José Cueli
El dictador sanguinario
Empieza la cuenta regresiva y de nuevo veremos las atrocidades de la guerra. Una guerra que no tiene razón de ser, que resulta de una arbitrariedad absoluta y total, obedece a intereses mezquinos y al conflicto infantil no resuelto de un dictador que se ha erigido, sin que nadie se lo haya solicitado, en el defensor del planeta. El asunto es muy grave no sólo por la conflagración, sino por sus antecedentes: una guerra que se decidió de manera unilateral, que se salta a la brava el orden internacional y que desoye las voces de miles de personas (inclusive estadunidenses) que piden la paz.
El dictador y sus pajecillos decidiendo la suerte del mundo. Una suerte que ensombrece el panorama mundial y carga el aire, ya enrarecido, de zozobra, ansiedad y desesperanza. Resultan de un cinismo total y absoluto las declaraciones que día con día expresa George W. Bush que van desde las amenazas omnipotentes cargadas de narcisismo y casi rayanas en lo delirante, más propias de un individuo rabioso detenido en su desarrollo emocional que de un hombre maduro que dirige los destinos de la nación más poderosa del mundo.
Aquel que actúa bajo la égida de la ley del talión, no hace sino sembrar violencia que engendra todavía más violencia. Aquel que ha criticado sin límite al terrorismo y en su momento se declaró ''el justiciero infinito" se ha convertido en un terrorista más.
No imagino cómo podrá dormir tranquilo sabiendo que morirán miles de seres humanos que ninguna culpa tienen de los desatinos de Saddam Hussein. Tal parece que la masacre de Afganistán no fue suficiente para saciar los impulsos destructivos del señor Bush y necesita demostrar su poderío en Irak para dar rienda suelta a su sadismo y a su prepotencia y de refilón sanear la economía de su país por medio de la industria bélica.
Volveremos a ver cómo la televisión eleva sus ratings al difundir el taquillero tema de la guerra como espectáculo. Despliegue de tecnología para ''transmitir en vivo y a todo color" las fechorías de un par de dictadores insanos, pero eso sí con unos imágenes terroríficas y unos efectos especiales que ni los mejores cineastas hollywoodenses podrían producir. Lo grave, lo ominoso, es que la película que veremos no será una ficción que reflejará de manera descarnada hasta dónde llega la maldad y el egoísmo humanos, ya que morirán cientos de seres inocentes que sólo quieren vivir y ver crecer a sus hijos, que sólo aspiran a ejercer el más elemental de los derechos humanos: vivir en paz.
Sigmund Freud tenía razón: el instinto de muerte domina.