Adolfo Sánchez Rebolledo
Jugando a la paz y a la guerra
Sorpresas te da la vida. Hace muy poco el presidente Bush ensayaba ante el Congreso estadunidense sus mejores gestos para intimidar a Irak: "conmigo o contra mí", "no habrá compasión para Saddam". Ahora, pasadas varias semanas y muchas jornadas de inspección sobre el terreno, las seguridades de Washington comienzan a desvanecerse. Las tímidas y al principio balbuceantes reservas de algunos países europeos ante el creciente hegemonismo de la Casa Blanca se convirtieron en una estructurada oposición de Francia y Alemania para dar el visto bueno a los adelantados planes belicistas estadunidenses contra Bagdad.
Algunos analistas escépticos piensan que el pacifismo francogermano sólo es una pantalla para encubrir la defensa de sus propios intereses en la región, pero lo cierto, cualquiera que sea la hipótesis que mueve a Chirac y a su colega alemán Schroeder, es que hay una crisis, tal vez irreparable, en las relaciones de Estados Unidos con sus aliados de mayor peso en el seno de la misma alianza atlántica, abriéndose así la primera grieta de consideración en la fortaleza occidental tras el supuesto "fin de la historia" anunciado en 1989.
La "vieja Europa", a la que sarcásticamente se refirió el secretario Rumsfeld, no quiere verse envuelta en una guerra que no es la suya y menos si la aventura le cuesta cancelar el último margen de maniobra que les quedaba ante el neoimperialismo que ha hecho de la globalización un mecanismo de expansión. La otra santa alianza, formada por el Reino Unido y en la que militan España e Italia, es una hechura de la política diseñada en el Departamento de Estado. Claro que Estados Unidos aún confía en que un informe negativo de los inspectores incline a última hora la balanza en su favor, aunque la crisis arrastre los últimos resabios de la credibilidad de la ONU.
Fuera de los pasillos diplomáticos, como ocurre con todos los grandes episodios históricos, la situación de temor conmueve a la sociedad en su conjunto y tensa otras fibras que no son las de los grandes magnates de la geopolítica del petróleo. Poco a poco, pero con gran consistencia, se eleva un clamor mundial contra la guerra. No se trata de una reacción acomodaticia, a la manera de un pacifismo que se pliega a la agresión ajena. Es un movimiento que incluye expresiones de enorme valentía, como la protesta masiva de la sociedad civil estadunidense en el corazón de la capital, siempre precedidas y ratificadas por la postura de intelectuales y artistas que no dudan en comprometerse, aunque no sea fácil gritar contra la guerra sin ayudar a Saddam Hussein, dictadorzuelo indefendible. Sin embargo, en la mayoría pesan más en la conciencia los argumentos humanitarios que los escrúpulos políticos.
Sin duda, el problema número uno es evitar el sacrificio de víctimas inocentes, así la guerra dure seis higiénicos minutos, seis días o seis meses, pero detrás del pacifismo hay también e inevitablemente un cuestionamiento de los paradigmas del presidente Bush y a su doctrina de la "guerra preventiva", la duda legítima acerca de si los valores que dice defender son exactamente los mismos que los pacifistas sostienen.
Está claro que Estados Unidos es la primera potencia del mundo, pero Ƒdesde cuándo sus intereses nacionales, su propia soberanía, son automáticamente los intereses y la "soberanía" de la sociedad globalizada? ƑPor qué esta guerra sin una provocación de por medio, como pasó en el pasado? ƑQuién le ha dado el derecho a Estados Unidos para decidir a quién, cómo y cuándo bombardear, incluso doblándole las manos al Consejo de Seguridad para guardar las apariencias de legalidad?
Se entiende que Estados Unidos quieran defenderse de otro genocidio como el del 11 de septiembre, pero encabezar una coalición mundial para poner de rodillas al régimen iraquí es simplemente un abuso de poder que pone en entredicho el derecho internacional y encrespa gratuitamente al antinorteamericanismo que, según Bush, inexplicablemente los persigue.
ƑY México? Jugando a la paz y a la guerra, pronto se verá en el peor de los mundos posibles, enfrentado a la presión de votar en favor de Estados Unidos, pero comprometido a aparentar que tiene otro papel que jugar en la crisis. La política exterior mexicana está en un pantano: si se queda quieta, se hunde; si se mueve, se hunde más rápidamente. El recién adquirido protagonismo que el Presidente (éste y los anteriores) se inventa no corresponde a nuestra situación real, al examen objetivo de nuestras fortalezas y debilidades en el mundo.
Tantos años de bilateralismo, de rendir pleitesía económica a nuestro vecinos, tanto afán de modernidad e imitación, tantas ganas de ser como ellos sin pensar en la nación que realmente somos nos deja inermes.
Para los que estamos por la paz, sería saludable y gratificante que México votara en conciencia conforme a su tradición, pero sabemos que eso tendrá costos para los que desgraciadamente no estamos institucionalmente preparados. Y, sin embargo, no hay otra salida digna. Construir una posición de México ante el mundo no es sólo decidir un voto en el Consejo de Seguridad o aplicar viejos y sabios principios, sino construir una doctrina que corresponda en esta hora a la defensa de los intereses mexicanos en condiciones de mundialización.
Sólo una diplomacia que atienda seriamente, con rigor y sin estridencias sus necesidades podrá devolvernos la voz y el prestigio que algún día México alcanzó en la arena internacional y que ahora están perdidos. Hoy no los tenemos. Y eso cuesta.