
sino por su gobierno.
La distinción entre morir por el país o
por el gobierno es crucial para entender lo que considero la definición
de patriotismo en una democracia. Según la Declaración
de Independencia -documento fundamental de la democracia- los gobiernos
son creaciones artificiales, establecidas por el pueblo, "que derivan sus
justos poderes del consentimiento de los gobernados", y a los que los ciudadanos
encargan asegurar el derecho igualitario a "la vida, la libertad y la búsqueda
de la felicidad". Es más, como dice la declaratoria, "cuando cualquier
forma de gobierno se torna destructiva de estos fines, es derecho del pueblo
alterarla o abolirla".
Cuando
un gobierno desperdicia sin miramientos las vidas de sus jóvenes
por los crasos motivos de la ganancia y el poder, alegando siempre que
sus intenciones son puras y morales (la invasión de Panamá
fue la Operación causa justa y la guerra actual es la Operación
libertad iraquí), viola su compromiso con la nación.
Lo primordial es el país (el pueblo, los ideales de sacralidad de
la vida humana y la promoción de la libertad). La guerra es casi
siempre -uno puede hallar raros casos de auténtica defensa propia-
un rompimiento del compromiso. No nos permite la búsqueda de la
felicidad, sino que nos acarrea desesperación y sufrimientos.
Mark Twain, declarado "traidor" por criticar la invasión
estadunidense a Filipinas, ridiculizó lo que nombraba "patriotismo
monárquico". Dijo: "El evangelio del patriotismo monárquico
es: 'El rey no puede hacer mal'. Lo hemos adoptado en todo su servilismo,
sin cambiarle nada importante cuando decimos: 'Con nuestro país,
¡haga bien o mal!' Hemos tirado el bien más preciado que teníamos:
el derecho individual a oponernos al país o a la bandera cuando
consideramos que se equivocan. Lo hemos tirado; y con este bien tiramos
todo lo realmente respetable de esa grotesca e irrisoria palabra, Patriotismo".
Si el patriotismo, en su mejor sentido, no en el sentido
monárquico, es la lealtad a los principios de la democracia, entonces
¿quién es un verdadero patriota: Teodoro Roosevelt, que aplaudió
la masacre de 600 hombres, mujeres y niños filipinos a manos de
soldados estadunidenses en una isla remota, o Mark Twain, quien la denunció?
Con el triunfo en la guerra de Irak, ¿nos deleitaremos
en nuestro poder militar y, a contrapelo de la historia de los imperios
modernos, insistiremos en que el imperio estadunidense es benéfico?
Nuestra propia historia muestra un panorama algo diferente.
Comienza con algo que en las clases del bachillerato se le llamó
"expansión hacia el Oeste" -eufemismo para referirse a la aniquilación
o la expulsión de los pueblos indios que habitaban el continente-,
en nombre del "progreso" y la "civilización". Continúa con
la expansión del poder estadunidense por el Caribe en la vuelta
del siglo XX, y luego hacia las Filipinas, y después con las repetidas
invasiones de Centroamérica y República Dominicana.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, Henry
Luce, propietario de Time, Life y Fortune, habló del
"siglo americano", en el cual este país organizaría
el mundo "como mejor pensara". Por cierto, la expansión del poder
de esta nación prosiguió, respaldando con mucha frecuencia
dictaduras militares en Asia, Africa, América Latina y Medio Oriente,
porque eran muy amistosas con las compañías y el gobierno
estadunidenses.
Estos antecedentes no dan confianza alguna en su alarde
de que le traerán democracia a Irak. Será doloroso reconocer
que nuestros soldados en Irak no pelearon por la democracia, sino por expandir
el imperio estadunidense, por la voracidad de los cárteles petroleros,
por las ambiciones políticas del presidente. Y cuando retornen a
casa, se hallarán con que los beneficios para los veteranos se redujeron
para pagar la maquinaria bélica. Se encontrarán con un presupuesto
militar que crece a expensas de la salud, la educación y los requerimientos
de los niños. El presupuesto de George W. Bush propone recortar
el número de desayunos escolares gratuitos.
Sugiero que los estadunidenses patriotas, a quienes les
importa su nación, actúen obedeciendo una visión diferente.
¿Queremos ser temidos por nuestra potencia militar o ser respetados
por nuestra dedicación a los derechos humanos? Cuando termine la
guerra en Irak, si es cierto que ya termina, necesitamos preguntarnos qué
clase de país será Estados Unidos. ¿Es importante
que sea una superpotencia militar? ¿No es exactamente esto lo que
lo hace blanco de los ataques terroristas?
¿No debemos comenzar por redefinir el patriotismo?
Necesitamos expandirlo más allá del estrecho nacionalismo
que ha causado tanta muerte y sufrimiento. Si decimos que las fronteras
nacionales no deberían ser obstáculo para el comercio -a
esto llamamos globalización-, por qué verlas como obstáculo
para la compasión y la generosidad.
¿No deberíamos comenzar a considerar a todos
los niños, en todas partes, como propios? Entonces, la guerra, que
en nuestros tiempos es siempre un asalto a la niñez, sería
inaceptable como solución a los problemas del mundo. El ingenio
humano deberá buscar nuevas vías.
Tom Paine usó el término "patriota" para
describir a los rebeldes que resistían el poder imperial. Agrandó
la idea del patriotismo cuando dijo: "Mi país es el mundo. Mis compatriotas
son la humanidad".
* Profesor emérito de la Universidad de Boston y
autor de The People's History of the United States (La historia
del pueblo de Estados Unidos).
Artículo publicado el 13 de abril pasado en Newsday,
de Long Island, Nueva York.
© Newsday
Traducción: Ramón Vera Herrera