Jorge Camil
La doctrina Bush
En las semanas que antecedieron a la caída de Bagdad, George W. Bush anduvo malhumorado. Se mostró irritable en sus conferencias de prensa, y en una ocasión perdió los estribos con un reportero malicioso que se atrevió a preguntar: "Ƒentonces, cuántos días cree que tomará la conquista de Irak?" (después de todo, Dick Cheney había asegurado que Bagdad caería como un castillo de naipes). Pegando con los dedos en el atril presidencial Bush contestó acompasando cada sílaba con un golpe de la mano: "tomará el tiempo que sea necesario para derrocar a Saddam Hussein. šEso es lo que tomará!" Y no es para menos. Los generales y el señor de la guerra (como apoda El País a Donald Rumsfeld) le hicieron creer que los ejércitos de Hussein rodarían rendidos o derrotados a los pies de la coalición angloestadunidense. "Seremos recibidos como héroes por el pueblo iraquí", vaticinó en alguna ocasión el presidente.
Pero los iraquíes se defienden a capa y espada. y el vertiginoso avance del tercer ejército mecanizado hasta el aeropuerto de Bagdad parece haber sido parte de una estrategia para envolver a las tropas estadunidenses, que dejaron la retaguardia y el peligroso combate personal en las calles de Um Qasr, Basora y Nasiriya en manos de los rudos comandos británicos. Ahora, después de la incursión en Bagdad, el imperio enfrenta a atacantes suicidas y escudos humanos que dificultarán enormemente las decisiones instantáneas en el terreno de combate. Aunque la estrategia original contemplaba la ocupación de la mayor parte del país en el menor tiempo posible, esa medida diseminó a las tropas, redujo la densidad de ataque y complicó la distribución de combustible, servicios médicos, agua y alimentos.
Conscientes de que Estados Unidos ha peleado las tres últimas guerras descansando casi exclusivamente en su formidable poderío aéreo, algunos analistas cuestionaron la capacidad de las jóvenes tropas del general Tommy Franks para enfrentar un encarnizado combate urbano en las calles de Bagdad. Uno de los generales aliados, desanimado por el número de bajas (hecho que pone en tela de juicio la estrategia de combate) resumió la situación en una frase que irritó al Pentágono: "el enemigo que ahora enfrentamos es diferente al que imaginamos durante nuestros simulacros de combate".
Sin embargo, los preparativos para la anexión económica van viento en popa, y con un cinismo que ha exacerbado las críticas de la oposición europea el ejército estadunidense otorgó la semana pasada sin licitación alguna a Halliburton, la antigua empresa de Cheney, los primeros contratos privados para la "reconstrucción de Bagdad".
La estrategia militar revela con claridad las intenciones: en Kosovo y Afganistán, donde la superpotencia no abrigaba esperanzas de ocupación, la guerra fue aérea con bombardeos indiscriminados. Se trataba de pulverizar la infraestructura para doblegar al enemigo. En esta ocasión, por el contrario, los bombardeos son selectivos y hay 300 mil efectivos en el terreno de combate. La idea es conservar todo lo que pueda ser utilizando por la administración militar de ocupación (que podría durar una eternidad: šel tiempo necesario para democratizar al país!). De cualquier manera, Bush asegura que el costo de reconstrucción, estimado en 100 mil millones de dólares, "será pagado con petróleo iraquí". Y con un desparpajo que recuerda la facilidad con la que se modificaban los mandamientos de Animal farm, de George Orwell, la retórica oficial cambia de rumbo día con día. Así, la guerra para "descubrir armas de destrucción masiva" se convirtió en una campaña para "derrocar a Hussein", y la invasión para "liberar al pueblo iraquí" se volvió una lucha "para lo reconstrucción de Irak".
George Soros advirtió en The Financial Times los peligros de la doctrina Bush: una política exterior que descansa en la supremacía militar, la guerra preventiva y la creencia de que en las relaciones internacionales "el derecho y la legitimación son simples adornos". Los ataques del 11 de septiembre descubrieron al enemigo ideal: un ejército invisible que jamás desaparece y mantiene al pueblo atemorizado detrás del presidente. ƑQué pasará si la única superpotencia se preocupa exclusivamente por su supervivencia?, pregunta Soros. Las consecuencias están a la vista, contesta: la destrucción de la OTAN y la división de las naciones europeas. (El especulador financiero olvidó el daño ocasionado a un organismo multilateral más importante: Naciones Unidas y su Consejo de Seguridad.)
Mientras tanto, aún no aparecen las armas de destrucción masiva y Paul Wolfowitz, uno de los más peligrosos asesores de Rumsfeld, ha formado un gabinete fantasma con exiliados iraquíes que trabajan bajo su mando en cubículos instalados en el propio Departamento de Defensa. ƑPobre Irak? No, špobre Estados Unidos!