Luis Linares Zapata
Bush y Fox, entre los intereses y las protestas
Los ánimos dominantes del imperio recibieron el
impacto proveniente de una abigarrada multitud de voces disidentes que
se levantaron por el planeta. Dividieron, con su maciza irrupción,
en dos grandes formaciones a una parte medular de la sociedad y a varios
de sus dirigentes, en especial los que detentan, en efecto, aunque sea
un cacho del poder global. Así las cosas, en un lado quedan los
que entienden y apoyan la prevalencia de los intereses geopolíticos,
atados a la industria petrolera, por sobre los sentimientos de humanidad
que se verían conculcados con la guerra. Y, por el otro, todos los
demás que no quieren pagar la alícuota de bienestar, casi
al alcance de sus bolsillos, con miles de vidas iraquíes y salen
a las calles a protestar contra la voluntad hegemónica que emana
de Washington.
El tiempo se agota para Saddam Hussein, es cierto, pero
también para el presidente George W. Bush y sus afanes releccionistas.
La Casa Blanca tiene que acelerar sus tiempos si no quiere quedar a merced
de esa corriente opositora que se engrosa en beligerancia y densidad con
las horas. Pero, sobre todo, por los efectos disruptivos que la intranquilidad
está teniendo en la economía americana y en la del resto
del mundo, con especial énfasis en la mexicana, a la que ha pillado
con la guardia baja.
El gobierno estadunidense ha puesto toda la carne en el
asador para asegurar el dominio de esa estratégica región.
Para lograrlo, ha invertido enormes recursos difusivos en una campaña
a escala planetaria, para convencer al universo de la maldad del líder
iraquí. Envió un ejército que suma cientos de miles
de efectivos, cuyo costo será cargado a cada barril de petróleo
que le "administren" al pueblo de ese sitiado país del Medio Oriente.
Ha desplegado su músculo negociador, al que acompañan con
toda suerte de presiones y amenazas, para obtener algo que hasta hoy se
les ha negado: el voto unánime del Consejo de Seguridad de la ONU.
Se ha enfrascado en un forcejeo con sus aliados de la OTAN, en especial
con Francia y Alemania, para determinar el reparto del botín y sus
consecuencias futuras sobre los negocios del viejo continente. Claro, estos
"pacifistas" europeos disfrazan con variados argumentos y cierta habilidad
sus reales pretensiones, pero no engañan a los que importan y conocen
de sus agresivas y hasta genocidas experiencias pasadas.
Para Bush, quedarse sin concluir la tarea, sería
desastroso, tanto para la imagen del superpoder estadunidense como para
sus ambiciones personales de continuidad. Un precio muy alto a pagar y
ante lo que poco importan las voces disidentes de la calle. Por ello la
decisión de abrir el fuego se achicó, en su temporalidad,
varias semanas. No pueden los gobernantes de Estados Unidos esperar más
de tres de ellas, un mes a lo sumo. Ya los millones de peregrinos musulmanes
a sus lugares santos están abandonando Arabia Saudita y a su medrosa
y tambaleante monarquía. Las condiciones del desierto dejarán,
en pocos días, de ser las ideales por la temperatura o la transparencia
del aire. Y mantener la moral de la tropa comenzará a ser el principal
problema. La espera, entonces, no puede prolongarse y la impaciencia tanto
de Condoleezza Rice como de Colin Powell lo revela sin tapujos. Los europeos
que disienten, como lo hicieron con la petición estadunidense para
proteger Turquía, se unirán a la empresa de Bush tan pronto
se arreglen en el precio y en las condiciones del reparto.
En este desbarajuste el presidente Fox sigue echando telefonazos
y entonando plegarias para, dice él, detener la guerra. Recibirá,
al mandatario español, José María Aznar, para ultimar
los detalles de sus respectivas posiciones en la ONU y, si es previsor,
tendrá que hacer una revisión exhaustiva de la salud económica
de México. El alerta que marcan los signos financieros vitales no
es, para nada, alentador. Fox viene de promediar un magro crecimiento del
PIB durante los dos pasados años, mucho menor a cualquiera alcanzado
por las últimas cuatro o cinco administraciones priístas
en sus atropellados inicios, aun contando con las crisis por las que atravesó
cada una.
Los augurios que los expertos pronostican para 2003 empiezan
a predecir bajas sustantivas que recortan el crecimiento económico
hasta la mitad. El dólar se ha quedado bordeando los 11 pesos y
su efecto incremental, tanto en los intereses como en la inflación
esperada, son ya hechos de la actualidad. Panorama por demás complicado,
en el que la inestabilidad es pieza central. La percepción, real
o supuesta, de una diferencia con la posición de los vecinos, que
bien puede llegar a ser ríspida, sería leído por el
mercado como motivo de mayor tensión e inseguridad y, ello, se trasladaría
de inmediato a la economía. Ante un desajuste de esa magnitud y
tomando en consideración el punto del cual debe partir la administración
de los gerentes (un promedio menor a 1 por ciento en el crecimiento del
PIB en dos años) no habría argumento válido para ganar
las elecciones venideras, ni sacando a doña Marta a la plaza pública
que tanto le gusta provocar con sus devotos y sublimes autoelogios, haciendo
aparecer al Presidente en todos los templos de barrios en problemas electorales
o pidiendo que se le quite el freno a cambio ante el cual habría
que ampararse.