Carlos Monsiváis
''Dispense las molestias que le causa esta hecatombe"
Para las clases gobernantes, la distopía (la utopía negativa) es un género del estremecimiento teatral. La verdadera exhibición de su optimismo son sus acciones y la gran impunidad se basa en el exterminio de la resistencia desde abajo. Para las megaélites el planeta entero es una zona de saqueo; es perfecto no suscribir los Protocolos de Kyoto porque el calentamiento de la Tierra no es asunto de ellos; no es problema bombardear incesantemente a la población civil porque -por definición- todo se merece quien no tiene defensores, el terrorismo es abominable (sobre esto no hay duda) y a nombre del combate al terrorismo todo se vale; el Fondo Monetario Internacional no es una institución sino la versión actual de Dios que sentencia y castiga (la teología financiera); resistir en lo mínimo a la trasnacionales es atentar contra la libre empresa y es un desafío inaceptable a la democracia... y así sucesivamente.
La gran tragedia del 11 de septiembre hizo creíble la reconciliación internacional a partir de la solidaridad hacia las víctimas y el repudio al terrorismo. Se creyó en el descrédito final de la violencia, así resultase inevitable una respuesta estadunidense. Sin embargo, para corroer las esperanzas bastaron los bombardeos inclementes sobre Afganistán y el delirio belicista.
El texto profético y preventivo de Gabriel García Márquez no pertenece al género de la distopía sino al de la utopía, al del pensamiento que juzga posible enderezar el rumbo de las cosas, y usar de la racionalidad para conjurar la catástrofe. Por eso me parece un texto justo y necesario. Pero la situación actual se opone decididamente a la utopía. La terquedad genocida del complejo militar industrial-financiero-político, su desprecio profundo a las razones humanistas y humanitarias, la carrera armamentista, en fin, todo lo que constituye el terrorismo de Estado, fomenta el pesimismo, así no legitime el determinismo (si lo que sucede es terrible, no es lo que forzosamente debe pasar).
En el proceso, lo literalmente increíble es el proceso suicida de las clases gobernantes. Nada las exceptuará de las catástrofes de la ecología, nada evitará que deban vivir ya para siempre entre las cuatro paredes de los gestos de sus guaruras, nada les concederá la libertad de movimiento que el derroche y el cretinismo moral no conceden. Lo mismo en Norteamérica donde el grupo de George Bush hace gala de su falta de entendimiento, que en México donde la extrema derecha se burla de los derechos indígenas (šqué deplorables los senadores!), que en Israel, donde Sharon se erige en el verdugo de palestinos e israelíes, el aislamiento de las élites es devastador. Lo sabrán pero eligen ignorarlo: lo que ocurra en el planeta les ocurrirá también a ellos, y, en la globalización, la violencia también se precipita sobre los victimarios.
De resultar incontenible la ofensiva de la ultraderecha financiera y sus ejecutivos políticos, la distopía será la literatura de moda en un planeta sin un solo lector.