Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Lunes 7 de abril de 2003
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Mundo

EU ha pasado del discurso de agresión a los hechos

Cuba "toma nota" de la nueva hegemonía mundial

Crecen las hostilidades contra el régimen de la isla

GERARDO ARREOLA CORRESPONSAL

La Habana, 6 de abril. Como las corrientes marinas que chocan a mitad del océano y forman un remolino, en Cuba se están cruzando varios procesos políticos, acelerados por el oleaje que llega de la guerra contra Irak, que han creado un escenario de alta sensibilidad en la isla, del que suelen verse sólo fragmentos.

El primer proceso surge directamente de la guerra. Por ahora el objetivo de Estados Unidos es Irak, pero, según el más reciente informe de Washington, los países "patrocinadores del terrorismo" en el mundo son Irak, Irán, Siria, Corea del Norte, Libia, Sudán... y Cuba.

Estados Unidos pudo, sin obstáculos, acusar, juzgar y sentenciar unilateralmente a Irak, someterlo a fuego, buscar abiertamente el derrocamiento de Saddam Hussein, empezar a repartir contratos para la reconstrucción del país y hasta impedir que la Organización de Naciones Unidas condenara el ataque.

ƑQué lecciones deja esta conducta implacable para Cuba?

No hay nada que sugiera una repetición mecánica del entorno de la guerra en curso hacia el resto de países declarados enemigos de Estados Unidos. Tampoco puede pensarse que una crisis como la del Pérsico se repetirá en forma automática, menos aún frente a las costas estadunidenses.

Por ahora quizá la consecuencia más grave para esta isla del Caribe es que la potencia del norte ha pasado de elaborar un nuevo discurso de agresión y expansionismo a consumarlo en la práctica.

Sin ser una amenaza estratégica directa para Cuba, la guerra contra Irak es claramente el aviso de que Estados Unidos ha corrido hasta el último extremo su gama de opciones contra un gobierno enemigo sin que haya fuerza capaz de impedirlo, lo cual significa que puede reservarse el uso de un amplio abanico de recursos, desde una intervención militar como la de Irak hacia abajo.

Cuba está tomando nota de que, bajo las reglas del juego internacional que se están escribiendo a sangre y fuego, cualquier tipo de ataque puede ocurrir contra cualquier país en cualquier momento.

Primero en 1962 y luego en los años 80, bajo el reaganismo, la Unión Soviética hizo saber que, pese a su estrecha alianza, consideraba a Cuba parte de la zona de influencia estadunidense y no se expondría a un conflicto de fuerza para defender a esta isla. Aun así, el factor de rivalidad entre las potencias y el peso del campo socialista en el equilibrio mundial aún gravitaba en favor de La Habana. Ahora ni siquiera eso existe.

Choque de opciones en el conflicto bilateral

Antes de que estallara la guerra, el conflicto entre Washington y La Habana había entrado en una espiral de impulsos contradictorios, por primera vez en sus cuatro décadas. A finales de 2001, y al amparo de resquicios legales del bloqueo económico, se precipitó un torrente bilateral de negocios que llegó el año pasado a una facturación de 250 millones de dólares. Cuba pasó de ser el último en una lista de 228 compradores de alimentos a Estados Unidos, al lugar 144 y a terminar en 2002 en el escalón número 45.

Es el mayor boquete que haya sufrido la política de represalias comerciales contra la isla. Lo abrieron conspicuos abanderados del gran capital trasnacional (Cargill, Archer Daniels, Tyson) yiraqi_citizens_pgc empresas medianas y pequeñas, que en conjunto capturaron el 18 por ciento de las importaciones cubanas agroalimentarias.

Esta tendencia, que persiste, se combina con el interés de otros sectores (bodegas, puertos, seguros, marina mercante, turoperadores) y de un activo lobby que reúne en el Capitolio a demócratas y republicanos, diputados y senadores, liberales y conservadores, todos movidos por el resorte de normalizar las relaciones con Cuba y reanudar los negocios con este socio plausible ubicado a dos días de travesía marítima.

Al principio la Casa Blanca siguió esta novedad emergente con reticencia de bajo perfil, pero reaccionó más tarde. Impugnado por el Congreso, el activo anticastrista de origen cubano Otto Reich fue el año pasado, interinamente, subsecretario de Estado adjunto para Asuntos Hemisféricos. Su gestión, claramente hostil a La Habana, coincidió con acusaciones del gobierno estadunidense, ambiguas, cambiantes y nunca probadas, que trataban de ubicar a Cuba por lo menos como potencial fabricante de armas biológicas.

EU intensifica el conflicto

La principal señal adversa de Washington vino en mayo con un discurso del presidente George W. Bush en el que lanzó una "iniciativa para una nueva Cuba", que en esencia condiciona cualquier normalización de relaciones a una profunda apertura en la isla a la economía de mercado y el pluralismo político y abiertamente pide cesar los negocios con la isla.

