Dedican la obra a todos los niños que
viven alguna guerra
Niebla y frío, escenario de Zorró
el Zapató en la selva
Los menores de Tamerantong llevan a la Lacandona una
representación de lo que es la vida cotidiana de los indígenas
HERMANN BELLINGHAUSEN ENVIADO
Oventic, Chis. 11 de abril. Pocas veces la magia
del teatro es más poderosa que cuando la presencia de un público
tan "virgen" de artificios, como los cerca de 2 mil tzotziles de los Altos,
que vinieron a celebrar el nombre de Emiliano Zapata y resultaron ellos
los celebrados, gracias a la obra Zorró el Zapató,
que viajó de París a su "lugar de origen" en las montañas
del sureste mexicano, con motivo del aniversario luctuoso de Emiliano Zapata.
Este viaje lo soñamos hace mucho tiempo -explica
al público un joven de origen africano, negro de veras y muy entusiasta
al hablar. Los indígenas "del color de la tierra" no conocen pieles
tan oscuras como la de este joven y de varios de los niños actores
que están a punto de inundar el escenario del Aguacalientes II.
Lo miran azorados.
Hoy, el telón lo pone la niebla. La magia, los
24 niños de Tamerantong (Tumadrenchanclas en castellano), representando
una mascarada zapatista ante los zapatistas verdaderos, quienes a su vez
ponen una atención absoluta, casi ritual, a lo que vino hoy a sus
ojos y oídos.
Nosotros tenemos su misma lucha -sigue el presentador.
El público ríe, no de burla. Bien a bien, no sabe de qué.
Ha de ser la emoción. Algo está a punto de suceder. Sépase
que ayer llegó un norte con aguaceros y frío, y lo que iba
a ser una representación al aire libre, en sentido
estricto no lo es. La niebla impide ver más allá
de 40 metros, y así crea los muros y la cúpula de un verdadero
teatro.
Centenares de niños se apiñan en el suelo,
al pie del escenario. Atrás, de pie, los adultos, hombres y mujeres
de San Andrés, Chamula, Magdalenas, Chenalhó, Pantelhó,
Zinacantán y San Juan de la Libertad.
Un presentador indígena, de pasamontañas
negro y vestido de blanco, había dicho: "Agradecemos bastante a
los que vinieron del país de Francia y les pedimos una disculpa
que no pudieron llegar más compañeros por el mal tiempo".
El presentador afrofrancés dedica el acto a todos
los niños que viven en alguna guerra: Los miembros de Tamerantong
están particularmente conmovidos por los sucesos de la guerra en
Irak. Muchos de estos niños que ustedes van a ver en la obra son
de la misma cultura y religión de los niños de Irak.
Encuentro intergaláctico
El telón de niebla se levanta, pero no se va. A
pesar del frío imperante, la escena transcurre en una selva tropical.
Se oye la voz en off de la 'mayor Ana María' en su célebre
y mil veces sampleado discurso de inauguración del Primer Encuentro
Intergaláctico, enumerando los cinco continentes de la Tierra en
este mismo Aguascalientes hace seis años. Corren varios niños
de todos colores, descalzos, y se sientan sobre un tronco. A sus espaldas,
lujuriosa, la selva pintada en un gran lienzo.
Música
campirana. Ernesto, Pachanga, Patchanka, Ana María, Zapatito y Piñata
oyen a Valentina contar la historia de Zorró el Zapató
y su caballo flaco. Caballo flaco -repite riendo un indígena a mi
lado-, yo tengo un caballo flaco. Poco hablará la gente durante
la representación. Mudos de entretenimiento y emoción, reirán
en las escenas ecuestres con los caballos hechos de señor y cartón.
Abrirán la boca con un leve escozor cuando la Serpiente Emplumada
dance artes marciales: es Quetzalcóatl, protector de Zorró
el Zapató. Una tristeza profunda los invadirá en la escena
climática donde Piñata, la niña más pequeña
y graciosa de la obra, muera de una bala y la lloren los demás,
y nadie en galería parpadeará.
Durante la toma de San Totó por los rebeldes, los
helicópteros que trepidan en los magnavoces no resultan sólo
un efecto sonoro: recuerdan a los indígenas sus días de guerra
de verdad. Se sobresaltan. ¿Qué juego es éste, donde
en el escenario transcurre una versión bizarra de esta vida real?
El público trata de reconocerse en los actores. Quién espejo
de quién. ¿'El teatro y su doble', que postulaba Antonin
Artaud? (Todo esto no porque los tzotziles no tengan una tradición
"teatral", particularmente los zapatistas, sino porque para ellos la representación
es ritual o ejemplar, con otra idea del "espectáculo").
Para sorpresa de Christine Pellican, directora de la obra,
y del muy profesional equipo teatral que acompaña a los niños
actores, ha sido necesaria una explicación, en lengua tzotzil, de
lo que sucede en escena. Una mujer con pasamontañas, que aparecerá
de vez en vez durante el congelamiento de ciertas escenas, compara este
teatro con los juegos de carnaval. Se reanuda la acción.
Zapató y la Serpiente Emplumada están en
la montaña -dice Valentina, antes de que salte al escenario un hombre
semidesnudo, pintado de verde y amarillo y con una máscara emplumada
de colores. Circo, maroma, teatro. Y música.
Comedia. Don Durito de la selva Lacandona y su hermana
Tequila regresan a San Totó después de años de ausencia.
