Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Domingo 9 de marzo de 2003
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Cultura

Carlos Bonfil

Las horas

Muchos cinéfilos recordarán la estupenda adaptación que en 1992 hizo la realizadora Sally Potter de la novela Orlando, de Virginia Woolf: un recorrido por cuatro siglos de historia inglesa, con despliegues de barroquismo visual, un vigoroso personaje andrógino (interpretado por Tilda Swinton) y una enorme imaginación narrativa. El impacto de la película Orlando hizo que muchos espectadores se interesaran entonces en revisar o descubrir las novelas de la escritora inglesa. Esta situación se reproduce hoy, con un impacto todavía mayor por el efecto de las candidaturas al Oscar, con otra cinta relacionada esta vez con la vida y obra de Virginia Woolf: Las horas, de Stephen Daldry.

No se trata en realidad de una biografía de la autora, ni tampoco de un recorrido por sus novelas, sino de algo más sugerente y fascinante: el impacto que tiene la lectura de una novela suya, La señora Dalloway, sobre dos lectoras en épocas distintas: Laura Brown (Julianne Moore), ama de casa en la ciudad de Los Angeles, en 1951, y Clarissa Vaughn (Meryl Streep), que en 2001 atiende en Nueva York a su ex esposo, Richard (Ed Harris), enfermo de sida.

El tema del suicidio recorre la cinta, de modo obsesivo, a través de las tres épocas descritas: desde el prólogo, que presenta a Virginia Woolf en 1941, sumergiéndose en las aguas del río elegido como última morada, hasta la desesperación de Richard desahuciado, y la imagen perturbadora de Laura Brown despidiéndose de su hijo de ocho años para refugiarse en un hotel con el propósito de ingerir pastillas, terminar de leer la novela de Woolf, y enseguida poner fin a sus días. El guionista David Hare retoma la perspectiva de la novela de Michael Cunningham, Las horas, ganadora del Premio Pulitzer, y como en La señora Dalloway, las acciones transcurren en el espacio de un solo día, con una elegante transición de un relato a otro y una edición notable. Un ritmo pausado, para algunos irritante, acentúa la impresión que buscan restituir la novela de Woolf, y el tratamiento de Cunningham: el transcurso del tiempo, la sucesión de las horas en la morosa cotidianidad de un ama de casa que luego de comprar flores por la mañana se dispone a preparar una fiesta en su casa. A esta imagen de placidez, cercana a una vieja pintura impresionista, se opone la violencia de los sentimientos, la carga de frustraciones y de rencores sordos que al aflorar a la superficie vuelven a sofocarse. Virginia Woolf le tiene miedo a su servidumbre, es prisionera en su casa de campo en Sussex, y sueña con huir al Londres bullicioso, contra la voluntad de su esposo y el parecer del médico, que desea frenar un proceso de demencia progresiva. Laura Brown también se siente recluida en el confort doméstico, con su esposo irreprochable e indeseado, y un lesbianismo apenas reprimido. Clarissa vive más abiertamente con su pareja femenina, y prepara una fiesta para el ex esposo gay a punto de morir.

El miedo y la fascinación frente a la muerte, una obsesión permanente de la autora de Las olas, se infiltra insidiosamente en cada relato y conduce, si no a un cataclismo generalizado, al menos sí a un desasosiego existencial que cada actriz transmite con matices propios y una solvencia admirable. Para interpretar el papel de la novelista inglesa, Nicole Kidman se somete a una transformación física radical, no sólo con una fealdad elaborada (una prótesis nasal, un maquillaje ingrato), sino con un modo distinto de hablar y desplazarse, y ensayar la mirada huidiza de un animal acorralado. Julianne Moore y Meryl Streep ofrecen actuaciones magistrales en los extravíos de sus personajes, lectoras cautivas, trastornadas por el espejo que La señora Dalloway les brinda de la monotonía de sus existencias.

No es indispensable conocer la novela de Virginia Woolf para disfrutar la cinta, pero haberla leído ciertamente enriquece la apreciación de Las horas, el trabajo de ficción en que se inspira, y de un manejo narrativo que ofrece una variante fílmica de la originalidad estilística de la propia novelista. La aproximación del realizador es arriesgada: entrelazamiento de distintas temporalidades y un ritmo mucho más atento a las temperaturas emocionales de los personajes que a los requerimientos de la acción. La partitura original de Philip Glass ilustra bien esta búsqueda de atmósferas y el intento por explorar una subjetividad femenina a tres voces. Que este esfuerzo por nadar a contracorriente de la moda y de la exigencia comercial llegue a ser reconocido en la entrega de los Oscar, será sin duda una sorpresa y una paradoja más del quehacer fílmico estadunidense. De lo mejor en cartelera.

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