Paco Ignacio Taibo II
Adiós, Chema Lozano
Fue en su día el juez de paz de la oligarquía y de la elite política. El Musacchio Ilustrado lo registra como "el casamentero de México". Alguna vez burlándome de él le dije:
-Chema, has casado y registrado a tantos miserables que te mereces el infierno.
-También divorcié a muchos y certifiqué defunciones. Por lo menos me toca el purgatorio -respondió, con ese humor socarrón que lo caracterizaba.
-Tengo mis dudas -reviré-. Has colaborado a perpetuar la especie de la nacoburguesía.
-Yo sólo los casaba, siguiendo la tradición de Melchor Ocampo; si no lo hubiera hecho, igual se casaban por la Iglesia, bola de cínicos -remató.
Era nativo de Amecameca y decía de sí mismo que era un caballero indígena, lo cual no estaba muy claro qué significaba. Algo entre un personaje de canción de Agustín Lara y un hombre de honor.
En los últimos años de su vida fuimos muy amigos, compartimos la mesa de la casa de mis padres al menos una vez por semana, fuimos juntos a manifestaciones y tianguis libreros.
Chema era una maravillosa fuente de información sobre un México en vías de extinción. Una enciclopedia viviente sobre los personajes y las historias. Sabía todo sobre el burdel de La Bandida, sobre los orígenes y crecimientos de la fortuna ilícita de Hank González, sobre el catolicismo secreto de Díaz Ordaz, sobre los Elías Calles y los envenenadores, sobre los fragmentos robados por los jefes priístas del Distrito Federal al bosque de Chapultepec, sobre las turbias relaciones entre el patriarca de los Azcárraga y los nazis, sobre Uruchurtu y la censura a los vodeviles.
En sus últimos años, mientras todavía era juez, había apoyado firmemente las campañas de Cuauhtémoc Cárdenas y eso había forzado su jubilación prematura a causa de una serie de fuertes presiones. Fue el autor de uno de los actos más inusitados de la campaña de Cuauhtémoc, el homenaje que le hicieron en el Lienzo Charro. Y apoyaba firmemente al PRD en Amecameca, donde un sobrino suyo había llegado a ser presidente municipal.
Tenía sobre este país y su pasado una visión que había pasado de la complicidad del observador complaciente a la crítica moral y furibunda. Y tenía un sentido del humor a prueba de bombardeos.
Eramos muy amigos. Extraños amigos, separados por nuestros pasados y por un puente generacional que no suele cruzarse. Mis padres, de una manera muy sabia, lo habían adoptado y era personaje habitual en sus comidas. Papá compartía con él su pan y su tequila; yo les leía poemas de Blas de Otero y Gabriel Celaya, y a cambio Chema nos contaba la historia de cuando intentaron ponerle brasier a la Diana Cazadora.
Le dediqué un folleto sobre las andanzas del cura Hidalgo y respondió regalándome un cuadro de Chávez Morado sobre Hidalgo y mandándose a hacer unas tarjetas de visita en las que decía: "Chema Lozano, juez retirado y orgulloso amigo de los Taibo".
Hace algunas noches, terminando de revisar las pruebas de la rescritura de la biografía del Che, encontré una extraña nota del comandante Guevara a propósito de sus lecturas en 1956, cuando vivía en el Distrito Federal, respecto a Bernal Díaz del Castillo y La historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Es un extraño homenaje al mestizaje en el caso del Che, tan poco dado a la retórica: "En estas página se puede conocer la síntesis de la nacionalidad mexicana que ha unido dos razas antagónicas plasmando el magnífico tipo humano que es el mexicano de hoy". Marqué el texto y me prometí llevárselo a Chema para que lo leyera y gozara la próxima vez que comiéramos juntos, uno o dos días más tarde.
No podré hacerlo. La noticia de su defunción cayó como una niebla maligna sobre nuestra casa. Escribí estas notas con el peso de su muerte sobre las teclas, luego vino la guerra y se perdió en las mesas de La Jornada. La recupero.
Ha muerto Chema Lozano, un hombre de principios, un hombre de honor en una sociedad donde abundan los canallas. Sus cenizas, flotando sobre esta ciudad, nos honran a todos.