Emilio Pradilla Cobos
Definiciones económicas dudosas
El neoliberalismo es sólo una de las muchas formas que ha tomado históricamente el régimen capitalista de acumulación y de explotación de los trabajadores; la acumulación originaria de capital, el liberalismo de la primera revolución industrial y el neoliberalismo han sido las más salvajes y opresivas para la mayoría de las clases sociales de abajo. En todas las formas de acumulación, incluido el neoliberalismo, el Estado capitalista ha intervenido en la economía -una de las razones fundamentales de su existencia social-, sólo que lo hace de manera diferente, según las necesidades de la fracción hegemónica de la burguesía y de la arquitectura de la forma de acumulación.
En el neoliberalismo el Estado tiene la función de facilitar, apoyar, estimular y crear las condiciones esenciales para la acumulación capitalista a escala global. Una de sus diferencias con el intervencionismo estatal keynesiano es que no participa directamente en el ciclo del capital mediante sus empresas y que no ejerce plenamente la regulación del mercado para mitigar sus desequilibrios; además, ninguna intervención estatal cambia la esencia explotadora del capitalismo.
El jefe de Gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, se equivoca sobre estas realidades o las interpreta de forma amañada (La Jornada, 31/1/03 y 2/2/03). Según él, fomentar la inversión del capital financiero, turístico, inmobiliario, constructor o automotriz -nacional (incluido el del mayor empresario de México y América Latina) y extranjero- mediante estímulos y exenciones fiscales u obras de infraestructura y remozamiento urbano es ofrecer una política económica alternativa al neoliberalismo priísta o panista. Este es el sentido que quiere dar a sus corredores urbanos (Reforma-Centro Histórico y Catedral-Basílica), sus distribuidores y segundos pisos viales para "resolver el problema de la circulación vehicular en la zona poniente" o aun su programa de vivienda popular.
Aunque el objetivo de crear empleos es positivo, su limitación es triple: su política impulsa la creación de empleos temporales mientras duran las obras; los salarios de los trabajadores del sector son los más bajos de la escala, y el efecto multiplicador sobre otros sectores es temporal, porque es presupuestalmente imposible mantener y aumentar de manera permanente la construcción de obras de esta envergadura. La ventaja -publicitaria de corto plazo- es que son empleos más fáciles de generar y que se ven en el corto plazo. En América Latina muchos gobiernos conservadores, lo mismo los actuales que los del pasado, intentaron enfrentar el desempleo y la pobreza crecientes mediante este tipo de políticas; los resultados son conocidos. En México los gobiernos priístas desarrollistas también lo hicieron y los neoliberales dan similar objetivo a, por ejemplo, la construcción privada de autopistas de cuota o a los programas de vivienda y desarrollo turístico. No hay novedad ni se trata de alternativas a lo ya conocido.
Lo que no está en juego en la política del gobernante capitalino es la equidad distributiva que permitiría avanzar en la superación de la desigualdad social; esta meta, no planteada por López Obrador, es imposible de alcanzar cuando se apoya básicamente al gran capital, cuya existencia es inseparable del mantenimiento de altas tasas de explotación absoluta o relativa de los trabajadores. En el otro extremo, los apoyos a los pequeños productores son mínimos, limitados, ineficaces para fomentar la producción y sin ninguna proporción con los que se aporta al gran capital. Una prueba más es su rechazo a una reforma fiscal y tarifaria local, progresiva, equitativa y distributiva, que afectaría a los empresarios y los adinerados. Sobra decir que la parte medular de su política social -apoyos monetarios compensatorios- no resuelve el problema de la injusticia, luego lo analizaremos.
La acción entra en contradicción con el discurso en el desmantelamiento de los aparatos de gobierno, que pueden garantizar los derechos de los ciudadanos y permitir la promoción del desarrollo socioeconómico y la regulación eficaz del mercado, llevado a cabo por el jefe de Gobierno en nombre de la austeridad republicana. El adelgazamiento del Estado ha sido uno de los instrumentos del neoliberalismo para asegurar el protagonismo pleno del gran capital. Las contradicciones se ponen de manifiesto cuando López Obrador formula la frase programática "trabajemos con el mercado y para el mercado para minimizar el riesgo-país" (La Jornada, 31/1/03, p. 46), seguramente repetida mil veces por los neoliberales.
A la conclusión a la que llegamos es que el mandatario capitalino no aplica una política económica alternativa a la neoliberal, con sello de izquierda, ni siquiera socialdemócrata, sino una variante más del desarrollismo priísta del pasado, de corto plazo, con tintes publicitarios, de búsqueda de "equilibrios" -imposibles- y apoyos entre todas las clases sociales, sobre todo empresarios hegemónicos.