Se fueron niños. Han crecido. Y este Don Durito es un charro bobalicón
y cobarde, aunque de buenos sentimientos, que se enamora perdidademente,
desde el primer momento que la ve, de Cucaracha, hija del malvado gobernador.
Pero ya no estamos en la selva. Esta fue izada y abrió
paso a una escenografía con la catedral de San Cristóbal
de las Casas (más o menos) y otras fachadas, incluída una
cárcel. El gobernador Pepepé de Pedito, lustroso charro,
gordito y de baja estatura, maquillado de viejo, discute con el capitán
Ramón Jamón, un niño rapado, con uniforme de húsar
y bigote blanco.
Dirigido por una niña de 14 años (el Sargento
García) un regimiento de sargentos uniformados entra y sale de escena,
apuntando sus armas nerviosamente. Con el Capitán Jamón y
el gobernador son serviles. A Don Durito y Tequila les hacen retén.
Cuando se cruzan con los niños-indios gruñen y amenazan.
Pronto empezarán a reprimir y apresar a los "indígenas" bigotudos
y rancheros. Un monje de pastorela, llamado Tatik, entra y sale de la catedral
para proteger a los nativos cuando son perseguidos. En algún momento
también le toca que lo garroteen los soldados.
La escenografía gira. De pronto estamos dentro
de la amplia casa de Tequila y Don Durito; éste sacude con un plumero
los retratos de sus padres muertos. Los niños del público,
agarrados al suelo como si fuera la orilla de una butaca, ni siquiera se
miran entre sí. No les da tiempo. La gran cortina pintada de selva
sube y baja. Giran los muros de la escenografía. Música y
canciones. Las escenas "ecuestres" de pantomima provocan hilaridad, pero
aun ésta casi silenciosa. Zorró aparece vestido de negro,
con cartuchera al pecho, teléfono inálambrico y una espada.
Despoja de sus rifles a los sargentos que duermen. La banda sonora de la
obra teatral (de Ludwig von 88 y la célebre banda parisina Sargent
García) se suma a energía en el escenario sin necesidad de
luces y la mínima tramoya. Un hip-hop, 'Ya basta': 'Viva Zorró/viva
el Zapató/Viva Renard la Chaussure".
Zapatito y Piñata, dos "indios" de siete años,
son los más pequeños, bailan sin cesar, juegan, irradian
una alegría escénica muy fuerte. Zapatito es bolero y negrito,
representado por Kiriku. El personaje de Piñata, que personifica
la niña Madarine, se ha robado el corazón de todos. Empieza
la lucha. Los rebeldes bajan de la montaña y liberan a los presos.
Guerra. Los soldados atacan San Totó para castigar la liberación.
Combates en escena. Pum, pas. Zorró y la Serpiente Emplumada protegen
a los rebeldes, a los niños, a Tatik.
Asamblea nocturna de los indios. ¿Ha llegado la
hora de luchar y morir? Aparece Zorró. Le entregan un bastón
de mando. Los hombres del público a mi alrededor se adelantan a
la escena. "Van a darle el bastón de mando", adivinan. "Ahora, Zorró,
tú eres nosotros". Máscaras para todos. La revuelta sobre
San Totó.
Pero Piñata muere. Su cuerpecito yace sobre un
zarape. Una canción la llora: "Duerme duerme niña/Baila niña
baila/Que te cuida la luna". Lloradero en escena, de los personajes. Los
niños tzotziles interrumpen la respiración. Espadazos cuando
aparece Zorró. Cucaracha intercede por su padre, el vencido villano
gobernador. "No hagan venganza personal. No somos ellos", dice Cucaracha
a los rebeldes justicieros. "Perdónenlos, no sean como ellos. Recuerden
que nosotros luchamos por la paz".
"La bala que mató a Piñata no tiene patria"
dice un niño-actor. "La lucha no tiene patria", replica una niña-actriz.
Pero los consuela saber que Piñata vive en la montaña. "¿La
cuida la Serpiente Emplumada?" -pregunta Zapatito. En todo este tiempo,
el público no se ha dado tiempo de cambiar de postura. Idolos de
piedra tal vez, pero conmovidos.
El Danzón Dos, del compositor mexicano Arturo
Márquez (con su sello muy Darius Milhaud), crea una atmósfera
de película. Debido a los intermezzos en tzotzil, la representación
se prolonga más de dos horas. Los niños de Tamerantong hacen
la representación más difícil de su corta carrera
teatral, ante un público silencioso que no aplaudirá ni siquiera
al final. Frío y neblina. No hay los artilugios de un teatro urbano,
como están acostumbrados.
Concluye Zorró el Zapató con una
canción a cargo de toda la compañía. Regresa Piñata
con música de marimba. Baile. Aparecen en el escenario 24 niños
y niñas, alumnos de la escuela de Oventic, con paliacates rojos
en el rostro. Cada uno frente a un niño-actor francés, son
el telón. Entregan, a manera de reconocimiento, avioncitos de papel
con dibujos y mensajes. En nombre de los indígenas, una voz al micrófono
explica en francés: "Estos aviones de papel son la flota aérea
zapatista, para los niños de Francia, como símbolo de nuestra
lucha y por la paz en Irak, donde los niños son asesinados". Los
niños de Tamerantong levantan sus avioncitos, algunas niñas
lloran, mientras el público, los niños de maíz en
quienes la obra se inspiró, hieráticos, sorprendidos todavía,
permanecen inmóviles unos instantes más. Termina el teatro.
Su magia, no.