La Sala Nezahualcóyotl, llena a tope
de baile, sudor y dádivas en forma de sonrisas
Baobab música de prodigios, de coro tribal y
tecnología
Modificó con su magia la geografía para
que Africa y Cuba hicieran esquina
PABLO ESPINOSA
Una instantánea de la belleza del mundo y sus misterios:
10 hombres negros de túnicas blancas hacen una música de
brillo romo y coros como anocheceres: coros de voces, coros de saxos, coros
de tambores, coros de árboles. Todos esos coros ponen espejo al
esplendor de la vida. Reflejan destellos en forma de sonidos de colores.
¿Había reflexionado el lector que el blanco y negro es en
realidad en colores? Túnicas blancas, epidermis negras. Música
de colores.
La escena, repetida de distintas formas a manera de poliedro
durante dos horas, ocurrió el anochecer del domingo en la Sala de
Conciertos Nezahualcóyotl, llena a tope de baile, sudor y dádivas
en forma de sonrisas sonadoras.
Los
10 hombres de blanco y negro mostraron nuevamente, como si hiciera falta,
la relatividad de los colores. No hay blancos, no hay negros. Hay el ser
humano y sus misterios. Entre esos misterios mostraron dos: el de la poesía
y su hermana gemela, la música. El misterio colorido en explosivos
tutti de una orquesta fenomenal, declarada como la mejor de Africa
hoy día: la orquesta Baobab.
Durante las dos horas que modificaron con su magia la
geografía para que Africa y Cuba hicieran esquina, Dakkar y La Habana
una cuchilla, Santiago de Cuba y Senegal una glorieta gloriosa, sonó
una música de prodigios de árbol y cemento, de coro tribal
y tecnología, de coros en wolof, mandingo, español y francés.
Humo blanco de una pira de túnicas álbeas
De entre las miradas que maravillaron al mar de mujeres
y hombres que rebullían en sus asientos, era notoria la fumarola
de humo blanco que se elevaba por encima de esa pira de túnicas
álbeas: las voces en wolof de Rudy Gomis, Ndiuga Dieng, Assane Mboup
y Balla Sidibe en repetidos pasajes francamente operáticos. Y no
es que la propuesta de Baobab tenga que ver con la Scala de Milán,
sino que la rebasa: ya quisieran muchos foros de ópera del mundo
esos momentos sublimes en que los cuatro cantantes principales discurren
en alternancia de unísonos, solos, dúos, tríos, cuartetos.
Maravillas.
A la voz tradicional, reconocible, del sonido Baobab,
se ha sumado la voz del joven wolof Assane Mboup, que se amalgama con la
voz rocosa del timbalero mágico Balla Sidibe, que se pone a punto
de fisión con la voz saturnal de Ndiuga Dieng. Y si a esto le añadimos,
como un basso continuo, una lluvia interior de percusiones sonando
dentro de las mismísimas epidermis, sólo falta un elemento
de entre este paraíso colorido para que el público se pierda
en su éxtasis y se vuelva a encontrar, pues un par de saxos suena,
estalla, barrita, gime, vuela y vuelve a estallar en el pecho de todos
y cada uno de los escuchas en sus butacas. Les revienta el placer, entonces,
en pleno saxo solar. Aunque ya es de noche.
La palabra mayor de Baobab la tiene siempre el jurisconsulto
Barthelemy Atisso, líder indiscutible de estos hombres mágicos
de blanco. Siempre callado, pira interior, el jurisconsulto Atisso atiza
intervenciones solistas a la guitarra que hacen confluir, de manera inenarrable,
en una sola guitarra muchas atmósferas, varios mundos, distintas
epopeyas, esferas de vario linaje: puede el lector recordar los sonidos
respectivos de Ry Cooder, Django Reinhjart, Eric Clapton y Andrés
Segovia ejecutanto un aria de Johann Sebastian Bach, y se acercarán
a la pira interior en la que arde la guitarra y el alma del jurisconsulto
Barthelemy Atisso, el alma de Baobab.
Además de sonrisas sonadoras, el sonido de Baobab
contiene una dosis de humor muy agradable. El valor contundente de la frescura,
la hondura de lo pueril, los rasgos insondables del sonreír en música
y en gesto.
El anochecer del domingo sonó en la Sala de Conciertos
Nezahualcóyotl la intersección exactísima de las culturas
musicales de Cuba y Africa. Un sonreír que abarca una extensión
magnífica en el mapamundi. Un sonido entre ceiba y baobab. Una orquesta
de árboles que cantan.