Luis Linares Zapata
El conflicto que viene
Gran parte de la crítica enderezada contra la guerra que viene se enfoca sobre la figura de Bush, sus personales arranques criminales, el arraigado militarismo que lo abraza, su ideología, bañada de fundamentalismos e ignorancia, sobre sus pretensiones electorales, y porque desea, acuchillado por su pequeñez, un cacho de trascendencia. Otros menos inclinados al juicio personal o moral han reparado en el aspecto de las ganancias que ocasionarán las enormes reservas petroleras de Irak y la visión geopolítica que mueve a Estados Unidos a actuar de tan bélica manera. Pocos, sin embargo, han reparado en la ambición, casi imperativo de la dirigencia conservadora de ese país por modelar la historia de acuerdo con las visiones, los intereses concretos y las definitorias acciones de los estadunidenses de hoy. Una participación que afectará los acontecimientos mundiales y los escribirá, dicen, de su particular manera. Tal pretensión no es una glamorosa elucubración, sino un hecho verificable del equipo ahora gobernante, tal como lo reveló el mismo presidente Bush en su reciente intervención ante el American Enterprise Institute (AEI), influyente organización de ciudadanos capitaneados por Jeanne Kirkpatrick, aquella halcona que hace apenas unos cuantos años dejó su indeleble huella en Naciones Unidas. En ese recalcitrante ambiente Bush reconoció con un escénico toque de modestia que la historia había sido escrita por otros, pero, "el resto lo será por nosotros".
Una parte sustantiva del equipo gobernante de Estados Unidos, en particular el encabezado por el vicepresidente Dick Cheney, con el apoyo del secretario de Defensa Rumsfeld y el subsecretario Wolfowitz, a quienes se ha sumado la consejera de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, aspira a insuflarle a la nación los ánimos y acercarle los medios necesarios para que se asienten, sin discusión, como la potencia hegemónica del presente. Y, por lo demás, que lo sigan siendo en el futuro. Para ello deben llevar a cabo varias tareas: una es una guerra preventiva que les asegure la dominación de esa estratégica parte de Medio Oriente que somete Saddam Hussein a voluntad. Para que desde ahí puedan contener las ambiciones de otra nación o bloque de naciones que pudieran disputar tal supremacía.
Los destinatarios de ese mensaje son, por una parte, la coalición formada por Francia, Alemania y Rusia, países que han logrado penetrar el mercado iraquí a costa de las otrora influyentes empresas de Gran Bretaña y de Estados Unidos. Wolfowitz se dio cuenta de ello desde la pasada guerra del Golfo y, en su retorno al poder, no vaciló en revivir sus posturas y llevar a cabo sus propósitos.
Saben también que China quiere, y puede, llegar a ser una potencia mundial que rivalice con la dominancia estadunidense. De ahí que Bush y compañía quieran contenerla desde ahora; los energéticos del Oriente Medio son un buen medio para ese fin.
El mando estadunidense sabe que sus reservas de petróleo y gas, al consumo actual, les alcanzan sólo para unos 10 años. Irak y sus depósitos de hidrocarburos alargarán la vida a su actual fábrica nacional otros 50, o tal vez les daría para un siglo si los utilizan con eficiencia. El golpe traumático que implicaría un cambio acelerado a cinco o 10 años en sus formas de producir y consumir no es un asunto tolerable para una sociedad tan poderosa, a grado tal que ni siquiera puede ser planteado como materia de discusión. Asegurar fuentes de abastecimiento es, entonces, un imperativo que no cualquier peligro o consecuencia negativa puedan detener. Máxime ahora que su otrora aliada bajo precisas condiciones (Arabia Saudita), parece tambalearse por el golpeteo de su propia arrogancia, autocracia y corrupción, o por la paralela evolución de buena parte de su pueblo, clerecía y vecinos árabes.
México tiene que delinear con claridad la intención de su voto en el Consejo de Seguridad. El costo de hacerlo por rumbos distintos a la decisión estadunidense de ir a la guerra, con o sin el apoyo multilateral, será enorme. Aun si no se materializaran las premoniciones de desastres inminentes o las amenazas que se han blandido ya sea de manera velada o con toda crudeza como las que suelta el imperio de cuando en vez.
La lectura del mercado de una pronunciada diferencia entre los vecinos sería suficiente para desatar castigos que son, con toda prudencia, evitables. No por ello se tiene que juzgar ipso facto a Fox de subrogado o de socio criminal, sino como un dirigente que trata de evitar males reales a la población o de conseguirle algún beneficio del que tanto necesita el país.
Los grupos y personas que no pueden enfocar lo que sucede de otra manera que no sea con dictados ex cátedra, condenaciones instantáneas o juicios éticos terminales por la falta de humanidad, seguirán lanzando sus dictados u opiniones, por demás respetables, pero con dificultad empleables. Otros más lo harán por seguir causas nobles y desinteresadas, pero que pierden de vista el peso indudable de los intereses concretos, avasalladores la mayoría de las veces, con los que actúan las potencias que desean conservar y acrecentar sus dominios, aun en épocas de avance de los derechos colectivos y la prédica civilizatoria. Aun en momentos donde los valores básicos de la decencia mínima luchan por imponerse sobre las ambiciones desatadas.