El plan de Bush y el efímero ascenso de Reich revelaron una alianza de la Casa Blanca con la ultraderecha anticastrista radicada en Florida, decisiva base electoral para la familia del presidente, como lo demostró en noviembre último el triunfo de los candidatos de esa corriente y la relección de Jeb, el gobernador del estado y hermano menor del mandatario. Una muestra plástica de este vínculo fue, apenas la semana pasada, una manifestación de ultras cubanos en Miami de apoyo a la campaña bélica estadunidense que sugería abiertamente ("Ahora Irak, después Cuba") represalias militares contra la isla.

El gobierno cubano respondió al discurso de Bush con una violenta descalificación política y personal, sacó a millones de personas en marchas y mítines de protesta y realizó un referéndum para reformar la Constitución y declarar al socialismo "irrevocable". El mensaje hacia Washington fue contundente: las puertas están cerradas para cualquier cambio de sistema.

Pero el portazo también azotó al proyecto Varela, iniciativa opositora, respaldada con más de 11 mil firmas, que basada en hendiduras de la ley cubana pedía un referéndum nacional sobre eventuales reformas al sistema político y económico. Antes de que fuera procesado en cualquier sentido, el proyecto Varela quedó esterilizado al cerrarse aquellas rendijas.

Mientras la campaña bélica contra Irak se aceleraba desde finales del año pasado y principios del 2003, concentrando la mirada del mundo, la temperatura se disparaba en el microcosmos del conflicto Cuba-Estados Unidos, que retrocedía paso a paso a uno de sus rangos cíclicos de alta tensión.

La oposición

En La Habana, el jefe de la Sección de Intereses (oficina diplomática) de Estados Unidos, James Cason, protagonizó ya este año episodios que revelaron la tirantez del ambiente: asistió a una reunión opositora, que en Cuba es ilegal; ante periodistas extranjeros hizo declaraciones desafiantes para el gobierno cubano y luego albergó en su residencia una jornada completa de la prensa disidente.

La respuesta cubana fue el mes pasado la mayor batida represiva de su tipo contra la oposición, en la que fueron arrestados y llevados a juicios sumarios 78 activistas, para quienes se han pedido penas desde 10 años de cárcel hasta cadena perpetua.

Los procesos se basan, en lo fundamental, en una ley de 1999 que penaliza la difusión de información que el propio texto, y en su caso los jueces y fiscales, consideran favorable al interés de Estados Unidos y perjudicial para la seguridad nacional de Cuba.

Como en el sistema legal y en el discurso político cubano la oposición es inexistente o no reconocida, los argumentos oficiales ubican a todo tipo de opositor como agente al servicio de Estados Unidos. En su propia visión el gobierno cubano no está aplastando con la cárcel a un movimiento disidente, sino sofocando una acción intervencionista de una potencia extranjera.

Bajo este código, el destinatario del mensaje es el núcleo de poder estadunidense que toma las decisiones hacia Cuba. La reacción es una forma de decirle que no habrá cambios políticos y económicos en el país y que no cifre esperanzas en los que pueda promover la ahora golpeada oposición interna.

La ofensiva coincide con la celebración en Ginebra del 59 periodo de sesiones de la Comisión de Derechos Humanos (CDH), que como desde hace una década examina un proyecto de resolución sobre Cuba, esta vez presentado por gobiernos latinoamericanos (Costa Rica, Perú, Uruguay), pero alentado como siempre por Estados Unidos.

El debate y la votación de ese proyecto tiene una altísima prioridad en la política exterior cubana, pues la acusación de no respetar en alguna medida los derechos humanos es el argumento central estadunidense para mantener la política de cerco económico contra la isla.

ƑPor qué los cubanos emprendieron la oleada de represión, sabiendo que con ello llevaban un tanque de combustible a su propia hoguera en Ginebra?

Pueden explorarse tres posibles explicaciones, individuales o combinadas: a) porque abstenerse de la represalia no tendría peso alguno en Ginebra, b) porque la votación en la CDH está definida y c) porque, puestos los escenarios en la balanza, resultó más importante enviar el mensaje a Washington.

El factor interno

Una corriente más en escena es la de la situación interna en Cuba. La represión a los opositores ocurrió al cumplirse casi tres meses de una intensa movilización policiaca que arrancó en enero, inicialmente para enfrentar el naciente narcotráfico.

Pero, mediante un decreto-ley, la operación antidrogas tuvo un salto de calidad, al ampliarse a otros delitos como el proxenetismo y algunas modalidades de mercado negro, incluir como pena adicional común la confiscación de viviendas y sancionar conductas que hasta ahora se consideraban sólo susceptibles de rehabilitación médica o social, como el consumo de drogas y la práctica de la prostitución.

El resultado neto en la calle es que la policía cubana tiene en sus manos la agenda de objetivos más amplia de la que haya dispuesto en décadas y la "lucha contra las ilegalidades", incluso la corrupción administrativa, ocupa atención destacada en la política gubernamental.

El reacomodo mundial, condensado en la guerra contra Irak, se ha cruzado así con la restructuración del conflicto entre Washington y La Habana, en el que una tendencia emergente en Estados Unidos, favorable a la distensión, aún es incapaz de imponerse, pero coexiste con la que prevalece en la Casa Blanca, que se ha remontado a uno de los periodos de mayor hostilidad y ha desembocado en el endurecimiento del gobierno cubano.

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