Treinta y cinco misiles no pudieron destruir
a Hussein
El ataque a la capital iraquí se inició
con un sollozo, no con un trueno
ROBERT FISK ENVIADO ESPECIAL THE INDEPENDENT
Bagdad, 20 de marzo. Si este fue el inicio de la
"guerra contra Saddam" de George Bush, fue en verdad patético. Tras
dos estruendos apagados muy al sur de Bagdad la mañana de este jueves,
y un destello de fuego de rastreadores y baterías antiaéreas
sobre la capital iraquí, lo único que se podía concluir
era que el conflicto angloestadunidense se había iniciado con un
sollozo y no con un trueno. Treinta y cinco misiles crucero -al costo de
40 millones de dólares, junto con cuatro ataques aéreos-
no pudieron destruir a Saddam. En otras palabras, los estadunidenses fallaron.
Y en la hora siguiente, a las 5:30 de la mañana,
allí estaba Saddam en persona en la televisión gubernamental
iraquí, especificando la hora y minuto exactos de su aparición
posterior al ataque, con aspecto de cansancio quizá pero con esa
misma voz pedregosa que le hemos conocido a lo largo de los años.
"Tú triunfarás, pueblo iraquí", anunció. "Tu
enemigo irá al infierno y morirá, con el favor de Dios."
Como de costumbre, no olvidó su reiterativa retórica militar.
"Usen la espada, no teman. Usen la espada. No le teman a nadie. Usen la
espada y será su testigo..."
Así que Saddam ganó el primer round.
Todo el día los iraquíes se preguntaron qué hacían
los estadunidenses. Habían oído que el presidente George
Bush hablaba de una "coalición" de 35 naciones, aunque saben bien
que sólo los británicos están preparados para combatir
junto con los estadunidenses. No podían entender por qué
Bush, que ha alardeado del "estremecimiento" y el "asombro" de su bombardeo
aéreo, tenía que empezar en esta forma. Esperaban el rugido
de un león, y todo lo que recibieron fue un ratón, un "blanco
de oportunidad", como le llamó el Pentágono, que simplemente
falló.
Al principio la ciudad de Bagdad quedó pasmada
ante el estallido de la guerra. Durante más de una hora observé
a los rastreadores cruzar el cielo del alba sobre la ciudad y el destello
amarillo de las baterías antiaéreas emplazadas en el techo
de un ministerio. El sonido era impresionante -los iraquíes siempre
han sido buenos para los efectos de sonido tipo bombardeo de Londres-,
pero cuando llegó la luz del día las primeras explosiones
se confundían con las llamadas a la oración del Fajr desde
los alminares de Bagdad. ¿En cuántas ocasiones durante los
últimos mil años, me pregunté, habrán resonado
bajo sitio esas mismas campanadas en esta enorme ciudad?
"No nos había dicho eso antes"
Algunos iraquíes compraban periódicos, sujetos
a férreo control gubernamental e impresos demasiado tarde por el
ataque aéreo, pero llenos de los usuales exhortos a la lucha. Sólo
unas cuantas tiendas abrieron; mi búsqueda de frutas y verduras
frescas resultó inútil. Había más soldados
en las calles y policías con nuevos cascos de acero que tienen cintas
plásticas de camuflaje, y cuadrillas de jóvenes que cavaban
trincheras y las rodeaban de costales de arena. Sin embargo, sólo
vi dos vehículos blindados en toda la ciudad y la mayoría
de los soldados sonreían a los periodistas y hacían obedientes
la V de la victoria.
¿Podían hacer otra cosa? Causó mucha
discusión en Irak -como probablemente en Europa y América-
la extraordinaria indicación de Bush de que esta guerra "podría
durar más y ser más difícil de lo que esperábamos".
Un hombre de negocios iraquí que comía en uno de los pocos
hoteles que quedan abiertos en la ciudad concluyó que las dificultades
del conflicto de Bush se mantuvieron ocultas a los estadunidenses y británicos
hasta que fue demasiado tarde para dar marcha atrás. Hasta los pocos
occidentales en Bagdad se quedaron con la boca abierta. Como uno de ellos
dijo, "no nos había dicho eso antes".
En los alrededores de Bagdad se atrincheraban los soldados
de Saddam. En un viaje de 25 kilómetros hacia las afueras, hoy,
vi hombres levantando emplazamientos de artillería en las entradas
de la ciudad y camiones militares ocultos bajo los pasos a desnivel, así
como cuarteles abandonados deliberadamente. Son tácticas normales
en cualquier ejército a la defensiva -los serbios hicieron exactamente
lo mismo antes del bombardeo de la OTAN, en 1999-, mientras cada instalación
importante era resguardada por voluntarios baazistas y miembros de tribus
locales.
En un gran silo que visité -había aún
dos australianas sirviendo de escudos humanos- casi todo trabajador
estaba armado con un rifle Kalashnikov. El ministro iraquí
de Comercio, flanqueado por dos docenas de fotógrafos, se presentó
para expresar su gratitud a las dos damas, que mostraron radiantes sonrisas
a las cámaras. Quizá más tarde, cuando la guerra termine,
consideren su participación en este teatrito como algo que es mejor
olvidar que recordar. Todo dependerá, por supuesto, de qué
conejos salgan del sombrero si Estados Unidos "prevalece" -como le gusta
decir a Bush- y cómo mire el mundo entonces al régimen de
Saddam. Por hoy está muy vivo aún.
Todos los cruceros de ferrocarril están custodiados
por soldados y milicianos, y en la mayoría hay retenes militares.
Irak, sin embargo, es un país que lleva demasiado tiempo en guerra.
Las casas sin pintar de los suburbios, las buganvilias que crecen sin que
nadie las cultive, los vagones vacíos y las máquinas diesel
abandonadas que saturan los patios ferroviarios hablan de cansancio y de
una economía en ruinas. Las plataformas de la gran estación
de ferrocarril de Bagdad -una extravagancia imperial construida por los
ingleses durante el mandato posterior a la Primera Guerra Mundial, con
todo y domo seudoislámico- están cubiertas de hierba y maleza.
Vaya un lugar para que Bush y Blair peleen por él, fue una idea
inevitable en ese momento. Y sólo al volver a Bagdad, donde se puede
ver el gas butano quemándose en las refinerías de petróleo,
puede uno recordar qué es lo que ha hecho de Irak un objetivo tan
tentador desde 1917.
© The Independent
Traducción: Jorge Anaya