Adolfo Sánchez Rebolledo
šNo!
El presidente Bush cumple lo que promete: ya está en guerra. ƑQué podían contra esa fatalidad las voces sensatas de otros países, el no universal repetido en todas las lenguas de la tierra, la diplomacia serena inventada por la civilización para no matar, la política concebida como un arte indispensable para la paz, el viejo sentido común que prefiere un mal arreglo a un buen pleito? Nada, sencillamente nada.
Esa es la primera lección de estos tiempos trágicos: la gran potencia solitaria encabezada por el texano Bush no cree en las palabras ni se detiene ante la razón. Sólo teme a Dios, y por sus intereses habla la fuerza, el poder desmesurado de un país en crisis que tiene al planeta en un puño.
Hoy, a la hora de escribir estas líneas, el mundo está solo, inerme ante el poder ilimitado de la Gran Potencia; le acompaña su conciencia, la dignidad de los que resisten sin plegarse a la realpolitik, esa pequeña sabiduría que es capaz de entregar vidas ajenas por un poco de comercio injusto. Esa es la verdad. Ni la ONU ni el Papa, ni la voz ejemplar de artistas y escritores, ni el clamor de apasionados defensores de la libertad protestando en Washington, ni siquiera el recuerdo doloroso de Vietnam, ni los millones de carteles dibujados con lágrimas pudieron frenar a los Rumsfelds, a las Condoleezas de la Casa Blanca, a todos los Cheneys que se refugian bajo las piedras del Pentágono para jugar a la muerte, ni a sus arrogantes palafreneros Aznar y Blair, preocupados por salvarnos, šOh España!, ahogando a la humanidad en otra aventura de sangre y violencia, una más de las que avergüenzan a nuestra especie.
No requerimos de la CNN para saber quién ganará la "guerra", eufemismo para no decir asesinato y barbarie cibernética. Ya lo sabemos. La segunda guerra contra Irak es una fiera enloquecida lanzada al precipicio, el aullido destemplado de la hiena sobre el ciervo. Es un vómito que hiede a petróleo y dinero, a geopolítica, es decir, a Imperio.
ƑEn qué cabeza cabe, excepto en la de Bush, hallar una brizna de heroísmo en bombardear una ciudad abierta con tres mil bombas inteligentes y luego procurar ayuda humanitaria para los sobrevivientes de los "daños colaterales"?
Instalada en el sueño del Destino Manifiesto, la pax americana aprieta, domina, pero no convence. Francia se rebela, México resiste con orgullo a las presiones. En Madrid, Londres o Berlín estalla el mismo grito: no a la guerra, sí a la paz. No todo está perdido, pues una conciencia universal comienza a dar los primeros pasos. Es el ser humano que no olvida. Recibo una carta y en ella leo las siguientes líneas de Efraín, nuestro poeta:
Hoy he dado mi firma para la Paz.
Bajo los altos árboles de la Alameda
y a una joven con ojos de esperanza.
Junto a ella otras jóvenes pedían más firmas
y aquella hora fue como una encendida patria
y de amor al amor, de gracia por la gracia,
y de una luz a otra luz.
Y cuando esto termine, antes de lavarse la cara manchada, ellos se preguntarán Ƒen qué precipicio sombrío quedó el aura de libertad, la ilusión de un mundo nuevo sacrificado al becerro de oro?
Ellos aplastarán a un dictador odioso llevando dolor a los inocentes de siempre, pero se quedarán desnudos sin ocultar lo que verdaderamente son: unos pistoleros que matan en nombre de Dios.