Alambrada invisible en torno a Irak
El embargo, arma de muerte más eficaz que una guerra
convencional
ALEJANDRO ZAPICO ROBLEDO Y MICHEL SUAREZ ESPECIAL
PARA LA JORNADA
Bagdad, febrero. En diciembre de 1998, el australiano
Richard Butler, presidente de la Comisión Especial de la Organización
de las Naciones Unidas para la Verificación del Proceso de Desarme
(Unscom) impuesta a Irak ocho años atrás, afirmaba que la
dicho organismo ''no estaba en condiciones de llevar a cabo un trabajo
sustancial de desarme''. Esta valoración constituyó la principal
justificación para no levantar las sanciones impuestas por el Consejo
de Seguridad; empero, paradójicamente, la Agencia Internacional
de Energía Atómica consignaba el casi total cumplimiento
de los acuerdos de desarme por Bagdad. En efecto, los últimos 12
años de alambrada comercial no sólo abortaron
las posibilidades de crecimiento económico del país, sino
que también contribuyeron a anular sustancialmente su capacidad
nuclear, química y bacteriológica.
Este
deseo de neutralizar el supuesto potencial bélico iraquí
ha constituido el pretexto fundamental para la aplicación del Consejo
de Seguridad de la ONU de un embargo económico extremo, que se ha
convertido en un ejercicio de muerte más refinado y eficaz que la
guerra convencional. Este cerco por hambre a la población civil
mata igual, pero más lentamente, contraviniendo los principios fundamentales
del derecho internacional y de la Declaración de los Derechos Humanos.
Según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) más
de cinco mil niños mueren cada mes en Irak a causa del embargo,
una decisión que, en palabras de Madeleine Albright, ex embajadora
estadunidense en Naciones Unidas, es "muy dura" , pero ''merece la pena''.
Lejos del ecosistema político y de las esferas
de poder, el pueblo iraquí es el destinatario último de las
consecuencias derivadas de un cerrojo económico que en un par de
lustros ha estrangulado las expectativas de una nación, que a finales
de los años ochenta presentaba los indicadores sociales (salud,
educación, papel de la mujer y otros) más positivos de la
inflamable región de Oriente Medio. Incluso, si mañana mismo
se levantase las sanciones se necesitarían muchos años y
varias generaciones para recuperar los registros alcanzados antes de la
década de los noventa.
A pesar de los esfuerzos por reconstruirla tras los bombardeos
sufridos durante la guerra del Golfo, Bagdad, a la que se accede únicamente
por una inacabable y rectilínea carretera desde Ammán, Jordania,
al no disponer libremente Irak de su espacio aéreo, muestra sus
cicatrices: las heces fecales se han apoderado de las calles debido a la
falta de fondos municipales para emplear operarios y adquirir productos
de limpieza, mientras la basura se acumula multiplicando el riesgo de transmisión
de enfermedades; existe gran número de casas hundidas y muchas no
cuentan con agua potable ni electricidad; apenas existe sistema de alcantarillado
y tanto la red de transporte público como el sistema postal funcionan
precariamente.
Las cuotas de desempleo se han disparado en los últimos
años debido a la gran cantidad de fábricas destruidas por
los ataques aéreos, así como a la imposibilidad de importar
materias primas y bienes de equipo. Pero los iraquíes no sólo
tienen prohibido importar piezas y recambios que les permitirían
recomponer sus infraestructuras: en la cuna de Sumeria, Nínive,
Asiria, de Hammurabi, en la tierra que asistió al nacimiento de
la escritura, no se permite la entrada de lápices, pues el grafito
de sus puntas permite, según Estados Unidos, un "doble uso" con
fines militares. Tampoco está autorizada la importación de
cloro, cuyo valor purificador podría salvar muchas vidas, puesto
que es susceptible de utilización bélica en la fabricación
de gas mostaza.
Estas vueltas de tuerca ahondan aún más
el sentimiento de desamparo entre la población que comprueba cómo
la mentirosa obsesión de Estados Unidos (los países colindantes
como Turquía, Israel, Siria, disponen de arsenales químicas
y nucleares muy superiores en número y capacidad a los iraquíes)
constituye la excusa perfecta para renovar las sanciones.
La vida en Bagdad es un ejercicio cotidiano de supervivencia.
