Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 12 de abril de 2003
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Política
Dedican la obra a todos los niños que viven alguna guerra

Niebla y frío, escenario de Zorró el Zapató en la selva

Los menores de Tamerantong llevan a la Lacandona una representación de lo que es la vida cotidiana de los indígenas

HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO

Oventic, Chis. 11 de abril. Pocas veces la magia del teatro es más poderosa que cuando la presencia de un público tan "virgen" de artificios, como los cerca de 2 mil tzotziles de los Altos, que vinieron a celebrar el nombre de Emiliano Zapata y resultaron ellos los celebrados, gracias a la obra Zorró el Zapató, que viajó de París a su "lugar de origen" en las montañas del sureste mexicano, con motivo del aniversario luctuoso de Emiliano Zapata.

Este viaje lo soñamos hace mucho tiempo -explica al público un joven de origen africano, negro de veras y muy entusiasta al hablar. Los indígenas "del color de la tierra" no conocen pieles tan oscuras como la de este joven y de varios de los niños actores que están a punto de inundar el escenario del Aguacalientes II. Lo miran azorados.

Hoy, el telón lo pone la niebla. La magia, los 24 niños de Tamerantong (Tumadrenchanclas en castellano), representando una mascarada zapatista ante los zapatistas verdaderos, quienes a su vez ponen una atención absoluta, casi ritual, a lo que vino hoy a sus ojos y oídos.

Nosotros tenemos su misma lucha -sigue el presentador. El público ríe, no de burla. Bien a bien, no sabe de qué. Ha de ser la emoción. Algo está a punto de suceder. Sépase que ayer llegó un norte con aguaceros y frío, y lo que iba a ser una representación al aire libre, en sentido
estricto no lo es. La niebla impide ver más allá de 40 metros, y así crea los muros y la cúpula de un verdadero teatro.

Centenares de niños se apiñan en el suelo, al pie del escenario. Atrás, de pie, los adultos, hombres y mujeres de San Andrés, Chamula, Magdalenas, Chenalhó, Pantelhó, Zinacantán y San Juan de la Libertad.

Un presentador indígena, de pasamontañas negro y vestido de blanco, había dicho: "Agradecemos bastante a los que vinieron del país de Francia y les pedimos una disculpa que no pudieron llegar más compañeros por el mal tiempo".

El presentador afrofrancés dedica el acto a todos los niños que viven en alguna guerra: Los miembros de Tamerantong están particularmente conmovidos por los sucesos de la guerra en Irak. Muchos de estos niños que ustedes van a ver en la obra son de la misma cultura y religión de los niños de Irak.

Encuentro intergaláctico

El telón de niebla se levanta, pero no se va. A pesar del frío imperante, la escena transcurre en una selva tropical. Se oye la voz en off de la 'mayor Ana María' en su célebre y mil veces sampleado discurso de inauguración del Primer Encuentro Intergaláctico, enumerando los cinco continentes de la Tierra en este mismo Aguascalientes hace seis años. Corren varios niños de todos colores, descalzos, y se sientan sobre un tronco. A sus espaldas, lujuriosa, la selva pintada en un gran lienzo.

Música campirana. Ernesto, Pachanga, Patchanka, Ana María, Zapatito y Piñata oyen a Valentina contar la historia de Zorró el Zapató y su caballo flaco. Caballo flaco -repite riendo un indígena a mi lado-, yo tengo un caballo flaco. Poco hablará la gente durante la representación. Mudos de entretenimiento y emoción, reirán en las escenas ecuestres con los caballos hechos de señor y cartón. Abrirán la boca con un leve escozor cuando la Serpiente Emplumada dance artes marciales: es Quetzalcóatl, protector de Zorró el Zapató. Una tristeza profunda los invadirá en la escena climática donde Piñata, la niña más pequeña y graciosa de la obra, muera de una bala y la lloren los demás, y nadie en galería parpadeará.

Durante la toma de San Totó por los rebeldes, los helicópteros que trepidan en los magnavoces no resultan sólo un efecto sonoro: recuerdan a los indígenas sus días de guerra de verdad. Se sobresaltan. ¿Qué juego es éste, donde en el escenario transcurre una versión bizarra de esta vida real? El público trata de reconocerse en los actores. Quién espejo de quién. ¿'El teatro y su doble', que postulaba Antonin Artaud? (Todo esto no porque los tzotziles no tengan una tradición "teatral", particularmente los zapatistas, sino porque para ellos la representación es ritual o ejemplar, con otra idea del "espectáculo").

Para sorpresa de Christine Pellican, directora de la obra, y del muy profesional equipo teatral que acompaña a los niños actores, ha sido necesaria una explicación, en lengua tzotzil, de lo que sucede en escena. Una mujer con pasamontañas, que aparecerá de vez en vez durante el congelamiento de ciertas escenas, compara este teatro con los juegos de carnaval. Se reanuda la acción.

Zapató y la Serpiente Emplumada están en la montaña -dice Valentina, antes de que salte al escenario un hombre semidesnudo, pintado de verde y amarillo y con una máscara emplumada de colores. Circo, maroma, teatro. Y música.

