Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 8 de abril de 2003
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Espectáculos
La Sala Nezahualcóyotl, llena a tope de baile, sudor y dádivas en forma de sonrisas

Baobab música de prodigios, de coro tribal y tecnología

Modificó con su magia la geografía para que Africa y Cuba hicieran esquina

PABLO ESPINOSA

Una instantánea de la belleza del mundo y sus misterios: 10 hombres negros de túnicas blancas hacen una música de brillo romo y coros como anocheceres: coros de voces, coros de saxos, coros de tambores, coros de árboles. Todos esos coros ponen espejo al esplendor de la vida. Reflejan destellos en forma de sonidos de colores. ¿Había reflexionado el lector que el blanco y negro es en realidad en colores? Túnicas blancas, epidermis negras. Música de colores.

La escena, repetida de distintas formas a manera de poliedro durante dos horas, ocurrió el anochecer del domingo en la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl, llena a tope de baile, sudor y dádivas en forma de sonrisas sonadoras.

Los 10 hombres de blanco y negro mostraron nuevamente, como si hiciera falta, la relatividad de los colores. No hay blancos, no hay negros. Hay el ser humano y sus misterios. Entre esos misterios mostraron dos: el de la poesía y su hermana gemela, la música. El misterio colorido en explosivos tutti de una orquesta fenomenal, declarada como la mejor de Africa hoy día: la orquesta Baobab.

Durante las dos horas que modificaron con su magia la geografía para que Africa y Cuba hicieran esquina, Dakkar y La Habana una cuchilla, Santiago de Cuba y Senegal una glorieta gloriosa, sonó una música de prodigios de árbol y cemento, de coro tribal y tecnología, de coros en wolof, mandingo, español y francés.

Humo blanco de una pira de túnicas álbeas

De entre las miradas que maravillaron al mar de mujeres y hombres que rebullían en sus asientos, era notoria la fumarola de humo blanco que se elevaba por encima de esa pira de túnicas álbeas: las voces en wolof de Rudy Gomis, Ndiuga Dieng, Assane Mboup y Balla Sidibe en repetidos pasajes francamente operáticos. Y no es que la propuesta de Baobab tenga que ver con la Scala de Milán, sino que la rebasa: ya quisieran muchos foros de ópera del mundo esos momentos sublimes en que los cuatro cantantes principales discurren en alternancia de unísonos, solos, dúos, tríos, cuartetos. Maravillas.

A la voz tradicional, reconocible, del sonido Baobab, se ha sumado la voz del joven wolof Assane Mboup, que se amalgama con la voz rocosa del timbalero mágico Balla Sidibe, que se pone a punto de fisión con la voz saturnal de Ndiuga Dieng. Y si a esto le añadimos, como un basso continuo, una lluvia interior de percusiones sonando dentro de las mismísimas epidermis, sólo falta un elemento de entre este paraíso colorido para que el público se pierda en su éxtasis y se vuelva a encontrar, pues un par de saxos suena, estalla, barrita, gime, vuela y vuelve a estallar en el pecho de todos y cada uno de los escuchas en sus butacas. Les revienta el placer, entonces, en pleno saxo solar. Aunque ya es de noche.

La palabra mayor de Baobab la tiene siempre el jurisconsulto Barthelemy Atisso, líder indiscutible de estos hombres mágicos de blanco. Siempre callado, pira interior, el jurisconsulto Atisso atiza intervenciones solistas a la guitarra que hacen confluir, de manera inenarrable, en una sola guitarra muchas atmósferas, varios mundos, distintas epopeyas, esferas de vario linaje: puede el lector recordar los sonidos respectivos de Ry Cooder, Django Reinhjart, Eric Clapton y Andrés Segovia ejecutanto un aria de Johann Sebastian Bach, y se acercarán a la pira interior en la que arde la guitarra y el alma del jurisconsulto Barthelemy Atisso, el alma de Baobab.

Además de sonrisas sonadoras, el sonido de Baobab contiene una dosis de humor muy agradable. El valor contundente de la frescura, la hondura de lo pueril, los rasgos insondables del sonreír en música y en gesto.

El anochecer del domingo sonó en la Sala de Conciertos Nezahualcóyotl la intersección exactísima de las culturas musicales de Cuba y Africa. Un sonreír que abarca una extensión magnífica en el mapamundi. Un sonido entre ceiba y baobab. Una orquesta de árboles que cantan.

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