Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 5 de marzo de 2003
  Primera y Contraportada
  Editorial
  Opinión
  Correo Ilustrado
  Política
  Economía
  Cultura
  Espectáculos
  CineGuía
  Estados
  Capital
  Mundo
  Sociedad y Justicia
  Deportes
  Lunes en la Ciencia
  Suplementos
  Perfiles
  Fotografía
  Cartones
  Librería   
  La Jornada de Oriente
  La Jornada Morelos
  Correo Electrónico
  Búsquedas 
  >

Política

Arnoldo Kraus

La guerra sin guerra

Vivimos una época sui generis: la guerra no guerra. Una época en la que el ser humano no involucrado en la decisión de iniciar la guerra es reducido a su mínima expresión. A su condición de espectador impotente. A su presencia no presencia. A nuestra realidad más cercana, más inmediata, más cutánea, más palpable, más futura: la no voz, el sometimiento. En síntesis, al silencio.

Millones y millones de personas han minimizado su esencia -ser humano- y su existencia -ecología, economía, relaciones entre naciones, historia, guerras biológicas y nucleares- a la decisión de tres, cuatro, cinco o, a lo sumo, Ƒcuántos pueden ser?, líderes mundiales. La guerra no guerra es un nuevo estado de nuestra condición posmoderna, donde la paz no es paz, y la ausencia de cielos infestados por bombas tampoco es guerra. Este momento, el de la paz que hiede a guerra y el de la guerra que aún no empieza, pero que ya está calendarizada, nos ha llevado a un intermezzo que acabará cuando el ulular de las sirenas en Bagdad anuncie el fin de la incubación. El final de la espera y el inicio de "otro" orden mundial, donde las bombas marcarán el precio del petróleo, el valor del pellejo humano y los vaivenes de su majestad Wall Street. Una época, sin duda, sui generis: "Son apenas las diez, todavía hay que vivir todo el día", escribió Robert Antelme en La especie humana.

Antelme fue miembro de la resistencia francesa y superviviente de Buchenwald, Dachau y Gandersheim. Sesenta años después, apenas marzo, esperamos abril, mayo y la mierda que resulte como herencia de la guerra. No hay duda: una época donde todo eso que conforma ese árbol llamado especie humana -ciencia, salud, tecnología- subsume su condición e historia a las decisiones de un puñado de políticos.

La sed de justicia como marco y justificación para la guerra santa proclamada por Occidente huele a venganza, a fanatismo, a intereses económicos, a hegemonía, a querer torcer el rumbo de uno de los rostros de la historia -el ascenso de los fundamentalismos y del terrorismo- sin que importen "demasiado" las otras historias. No es posible, y menos en estos tiempos, hablar de una justicia unívoca -el eje del mal-, ni es admisible apoderarse de la razón y adueñarse de los caminos de ella.

En Del castigo impuesto por defender un fuerte sin buen motivo, Montaigne afirmaba: "Hay quienes tienen una opinión tan alta de sí mismos y de sus propios recursos que piensan que es absurdo que quienquiera les oponga resistencia". Con Montaigne reafirmo: la justicia es un bien humano, universal, no de unos pocos. La guerra por venir huele a venganza, no a paz. Huele a desesperanza. La venganza como cura, lo sabe la historia, lo saben los humillados de la tierra, no sólo no sirve, sino que empeora el mal. La espiral de violencia crece y a un acto sigue otro, y luego otro, y luego otro. La diferencia es que el último duele y mata más que el previo.

La venganza semeja la segunda ley de la termodinámica, la entropía, que en lenguaje llano puede definirse como la medida del desorden de un sistema. Los físicos nos explican al hablar de entropía que la energía, como sería por ejemplo el caso de la transformación de un sólido a un líquido o de un líquido a vapor se pierde y se desperdicia, lo que incrementa el desorden. Eso será el destino de la humanidad si el eje del bien continúa buscando la paz por medio de la venganza: el mal y el desorden se incrementarán y "todas" las formas de terrorismo se reproducirán. La venganza sepulta la moral y, por supuesto, incrementa la ceguera, pues el alma del vengador carece de conciencia y de autocrítica. Es también obvio que tampoco quien promueve la venganza se pregunta sobre el mal y las heridas que devienen tras la revancha.

Vivimos una época sui generis. Somos espectadores (casi) pasivos de una guerra bien anunciada. Relatores de la polarización entre las ideas de la guerra, del desarme y de la no guerra. Habitantes sometidos a "morales" y "filosofías" ajenas. Minúsculos e inútiles seres cuyos destinos están determinados por fuerzas ajenas. "Se pueden quemar niños sin que la noche se inmute. Esta se encuentra inmóvil alrededor nuestro... Las estrellas están en calma también... Pero esa calma, esa inmovilidad, no son ni la esencia ni el símbolo de una verdad preferible. Son el escándalo de la indiferencia última", escribió Antelme. Todo, absolutamente todo, se puede quemar.

Números Anteriores (Disponibles desde el 29 de marzo de 1996)
Día Mes Año