Molly Ivins*
Conque ahora EU quiere paz en Medio Oriente
A medida que nos acercamos trabajosamente a la guerra, arrastrando a los turcos -cuyo precio será nuestra traición a los kurdos (ya van cuatro veces que los traicionamos, y eso que estoy contando por una sola la triple traición de Henry Kissinger)- se me viene a la mente el desenlace de una mala elección. No hay que creer nada hasta que todo termine.
Ya es hora de que los soldados iraquíes empiecen a arrancar bebés de las incubadoras y otros mitos espeluznantes presentados como si fueran la pura verdad. The Guardian informó hace un par de días que Estados Unidos tiene micrófonos ocultos en las delegaciones extranjeras de la Organización de Naciones Unidas, y lo peor es que nadie se mostró sorprendido.
Jonathan Schell, académico pacifista de larga trayectoria, ha escrito un recuento asombrosamente optimista de lo que ocurre. El 15 de febrero, unos 30 millones de personas en todos los continentes se manifestaron contra la guerra en Irak. Schell lo ve como el principio de la democracia global. En todos lados se permite a la gente manifestarse, y vaya que lo hizo (hasta los gobernantes egipcios permitieron una marcha). Cierto que el presidente Bush comentó que para él las manifestaciones fueron "como ver a uno de esos grupos que andan por ahí haciendo peticiones" y que los pacifistas "no consideran a Saddam Hussein una amenaza a la paz mundial". (Por cierto, ya algunos de los activistas más juiciosos han empezado una campaña para dar a saber a Hussein, vía la embajada iraquí, que tampoco él les simpatiza mucho.)
Un grupo de comunicadores firmó la semana pasada una carta brillante, distribuida por Información Esencial, grupo afiliado a Nader, que recuerda a los medios estadunidenses los errores más comunes que hemos cometido en tales situaciones. Ya tenemos guerras con logotipo: "Confrontación con Saddam" y "Conflicto con Irak", como si fuera un combate por el título mundial de boxeo, al estilo de "La pelea del siglo".
Malcolm Browne, quien ganó un Pulitzer en Vietnam, ha expresado que las guerras se parecen mucho a los juegos de futbol americano y en consecuencia son, de manera extraña, fáciles de cubrir. Hay dos lados, se ganan y se pierden yardas en diversas jugadas y batallas, y el marcador lo da la cifra de muertos. El día que empezó la guerra del Golfo, a eso del mediodía escuché a un animador de radio de San Antonio exclamar: "šYa me anda porque venga la patada de salida!"
Hemos visto ya muchos de esos recuentos rápidos, tan populares antes de las guerras, de las armas que emplearemos esta vez.
Chido: bombas guiadas por microchips, misiles más inteligentes que Einstein, šBAM! Como un juego de video. La vez anterior nuestras bombas inteligentes resultaron un poco bajas de IQ, pero para qué mencionar eso, Ƒno?
Los periodistas señalan que ha habido relativamente escasa información sobre los aspectos oscuros de la guerra. En primer lugar, vamos a matar un montón de gente. Los mejores cálculos de la guerra pasada son de 13 mil civiles muertos por bombas y otros 70 mil en el caos que vino después. Con un poco de suerte perderemos muy pocos estadunidenses, lo cual contribuirá a esa impresión de que será "como una nueva invasión de Granada".
En la categoría más potencialmente desastrosa de "ƑQué pasará cuando ganemos?" las cifras no son tan buenas. De los 20 cambios de régimen obligados por acción militar estadunidense, sólo cinco han producido democracias y de las cinco acciones unilaterales sólo una produjo una democracia: Panamá. Afganistán, el caso más reciente, no se ve nada bien fuera de Kabul.
Me da la impresión de que cada participante en el debate sobre la guerra sabe bien que en este asunto hay gato encerrado, o más bien elefante. Y curiosamente se trata del mismo elefante: el petróleo. Los halcones, me parece que con razón, se mofan de esa consigna de "No queremos sangre por petróleo", pues la ven como una exageración dramática de lo que está en juego. Por otra parte, como alguien ya ha hecho notar, si la principal exportación de Medio Oriente fueran los tapetes esto no estaría ocurriendo. Creo que el petróleo no es la causa primordial de esta guerra, pero es igualmente ingenuo suponer que no tiene nada que ver.
La prolongada y tortuosa racionalización del gobierno de Bush para justificar la guerra contra Irak se modifica casi cada semana: cambio de régimen, armas de destrucción masiva, desarme, ya vimos esta película, incumplimiento (Ƒde cuántas resoluciones de la ONU estará actualmente Israel en "ruptura material"?, y vaya frase más hueca ésta), cero tolerancia, la liberación de Irak y la conexión con Al Qaeda, que estuvo en boga hasta hace poco. Pero la cereza del pastel, que Bush estrenó apenas la semana pasada, es: vamos a la guerra contra Irak para lograr la paz entre Israel y Palestina. Sé que tenemos pensadores visionarios en Washington, pero perdonen que en ésta me ponga del lado de los escépticos.
La razón por la que traigo a cuento el hecho poco agradable de que Estados Unidos dio a Saddam Hussein sus armas de destrucción masiva, incluso buenas provisiones de ántrax y Escherichia coli, no es para enlodar la "claridad moral" de esta adorable guerrita. Es sólo para sugerir que dejemos de hacer eso de dar armas a perversos dictadores. Todavía andamos por el mundo haciendo esas cosas.
Me parece injusto estar sentado criticando a los que nos gobiernan si no tenemos una idea mejor. La mía es cegadoramente evidente. Si queremos paz en Medio Oriente, pongamos la mano con fuerza en los hombros de israelíes y palestinos y digámosles: fuera colonizadores de la Franja Occidental, solución de dos estados, ya. Y luego, Ƒpor qué no un Plan Marshall para la región?
*Columnista cuyo trabajo aparece en más de 300 periódicos y autora de tres libros best seller sobre la política actual en Estados Unidos.
© 2003 Creators Syndicate Inc.
Traducción: Jorge Anaya