AUGUSTO MONTERROSO, 1921-2003
La moderación caracterizó la manufactura
de sus libros
El universo de Tito, en 500 páginas
CESAR GÜEMES
Bondadoso, rubicundo, sonriente, suave al trato y anfitrión
esmerado, Augusto Monterroso descansa ya en la paz de su obra. Con instrumentos
de relojero y paciencia de Job laico consiguió crear un poblado
universo en no más de 500 páginas. Obras completas (y
otros cuentos), Movimiento perpetuo, La palabra mágica, La oveja
negra y demás fábulas y Lo demás es silencio
(La vida y la obra de Eduardo Torres) conforman el canon de su quehacer
literario.
El también escritor y sólido intelectual
Henrique González Casanova lo impulsó, en el sentido literal
del término, para que se reconociera como escritor. Así lo
recordó Monterroso para La Jornada al hablar de su primer
libro, Obras completas (y otros cuentos): "De hecho yo no quería
publicar ese trabajo. Cuando vine a México, luego de mi exilio en
Chile en el 56, fue Henrique González Casanova quien me dio un trabajo
en la imprenta universitaria. Me incorporé a la UNAM desde entonces.
El, luego de un par de años, muy generosamente me ofreció
la posibilidad de editarme un libro de cuentos. Eso me llenó de
angustia, porque lo único que yo había publicado eran trabajos
en revistas de escasa circulación y me sabía tranquilo porque
pensaba que pocas personas pudieron leer esos escritos. Pero un libro ya
era algo distinto. El caso es que pasó el tiempo y como no se llegaba
el momento en que yo entregara el libro, Henrique me dijo: 'O me traes
el volumen o te corro'. No quería que me convirtiera en burócrata.
Me lo dijo muy en serio, aunque tal vez no tuviera la intención
de despedirme. Entonces recogí de varias revistas los 13 cuentos
que contiene el libro que finalmente apareció en el 59. Si no hubiera
sido por González Casanova, creo que me la hubiera pasado haciendo
como que algún día iba a publicar algo".
El volumen, que ha pasado a la historia de la literatura
como ejemplo de prosa fresca, está conformado por las narraciones
''Míster Taylor'', ''Uno de cada tres'', ''Sinfonía concluida'',
''Primera dama'', ''El eclipse'', ''Diógenes también", ''El
dinosaurio'', ''Leopoldo (sus trabajos)'', ''El concierto'', ''El centenario'',
''No quiero engañarlos'', ''Vaca'' y ''Obras completas''.
Hombre de su tiempo
La
concisión, que no síntesis, y la gracia que había
demostrado al escribir su celebérrimo cuento ''El dinosaurio'',
encontró en Movimiento perpetuo ejemplos de la misma altura,
como es el caso de ''Fecundidad'': "Hoy me siento bien, un Balzac; estoy
terminando esta línea".
Los trabajos y los días de Augusto Monterroso,
nacido en Honduras en 1921, criado en Guatemala y mexicano desde hace más
de medio siglo fueron los de un hombre de su tiempo. Así lo expuso
para estas páginas: "Como puedo ponerme a escribir, tal vez lea
o escuche música o quizá salga a la calle a no hacer nada.
O tal vez me dedique a realizar tareas de la existencia doméstica,
como ir por el periódico, realizar pagos en el banco o ir al mercado.
Pareciera que es una molestia hacer fila en un banco o buscar la mejor
mercancía en un mercado, pero yo lo considero algo bueno, porque
me ha mantenido siempre en contacto con la gente de carne y hueso. Es decir,
este tipo de trabajos me gustan porque no me dejan aislarme. No vivo en
una torre de marfil".
La palabra mágica, uno de sus libros más
breves en número de páginas, contiene cuatro historias que
al mismo tiempo se apartan del estilo habitual del prosista y que le permiten
ampliar su registro de voces: Llorar orillas del río Mapocho, La
cena, De lo circunstancial a lo efímero y Las ilusiones perdidas.
Su forma de concebir la manufactura de un libro no era
forzada, por el contrario, los textos se le iban acumulando con gran moderación,
como nos explicó: "Escribo, como siempre. Escribo y guardo, a la
espera de que los libros se formen solos. Cuando tengo material suficiente
para un volumen, entonces lo suelto. Pero nunca tengo la idea de 'voy a
hacer un libro, no pienso en sus características ni en su publicación.
Escribo lo que se me va ocurriendo cada día, cada semana o cuando
sea. Lo guardo, a veces 20 años enteros. Y en el momento en que
creo que ya hay material suficiente para publicar, lo hago. Creo en las
musas y entiendo que representan la inspiración o el impulso para
escribir algo. Las ideas o las ocurrencias que tengo se las atribuyo siempre
a una musa más que a un esfuerzo. Tomo la escritura como un regalo.
Luego de que sintió que el cuento como género
no le permitía cumplir con sus propósitos literarios, se
decidió por la fábula y dio a conocer La oveja negra y
demás fábulas, amplio volumen en el cual incluyó,
quizá premonitorio, el texto titulado ''El paraíso imperfecto'':
"-Es cierto -dijo melancólicamente el hombre, sin quitar la vista
de las llamas que ardían en la chimenea aquella noche de invierno-;
en el Paraíso hay amigos, música, algunos libros; lo único
malo de irse al Cielo es que allí el cielo no se ve".
Modesto
de verdad y como pocos escritores recatado, su labor dentro de las letras
fue reconocida, entre otros, con distinciones como el Premio de Cuento
Nacional Saker Ti, el Magda Donato, el Xavier Villaurrutia, el Aguila Azteca,
el Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo
y el Nacional de Literatura Miguel Angel Asturias. Aun así, en una
de las última entrevistas concedidas para La Jornada, nos
dijo: "Me siento como cuando empecé. Es decir, nunca he llegado
a saber cómo se escribe un cuento, por ejemplo, ni un ensayo. Incluso
le tengo prevención a ese conocimiento. No quiero saber. Tengo el
prejuicio o la superstición de que si llego a saber cómo
se hacen los cuentos, pasaría de ser un artista a un artesano, y
entonces podría hacer uno cada ocho días. Pero como no sé
cómo se hacen, sigo a merced de lo que vaya cosechando en cada ocasión".
Su tesoro mejor guardado fueron y son sus lectores, nos
dijo también en esa ocasión: "Percibo el cariño de
quienes me leen. A medida que ha ido pasando el tiempo lo he notado, en
primer lugar porque me lo manifiestan espontáneamente. Luego, porque
recibo muchas cartas de gente que no conozco y que me señala su
aprecio. Sé que mis lectores me quieren. Con eso me quedo".
En algún lugar, en el sitio en que reposan los
hombres y las mujeres de bien, un dinosaurio despierta y confirma satisfecho
que su creador, Augusto Monterroso, todavía está allí.