Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Sábado 5 de abril de 2003
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Cultura

Juan Arturo Brennan

El otro señor de los anillos

Se llama Wotan, es un dios, y es el eje alrededor del cual se mueve el vasto y fascinante fresco dramático-musical creado por Richard Wagner en su tetralogía operística El anillo del nibelungo. En fechas recientes, con gran expectativa previa y muy buena respuesta de público, el Festival de México en el Centro Histórico ofreció en Bellas Artes la primera de las cuatro óperas, El oro del Rhin, como inicio de un proyecto integral que contempla la puesta en escena de las otras tres en 2004, 2005 y 2006.

De entrada cabe señalar que, como ya es su costumbre, el binomio operístico formado por Sergio Vela en la dirección escénica y Guido Maria Guida en la dirección musical abordó este proyecto con una línea de conducta fundamental: tomar riesgos y asumir cabalmente las consecuencias y los resultados. Gracias a ello, esta puesta de El oro del Rhin resultó en general escénicamente deslumbrante y musicalmente coherente, más allá de las inevitables aristas por pulir y los momentos perfectibles.

Desde el inicio de la ópera, la escena de las acrobáticas doncellas del Rhin es una delicia visual y sonora por cuanto las evoluciones aéreas no impiden para nada el buen desempeño vocal de las tres vigilantes del oro. Además del buen empleo de los recursos de la tecnología visual, la puesta en escena de Vela estuvo llena de detalles plásticos realmente interesantes. Por ejemplo, la primera aparición de Wotan, que es una réplica de la aparición de Kurwenal en el Tristán dirigido por Vela en 1996. O el hecho de que el Valhalla se empequeñezca, literalmente, al momento de la aparición de los gigantes quienes, por cierto, guardan una inquietante similitud (Ƒintencional?) con algunas representaciones tradicionales del Golem.

Quienes han mencionado, inclusive en términos peyorativos, la enorme carga de teatralidad que hay en esta propuesta escénica se olvida de que las palabras ''ópera" y ''realismo" no pueden coexistir en la misma frase. Es necesario entender, por ello, que en la raíz de la parte escénica de El oro del Rhin están, entre otros referentes, el teatro griego, la commedia dell'arte, algunas tradiciones orientales y hasta el carnaval veneciano. Así, al margen de detalles como la evidente incomodidad del dios Donner con su tonante martillo, la puesta en escena (arriesgadamente acotada a un estrecho espacio circular) responde plenamente a la idea de que un mundo habitado por dioses, sirenas, enanos y gigantes no puede ser sino teatro, y con mucha fantasía.

A su vez la dirección musical de Guido Maria Guida consiguió, una vez más, la superación de la Orquesta del Teatro de Bellas Artes, que logró sobre todo un tejido musical continuo y unitario como lo requiere Wagner. Acaso por la falta de costumbre de enfrentar este repertorio con frecuencia, a la orquesta le falta lograr del todo esa pasta, esa sólida densidad que es indispensable para un buen Wagner. Por lo demás Guida y la orquesta supieron destacar y perfilar con claridad cada leitmotiv wagneriano, lo que le añadió a la parte musical de El oro del Rhin una bienvenida componente didáctica. Momentos musicales especialmente logrados: toda la escena de las sirenas con Alberich, la primera aparición de los gigantes, y la convocatoria que hace Donner a las fuerzas de la naturaleza.

A título personal y retomando la idea de la densidad wagneriana hubiera preferido más yunques y más arpas, pero a veces los recursos y los espacios no dan para más. Al interior de un reparto multinacional muy homogéneo (con las presencias destacadas de Jürgen Linn como Alberich y Pierre Lefèbvre como Loge), los cantantes nacionales estuvieron a un buen nivel, destacando sobre todo la breve pero efectiva presencia de José Guadalupe Reyes en el rol de Mime, una especie de hiperkinético Tío Cosa en anfetaminas que resultó muy divertido. En suma, un inicio de El anillo del nibelungo que valió la pena ver y oír.

Y aunque parezca un mero juego de palabras o analogía coyuntural, no está de más, a la luz de este anillo wagneriano, revisar a Tolkien (de preferencia en los originales literarios, aunque las dos primeras películas de la serie El señor de los anillos son bastante buenas) para hallar algunas correspondencias ideológicas y mitológicas interesantes.

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