José Steinsleger
Júpiter en calzoncillos
Lo bueno del hiperrevuelto escenario político internacional es lo malo que se está poniendo. Que no se concluya, por tanto, en el facilismo de "cuanto peor, mejor". Digo... (más bien, intuyo) que sin habérselo propuesto, las fuerzas antimperialistas del mundo están redescubriendo motivos concretos para sentirse optimistas. El primer aliento para el optimismo consistiría en el talento indiscutible que la ineptocracia con poder, rodeada de nulidades, está desplegando en buena parte del orbe para alejarse de la inteligencia verdadera. ƑQué sería la inteligencia "verdadera"? Veamos.
En víspera del ingreso de Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial, el 3 de enero de 1941, Franklin D. Roosevelt pronunció un discurso en el que invitó a formar un mundo donde las cuatro libertades estarían garantizadas "para todas las naciones": 1) libertad de palabra y expresión, 2) libertad de toda persona de adorar a Dios a su modo, 3) libertad de vivir sin miseria (es decir, con acuerdos económicos), y 4) libertad de vivir sin temor (reducción mundial de armamentos).
Repetido una y otra vez el estribillo "en todas partes del mundo" fue atractivo para las esperanzas y los anhelos de Europa, ocupada y devastada por los ejércitos de Hitler, sin que al temible y pragmático aislacionismo yanqui, con todos los informes del horror en sus manos, se le moviese una fibra de sus emociones. No deseo introducir otros asuntos tales como la naturaleza imperialista del gobierno de Roosevelt y la complicidad del capitalismo estadunidense con Hitler, en parte similar al que en los años 80 sostuvo a Saddam Hussein en Irak, en su guerra contra los ayatolas de Irán.
Adolfo Hitler y Benito Mussolini nunca fueron estadistas, sino matones al servicio del capitalismo mundial que, ideológicamente, expresaban los sentimientos profundos de la burguesía. Pero en diciembre de 1941, cuando Hitler se estrelló ante las puertas de Moscú, el hecho resultó más preocupante que el ataque de Japón a Pearl Harbor. Por esto, tras la derrota de Alemania en Stalingrado (enero de 1943), el mundo libre consintió en liquidar el nazifascismo como recurso extremo del capitalismo.
Partidario de la guerra química desde sus años mozos, Churchill vulgarizó ante Harry Truman la expresión cortina de hierro (Missouri, 1946). El fiel amigo de la botella aludía con esto a los países de Europa oriental, ocupados por la Unión Soviética. Ningún periódico del mundo libre observó que la expresión fue acuñada por Joseph Goebbels, jefe de propaganda nazi, al denunciar el acuerdo de los tres grandes (Stalin, Churchill y Roosevelt) que en Yalta se repartieron el mundo (febrero de 1945).
"Por otros medios...", la guerra volvió a librar el paso a la política. Los de Hollywood se encargaron de contar la historia y cuando el senador Joseph McCarthy seguía encontrando comunistas en la sopa, el general Douglas Mac Arthur propuso el ataque nuclear a China, en lo que sería el primer intento de golpe de Estado ultraderechista en los Estados Unidos de posguerra (abril de 1951).
Hago hincapié en la época en que los estadistas medían, pensaban y valoraban el papel de la inteligencia política en los asuntos complejos del mundo: Roosevelt, imperialista, fue un estadista; Winston Churchill, colonialista, fue un estadista; Charles De Gaulle, militar metido a político, y José Stalin, líder de la contrarrevolución mundial, fueron estadistas.
ƑQué tenemos hoy? Incapaz de producir estadistas como Roosevelt, Churchill o Stalin, que contaban con asesores que leían a Henry James, Bertrand Russell y Carlos Marx, el totalitarismo moderno y la democracia capitalista (tal para cual) han engendrado a imbéciles como George W. Bush, Tony Blair y Vladimir Putin, que apenas entenderían los razonamientos bobos de los Fernando Savater, Mario Vargas Llosa y Vaclav Havel. Pareciera que Bush, auténtico Júpiter en calzoncillos, se formó con Cantinflas. En febrero del año pasado, en Japón, confundió los términos "devaluación" y "deflación" y casi provoca un descalabro financiero. Y en julio de 2001, en Roma, sin soltar el maletín que contiene los códigos de la guerra nuclear, declaró: "Yo sé en qué creo. Continuaré articulando lo que creo y lo que creo es... yo creo que lo que creo es lo correcto".
Seamos optimistas. Cuando la política aliada a la religión se convierte en irrespirable cortina de humo que esconde y desfigura la realidad, la esencia del hombre y de la vida, existen motivos de fondo para movilizarse. Este 15 de febrero, movilicémonos y digamos no a la guerra. Porque los viejos diques de las mentiras de los medios, las finanzas, la burocracia, los intelectuales dóciles, la política mercantil y los capitanes del holocausto, ya son demasiado estrechos para contener a un mundo que, para no morir de asfixia, se ve obligado a romperlos.