Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Martes 8 de abril de 2003
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Cultura

Teresa del Conde

El Arzobispado

La colección Pago en especie a cargo de la Secretaría de Hacienda ha permitido un acervo, siempre puesto al día, que palia el muy escaso -casi nulo presupuesto- que el Estado mexicano dedica a la adquisición de obras artísticas muebles. No es ve-rídico que las colecciones públicas sean muy ricas y de aquí la razón por la cual se señala la importancia del pago en especie, como también se alienta el coleccionismo privado bien llevado que permite, por ejemplo, el actual homenaje al pintor Enrique Echeverría (1923-1972) en el Palacio de Bellas Artes.

Así como existe unanimidad, ojalá que absoluta, respecto del cese de una guerra que a todos atormenta, así también el hecho de que un edificio público de carácter federal amenace con la creación de un antecedente que contradice la laicidad del Estado, que prevalece desde la época de Benito Juárez, es algo que a todos atañe.

De concretarse el proyecto en cierto modo regresaríamos a los tiempos de la Colonia. Que exista libertad de culto, de creencias y también de enseñanza en las escuelas privadas es un hito que nos acerca a la democracia. Sin embargo, lo que no es admisible es que se pretenda entregar al clero el Palacio del Arzobispado, edificio que en su estado actual es del siglo XVIII y que se encuentra ubicado en la calle de Moneda 4, es decir, en uno de los ejes principales del Centro Histórico. Eso no quiere decir en modo alguno que no se celebre la existencia de la Comisión de Arte Sacro, ni tampoco que se pretenda la creación de un museo más que contenga piezas de la Colonia, incluidas desde luego las imágenes devocionales y los artefactos que desde el siglo XVI las acompañaron. Para nadie es un secreto que en sentido estricto se encuentran bajo la competencia del Instituto Nacional de Antropología cuyo director, Sergio Raúl Arroyo, ha dado muestras de ser un funcionario cultural de altura que tiene entre sus actividades la custodia de los bienes que pertenecen al patrimonio nacional a partir de las culturas prehispánicas y hasta concluido el siglo XIX.

Los bienes culturales del siglo XX, muebles e inmuebles, están bajo custodia del Instituto Nacional de Bellas Artes y su titular, Saúl Juárez, debiera manifestarse públicamente porque las colecciones integradas a la Dirección General de Promoción Cultural y Acervo Patrimonial (bajo la dirección de Juana Inés Abreu) están referidas a los siglos XX y XXI.

Y aunque no postulo la existencia de un ''arte sacro", porque las piezas así consideradas son en realidad obras artísticas, no veo mal la creación de otro museo de arte religioso de raigambre judeo-cristiana, siempre y cuando sea de carácter absolutamente laico y tenga como función primordial y única ilustrar e investigar un hito artístico tan importante en nuestra historia. Pero del mismo modo debemos hacernos cargo de que una inmensa mayoría de construcciones y de piezas prehispánicas fueron igualmente obras de carácter religioso. Es obvio que a nadie se le ocurriría, por ejemplo, establecer a Coatlicue, Coyolxauhqui o Tezcatlipoca como emblemas de un posible resurgimiento de nuestros dioses, en un ámbito en el que pudiera rendírseles culto. En sentido estricto, así debe acontecer con el patrimonio que empezó a reunirse a partir de 1521.

Por cierto, la casa inicial del Arzobispado fue edificada a instancias de fray Juan de Zumárraga en el siglo XVI y después de ser confiscada en virtud de las Leyes de Reforma, tuvo diferentes usos. Desde 1949 la hermosa edificación -que se encuentra en buenas condiciones, pues ha sido objeto de varias restauraciones y de un continuo mantenimiento- estuvo destinada a albergar la Dirección de Bienes Nacionales de la Secretaría de Hacienda.

La Iglesia tiene hoy día personalidad jurídica, algo que es positivo, porque se encuentra en condiciones de adquirir un recinto adecuado para llevar a cabo su empeño de analizar los simbolismos de la iconografía cristiana e inclusive de crear un instituto sobre el particular. No pocos empresarios mexicanos se sumarían con gusto a ese loable propósito que cae dentro del episteme. Pero de allí a que se intente la reapropiación por parte del Arzobispado católico de un ámbito federal integrado al proceso histórico generado por el juarismo hay un abismo infranqueable. Se dice que la religiosidad del presidente Fox tiene que ver con esto. La verdad, eso no resulta creíble ni siquiera para quienes están a cargo de la legación mexicana frente al Vaticano.

A eso se suma una costumbre inveterada que ya no tiene que ver con la Iglesia ni con sus ministros: ƑSe van a desmantelar otras instancias, éstas sí destinadas a culto público, para integrar el acervo del nuevo museo? Ahora sí que ni Dios lo quiera. Lo que necesitamos a gritos es más cuidado y más presupuesto para los museos que ya existen, lo contrario suena demagógico.

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