Alteración de algunos pueblos,
su pacificación, digno elogio, etc.
Diálogo donde el Indio, adoctrinado, cuenta al Español lo que éste desea escuchar. Es El Bajío, son los años 1765 y 1766. Escrito para la prédica por el Excelentísimo José Joaquín Granados y Gálvez.
INDIO: Mal avenidos los indios de la sierra
de Michoacán con la libertad que gozaban, piedad y conmiseración
con que los miraba el rey y han tratado siempre sus ministros, creyeron
que con quitar las vidas a los españoles y gente de razón
se sacudirían el yugo de la obediencia, que lo imaginaban insufrible.
Apadrinaban esta cruel maquinación los gobernadores de Pátzcuaro,
Uruapan, Tantzítaro, Charapan y otros pobladores de la serranía.
Convencidos los ánimos por una secreta comunicación, y alentados por los caudillos, primeros papeles en tan sangrienta farsa, emplazaron el día en que al sordo acento de una voz fueran todos cruentas víctimas del rigor y de la impiedad. No debieron de tramar negocio de tanto peso dentro de las leyes del sigilio y el silencio que no cundiera a los oídos de los guanajuateños, luisianos y otras gentes que, amigas de la libertad y el libertinaje, se confederaran entre sí y firmaran una alianza general entre todos, capaz, según a ellos parecía, de derribar las pirámides de Egipto y fuertes muros de Babilonia. Con el valor que les infundió el poder de tantas fuerzas unidas, comenzaron los desórdenes e insolencia a sacar la cara.
Los de Apatzingán, atreviéndose a profanar la inmunidad de las reales casas, saquear los intereses y pretender apresar la persona del Justicia Mayor, para dar con ella en el suplicio; los de Uruapan, no permitiendo alojamiento a los militares que se destinaban para el arreglo de las milicias, y porque perseveraron en su intento, sin respetar el grado de lo que representaba, condenaron a uno de los oficiales a la pena de azotes, y hubieran pagado todos con la vida si no intervienen los oficios, empeño y eficacia de los padres de San Francisco, que por entonces administraban la doctrina y curato, exponiendo, por libertar aquéllas, las suyas a gravísimo peligro. En Pátzcuaro, San Luis, Guanajuato y demás partes, suspendiendo la ejecución de la Real Pragmática Sanción de nuestro soberano sobre la expatriación de los jesuitas, promulgada en este tiempo.
Y como iban corriendo de uno en otro abismo, no intentaba cosa la malicia que no ejecutara el furor. Las calles se poblaban de corrillos, las casas de maquinadores y los campos de escándalos; en unas partes se escuchaban llantos, en otras risas y en todas el terrible sonido de mueran, mueran. Esta melancólica voz, que lastimosamente sonaba en las orejas de los atribulados e inocentes, hacía que unos se aprestaran a la defensa, otros a la fuga, pocos a los templos y muchos atrincherándose en una u otra casa labraban muros de las paredes para repararse del furor y defenderse hasta morir.
De donde resultaba que, con este inexcusable desamparo de intereses y familias, saqueaban los almacenes, destrozaban las tiendas, violaban a las casadas, estupraban a las vírgenes y hasta las imágenes soberanas de la majestad, grabadas en los lienzos, llegaron a borrar, con el desacato más inaudito, inmundo y horroroso. Estas violencias y desafueros fueron el despertador (así lo dispuso el cielo) de la emplazada crueldad, traición y tiranía; porque avisado el excelentísimo señor virrey marqués de Croix de tan repetidos atentados, y declarados por algunos de los comuneros los tiranos fines a que miraban, mandó al ilustrísimo señor don Joseph de Gálvez, que desde 1765 se hallaba en México entendiendo en la general visita de que estos reinos le había confiado el rey, con todas las facultades y plenitud de autoridad que en su Excelencia residía, para que juzgara negocio de tanto peso y gravedad. Obedeció gustoso; y haciéndose cargo del empeño, partió para esta provincia con la presteza que demandaba el caso: "Descenderé ahora, y veré si han consumado su obra según el clamor que ha venido hasta mí; y si no, lo sabré" (Génesis, 18, 21).
Abrió su primer juicio en Valladolid, Potosí y Guanajuato, comisionado a las demás partes sujetos desinteresados, de integridad y justicia, por no poder acudir a todas en tan urgente necesidad. Las sumarias, autos y procesos, que del cuerpo de los delitos formaron, no puedo referírselos porque no los vi; pero por los efectos debemos inferirlos: lo que sabemos de cierto es que todas las cabecillas unas fueron condenadas a la pena ordinaria, otras a acabar la vida en los tormentos y las de menos consecuencia a destierro. Con casi noventa cuerpos de los impíos y traidores se llenaron las horcas de miedos, las escarpias de sustos y los caminos, calles y plazas de los pueblos de horrores y de espantos, dejando tan destrozados espectáculos avisos a los presentes y escarmientos a la posteridad. Esto es lo más notable del escandaloso acontecimiento.
José Joaquín Granados y Gálvez (Málaga,
1743), predicador franciscano, permaneció muchos años en
el Michoacán pacificado. De 1788 hasta su muerte, en 1794, fue obispo
de Sonora. Este pasaje pertenece a la decimosexta de las Tardes americanas,
México, 1778.