Comedia. Don Durito de la selva Lacandona y su hermana Tequila regresan a San Totó después de años de ausencia. Se fueron niños. Han crecido. Y este Don Durito es un charro bobalicón y cobarde, aunque de buenos sentimientos, que se enamora perdidademente, desde el primer momento que la ve, de Cucaracha, hija del malvado gobernador.

Pero ya no estamos en la selva. Esta fue izada y abrió paso a una escenografía con la catedral de San Cristóbal de las Casas (más o menos) y otras fachadas, incluída una cárcel. El gobernador Pepepé de Pedito, lustroso charro, gordito y de baja estatura, maquillado de viejo, discute con el capitán Ramón Jamón, un niño rapado, con uniforme de húsar y bigote blanco.

Dirigido por una niña de 14 años (el Sargento García) un regimiento de sargentos uniformados entra y sale de escena, apuntando sus armas nerviosamente. Con el Capitán Jamón y el gobernador son serviles. A Don Durito y Tequila les hacen retén. Cuando se cruzan con los niños-indios gruñen y amenazan. Pronto empezarán a reprimir y apresar a los "indígenas" bigotudos y rancheros. Un monje de pastorela, llamado Tatik, entra y sale de la catedral para proteger a los nativos cuando son perseguidos. En algún momento también le toca que lo garroteen los soldados.

La escenografía gira. De pronto estamos dentro de la amplia casa de Tequila y Don Durito; éste sacude con un plumero los retratos de sus padres muertos. Los niños del público, agarrados al suelo como si fuera la orilla de una butaca, ni siquiera se miran entre sí. No les da tiempo. La gran cortina pintada de selva sube y baja. Giran los muros de la escenografía. Música y canciones. Las escenas "ecuestres" de pantomima provocan hilaridad, pero aun ésta casi silenciosa. Zorró aparece vestido de negro, con cartuchera al pecho, teléfono inálambrico y una espada. Despoja de sus rifles a los sargentos que duermen. La banda sonora de la obra teatral (de Ludwig von 88 y la célebre banda parisina Sargent García) se suma a energía en el escenario sin necesidad de luces y la mínima tramoya. Un hip-hop, 'Ya basta': 'Viva Zorró/viva el Zapató/Viva Renard la Chaussure".

Zapatito y Piñata, dos "indios" de siete años, son los más pequeños, bailan sin cesar, juegan, irradian una alegría escénica muy fuerte. Zapatito es bolero y negrito, representado por Kiriku. El personaje de Piñata, que personifica la niña Madarine, se ha robado el corazón de todos. Empieza la lucha. Los rebeldes bajan de la montaña y liberan a los presos. Guerra. Los soldados atacan San Totó para castigar la liberación. Combates en escena. Pum, pas. Zorró y la Serpiente Emplumada protegen a los rebeldes, a los niños, a Tatik.

Asamblea nocturna de los indios. ¿Ha llegado la hora de luchar y morir? Aparece Zorró. Le entregan un bastón de mando. Los hombres del público a mi alrededor se adelantan a la escena. "Van a darle el bastón de mando", adivinan. "Ahora, Zorró, tú eres nosotros". Máscaras para todos. La revuelta sobre San Totó.

Pero Piñata muere. Su cuerpecito yace sobre un zarape. Una canción la llora: "Duerme duerme niña/Baila niña baila/Que te cuida la luna". Lloradero en escena, de los personajes. Los niños tzotziles interrumpen la respiración. Espadazos cuando aparece Zorró. Cucaracha intercede por su padre, el vencido villano gobernador. "No hagan venganza personal. No somos ellos", dice Cucaracha a los rebeldes justicieros. "Perdónenlos, no sean como ellos. Recuerden que nosotros luchamos por la paz".

"La bala que mató a Piñata no tiene patria" dice un niño-actor. "La lucha no tiene patria", replica una niña-actriz. Pero los consuela saber que Piñata vive en la montaña. "¿La cuida la Serpiente Emplumada?" -pregunta Zapatito. En todo este tiempo, el público no se ha dado tiempo de cambiar de postura. Idolos de piedra tal vez, pero conmovidos.

El Danzón Dos, del compositor mexicano Arturo Márquez (con su sello muy Darius Milhaud), crea una atmósfera de película. Debido a los intermezzos en tzotzil, la representación se prolonga más de dos horas. Los niños de Tamerantong hacen la representación más difícil de su corta carrera teatral, ante un público silencioso que no aplaudirá ni siquiera al final. Frío y neblina. No hay los artilugios de un teatro urbano, como están acostumbrados.

Concluye Zorró el Zapató con una canción a cargo de toda la compañía. Regresa Piñata con música de marimba. Baile. Aparecen en el escenario 24 niños y niñas, alumnos de la escuela de Oventic, con paliacates rojos en el rostro. Cada uno frente a un niño-actor francés, son el telón. Entregan, a manera de reconocimiento, avioncitos de papel con dibujos y mensajes. En nombre de los indígenas, una voz al micrófono explica en francés: "Estos aviones de papel son la flota aérea zapatista, para los niños de Francia, como símbolo de nuestra lucha y por la paz en Irak, donde los niños son asesinados". Los niños de Tamerantong levantan sus avioncitos, algunas niñas lloran, mientras el público, los niños de maíz en quienes la obra se inspiró, hieráticos, sorprendidos todavía, permanecen inmóviles unos instantes más. Termina el teatro. Su magia, no.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
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