TOROS
Cuarto festejo con reses tan bien presentadas como en los anteriores
Dos bravos toros de Huichapan fueron los triunfadores en La Florecita
El Calesa, sin evolucionar Empeñoso, Paco Muñoz Un buen toro de Tequisquiapan
LEONARDO PAEZ
Cuando por el sonido local de la plaza de toros La Florecita se anunció que al triunfador del festejo se le premiaba con un capote de brega, alguien gritó: "šQue se lo den al ganadero!"
Y tenía toda la razón. En la cuarta corrida del serial organizado por Carlos Quintana y Dick Acha en el coso de Ciudad Satélite -sin discusión el más serio del estado de México por el ganado que en ella se lidia- el verdadero triunfador resultó a la postre el escrupuloso ganadero del hierro de Huichapan, Adolfo Lugo Verduzco.
Se lidiaron dos toros muy bien presentados de Huichapan y otros dos de Tequisquiapan -hoy propiedad de la joven criadora Mónica Serrano-, de similares características, es decir, con el trapío serio y las exigencias de lidia que sólo dan la edad y la buena crianza.
Detallismo sin entrega
Luego de un sencillo homenaje por sus 25 años de alternativa al matador Jorge Gutiérrez, hicieron el paseíllo César Alfonso Ramírez El Calesa y Paco Muñoz, quienes desafortunadamente no pudieron estar a la altura de los astados, ya por exceso de precauciones, ya por falta de conexión con los abarrotados tendidos, a los que poco faltó para que se llenaran.
A estos muchachos no se les puede exigir sitio ni mayor despliegue técnico, pero sí afición y entrega, pruebas elocuentes de su hambre de ser.
El nieto del Poeta del Toreo hizo abrigar esperanzas cuando se abrió de capa con su primero, Sansón (515 kg), de Tequisquiapan, con cara y bravura, al que ligó cuatro verónicas y media. Y como ocurre siempre que sale el toro, luego de recibir tres varas propició que en el ruedo se hiciera un herradero, tan revelador como emocionante.
Tras torero doblón inicial El Calesa intentó todo, aunque nada le salió. Derechazos sin embarcar, mandar ni aguantar, y naturales sobre pies, lo que evidenció la poca evolución de su actitud anímica, atenida a detalles de buena factura. Se dio a torear por la cara no sin apuros, por lo que debió intervenir la cuadrilla, como si de un pregonao se tratara. De tres cuartos en buen sitio se deshizo de un astado que pedía una lidia más convencida.
Con Gitano (540 kg), de Huichapan, un precioso animal finamente cortado que empujó en dos puyazos y que llegó a la muleta emotivo, fijo y claro, César Alfonso nunca se confió, y tras un sinfín de muletazos escuchó gritos de štoro! y música de viento. Media contraria y dos descabellos acabaron con un burel que, frente a otra muleta, habría lucido en serio su encastada bravura. La ovación a sus restos, fue unánime.
Técnica sin expresión
Paco Muñoz, no obstante lo poco toreado que está, posee bases más sólidas y valor sereno, pero no acaba de convencerse de que el toreo tiene que ser, además, expresión personal.
Con Monarca (495 kg), de Huichapan, largo, hondo y cómodo de cabeza, que hizo una hermosa salida de bravo, rematando abajo en los burladeros, y al que la precavida cuadrilla, desacostumbrada al toro, bregó desde el callejón, Muñoz, algo embarnecido, realizó un quite por ceñidas chicuelinas, la segunda bellísima, luego de que el burel empujara en certero puyazo.
Empezó la faena con tres sabrosos pases por alto y siguió con derechazos -en toda la tarde no intentaría un natural- algo despegadillos pero con sentido de la estructuración. Luego ejecutó la misma suerte a pies juntos y como el repetidor toro se empleara en cada muletazo, acabó por exhibir la solvencia, más que la entrega, de Muñoz. Sanjuaneras y un molinete fueron el preámbulo a dos pinchazos y dos metisacas que empañaron su decorosa labor. Vuelta dio el matador, cuando debió salir con las orejas, y una cerrada ovación homenajeó a otro buen toro.
Cerró plaza Goliat (555 kg), de Tequisquiapan, bien armado, alto de agujas y reunido de carnes, vaya, otro toro que, como los anteriores, también sería estrellado en la barrera, que tumbó al mismísimo Efrén Acosta y recibió un multipuyazo en toriles.
En un momento hasta seis toreros hubo en el ruedo. Luego, Muñoz volvería a su repertorio derechista, pero ahora ante un burel soso que llevaba la cabeza a media altura. Volvió a ponerse pesado con la espada, hasta escuchar dos avisos, lo que no fue obstáculo para que se arrancara a dar la vuelta.
La ennegrecida arena en los medios fue el testimonio final de que allí embistieron, con mayor o menor calidad y bravura, los cuatro toros lidiados.