En los comercios enorme cantidad de productos duermen en las estanterías
esperando un comprador que no llegará, mientras muchos particulares
se deciden, empujados por el hambre, a vender algo tan querido y apreciado
en Irak como son los libros, las bibliotecas personales. Los niños
que hormiguean por las calles se han convertido en activos económicos
dentro de la familia y son pobladores habituales de los cruces y semáforos,
peligroso hábitat que comparten con viejos que, tragándose
su orgullo y su vergüenza, han tenido que recurrir a la mendicidad
para comer. Atrás quedó el tiempo en que el país se
jactaba de su potente y laico sistema educativo; hoy la deserción
escolar se cifra en 30 por ciento aproximadamente, al tiempo que se expande
un fenómeno nuevo e inquietante como es la delincuencia. Antes,
comenta nuestro traductor Assad, antiguo estudiante de filología
en la Universidad de Salamanca, había muchas posibilidades de cursar
estudios en el extranjero, de realizar posgrados universitarios. Con el
embargo las becas se han suspendido y salir del país es un privilegio
al alcance de muy pocos. "Ni siquiera se nos permite actualizar nuestras
bibliotecas, o suscribirnos a revistas científicas. Han convertido
el país en una cárcel."
En los hospitales de la ciudad la presencia cotidiana
de la muerte genera un clima de desesperación generalizada. Afectados
por la suciedad, con los equipos averiados, las camas destartaladas, sin
medicinas ni sábanas, los centros de salud son un fiel reflejo de
la ruina moral y física en la que se halla sumida la sociedad. Además,
los médicos viven en un estado de tensión permanente provocado
por la necesidad de decidir a quién administrar un medicamento vital
entre un ejército de enfermos, básicamente niños,
custodiados día y noche por sus madres, que ejercen de improvisadas
enfermeras.
También
la mujer ha visto retroceder su papel en la sociedad. Progresivamente desplazadas
de sus puestos de trabajo por los hombres, en muchas ocasiones han de aceptar
trabajos penosos para obtener ingresos suplementarios que son devorados
rápidamente por la inflación galopante.
En el sur del país, la infinita carretera que lleva
hasta Basora, principal teatro de operaciones durante la guerra del Golfo,
está jalonada de grotescos y ridículos parapetos defensivos,
fácilmente tomables, como ya ocurriera en 1990, con bulldozers y
vehículos terrestres, impropios de una nación poderosa militarmente.
Los antiguos ubicaban en el estuario del golfo Pérsico,
en la confluencia del Eufrates y el Tigris, el paraíso terrenal;
hoy Basora parece más una franquicia del infierno que vive sepultada
bajo una perpetua nube tóxica suspendida en la atmósfera
desde los primeros bombardeos de la guerra. Las gargantas resecas, los
ojos irritados, los alimentos contaminados indican la presencia de uranio
empobrecido, basura nuclear que habrá de sembrar la muerte durante
generaciones. Las mujeres dan a luz seres deformes, criaturas monstruosas,
sobre los que los libros de medicina aún son incapaces de ofrecer
más que silencio.
En esta región se han multiplicado exponencialmente
los casos de cáncer, leucemia y malformaciones que los expertos
asocian íntimamente a la enorme cantidad de uranio liberado por
los misiles estadunidenses que periódicamente siguen cobrando su
cuota de sangre entre los habitantes de los barrios del perímetro
de la ciudad. Cuando la economía no alcanza, los cruise estadunidenses
ejercen su efecto aleccionador, disciplinante, en este pavoroso basurero
a cielo abierto llamado Basora. Diferentes maneras de matar y de morir.
En los barrios bombardeados, las caras de los niños no son de las
que pueden olvidarse fácilmente.
Ante esta demoledora realidad no sería extraño
asistir en fechas próximas a un auge de posicionamientos intransigentes,
a la emergencia de un talante antinegociador evocador de un orgullo nacional
agredido por la arrogancia occidental y la ausencia de solidaridad de los
países árabes. Tal vez ese sea uno de los objetivos de la
política punitiva que Estados Unidos y el Reino Unido practican
unilateralmente al margen de los organismos internacionales: propiciar
el cambio de régimen desde dentro. En todo caso, en este laboratorio
exitoso del "nuevo orden mundial", por encima o por debajo de su desesperación
y su sufrimiento, el pueblo iraquí no se doblega y sigue dando muestras
de una gran capacidad de resistencia, de una dignidad admirable. Borges
lo dijo para siempre: hay una dignidad que el vencedor no alcanza.