Luis Linares Zapata
Fox y la figura del pato herido
Las primeras plumas hace tiempo que se le cayeron al pato y ahora comienza a descender sin que pueda controlar, como antes, sus alados movimientos. Los disparos que se le han dirigido con nocivas cargas de plomo, su errático curso de viaje, la lentitud de sus maniobras y el propio cansancio después de dos años y medio de vuelo, han hecho mella en su humanidad. A esto habría que agregar dos ingredientes: su irrefrenable apetito por el parloteo y su gusto por las visitas a lagos, lagunitas y a cualquier charca que se ha encontrado en su peregrinar fueron mermando las energías acumuladas.
Así, la terrible figura del pato herido (lame duck), tan conocida en el ambiente político estadunidense, empieza a flotar en el medio mexicano, aun cuando el presidente Fox no cumple su tercer año de gobierno. Esta imagen se aplica a todo actor, en especial al titular del Ejecutivo, que está a punto de dejar el puesto, y su futuro se vislumbra con certeza y precisión. En el intervalo que va del estrellato al eclipse, la parafernalia que rodea a hombres y mujeres públicos se acartona, los peticionarios se alejan en busca de otros apoyos, las esperanzas ya no lo tocan de lleno. En ese estado de rápida indefensión poco puede hacerse para cambiar rutas de problemas o impulsar estrellatos. Entonces los preparativos para el recambio se aceleran dejando los defectos al descubierto y la soledad forzada se convierte en punzante dolor que desemboca en amargura. La inclemente y trágica pérdida del poder empieza a materializarse y no hay modo de detenerla, pues se alimenta a sí misma.
El presidente Fox manifiesta los síntomas de lo que bien puede asemejarse a la descrita figura del pato herido. A ello contribuyen varios hechos. Lo primero en mencionarse es lo que sucedió antes y después de las elecciones en el estado de México. La activa campaña desatada desde Los Pinos supuso un serio compromiso para la ya famosa pareja presidencial, pero no logró los resultados esperados y el PAN perdió significativa porción de su presencia pública. El riesgo fue lo suficientemente grande como para que Fox y Sahagún salieran mal parados ante la que bien puede considerarse como una debacle electoral, no sólo por los números, que hablan por sí mismos a pesar de las forzadas disculpas de los voceros panistas, sino por la sombra que arrojan sobre los próximos comicios del 6 de julio.
El esfuerzo de la campaña panista por hacerse de la mayoría en la Cámara está en marcha. Tanto el Presidente como la estrategia general de su partido ponen en ese lejano, y ahora más que dudoso objetivo, todo el peso de su capital político remanente. Pero entre lo sucedido en el estado de México (con sus 40 distritos federales) y lo que se pronostica para el Distrito Federal (con sus 39 diputaciones al alcance de la aplanadora perredista) los panistas tienen asegurado perder un número considerable de curules. Pero lo que puede advertirse de riesgo en Nuevo León, donde van coleando, o en Jalisco y Veracruz, estados en los que el panismo y el efecto Fox flaquea, son datos relevantes para desconfiar de las pretensiones de un triunfo a la escala buscada.
Es en las relaciones con el Legislativo donde se observa la vulnerabilidad futura del presidente Fox, que se incrementará al perder peso específico su fracción. Una caída del panismo, entre ellos de aquellos diputados que puedan secundarlo con entereza y pasión (como auguran los fracasos para meter de pluris a varios de los fieles al foxismo) afectará irremisiblemente la ya de por sí mermada habilidad del Ejecutivo para entregar buenos resultados. Por lo pronto, la agenda que han difundido los legisladores para su último periodo ordinario también presume lo venidero: ninguna reforma estructural podrá tener visos de pasar tal como requiere Fox para detener la caída, y menos para recuperar algo de su erosión.
Pero otros eventos pueden jugarle una mala pasada adicional al Presidente. La postura adoptada contra la iniciativa estadunidense en el caso Irak le asegura la malquerencia de muchas instancias de poder en Estados Unidos, empezando por Bush. Aznar y Blair, pares ideológicos de Fox, fueron hombres que en el tan alegre como derrochador periodo del bono democrático lo cobijaron con sus promociones e interesadas simpatías. Tal situación llevará a los mercados a descontar varios puntos adicionales del reducido margen de acción que ya tiene.
Sin embargo, la peor amenaza contra la capacidad para gobernar del Ejecutivo se encierra en las investigaciones sobre los Amigos de Fox. Las implicaciones se-rían devastadoras en el supuesto de encontrarse fundamentadas las denuncias y sospechas crecientes, no sólo de financiamiento externo, sino que haya tenido su origen en empresas extranjeras. La credibilidad presidencial, ya tocada por otros sucesos, se derrumbará por los suelos. Dentro de un sistema que privilegia y requiere de la fuerza presidencial, la debilidad entrevista con razonables bases de sustentación, multiplicará los desequilibrios de tal manera que harán de los tiempos finales de su Presidencia un prolongado sufrimiento, tanto para él y su pareja como para todos los que habrán de ser contaminados por ello.
Baldado por los fenómenos descritos, se verá forzado a remontar obstáculos como el que le presenta un flojo crecimiento de la economía. Y aquí será donde el comportamiento del aparato productivo estadunidense, ya de por sí lento, redoblará su impacto esperado en México, sobre todo por las emanaciones derivadas del caso Irak y la final inclinación de Fox de buscar el respaldo de las simpatías populares, con la vista puesta en conseguir un apoyo en las votaciones venideras que no se materializará.