Miguel Concha
Guerra inmoral e ilegítima
La guerra, según eso "quirúrgica", que la actual administración estadunidense prepara contra Irak, para probar de nuevo sus "armas inteligentes" de muerte -que ya vimos cómo "se equivocaban" en Afganistán, haciendo blanco contra la población civil e incluso contra ambulancias y centros hospitalarios-, y extender por encima de todo derecho su dominación imperial en el mundo, ha sido reiteradamente calificada como inmoral e ilegítima por todas las personas de buena voluntad, incluidos los cristianos y hombres y mujeres de muchas religiones. Y ello porque se trata de una verdadera guerra de agresión, de consecuencias terribles para Irak, el Medio Oriente y la humanidad entera, cuyas motivaciones definitivas no han quedado claras, y porque opta por el uso absolutamente desproporcionado de la violencia como primer recurso para superar supuestos agravios y amenazas, minusvalorando y despreciando el derecho internacional, el diálogo leal, la solidaridad entre los estados y el ejercicio de la diplomacia.
Como expresaron cientos de organizaciones, asociaciones, fundaciones, comunidades, colegios, parroquias, institutos religiosos e instituciones cristianas de España el mes pasado en un manifiesto, y en cartas dirigidas al presidente del gobierno, al embajador estadunidense en ese país y a los secretarios generales de todos los partidos políticos, en primer lugar hay que recordar a cuantos creen que la vida pública internacional se desarrolla de algún modo fuera del ámbito del juicio moral que el problema de la paz no puede prescindir de las cuestiones relacionadas con los principios morales, y que por lo tanto todas las decisiones relativas a ella están sometidas al examen ético, que tiene como referente destacado la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
En seguida, es absolutamente imprescindible rechazar como ilegítima y contraria a toda ética la misma noción de "guerra preventiva", con la cual el gobierno estadunidense se otorga a sí mismo la facultad de atacar a cualquier otro país cuando le venga en gana, como si la lucha contra el terrorismo justificara cualquier tipo de actuación.
En tercer lugar, no está claro para la conciencia de nadie la supuesta amenaza contra Estados Unidos y la seguridad del mundo "libre y democrático" que representa actualmente el gobierno de Irak, pues como afirmó hace dos días el propio presidente del Departamento de Justicia y Paz del Vaticano, arzobispo Renato Martino, las pruebas que Colin Powell presentó el pasado miércoles ante el Consejo de Seguridad de la ONU son algo "vago y no convincente". Ya el 13 de septiembre pasado el obispo Wilton D. Gregory, presidente de la Conferencia Nacional de Obispos Católicos de Estados Unidos, había declarado que se les antojaba difícil "la extensión a Irak de la guerra contra el terrorismo, ante la ausencia de pruebas elocuentes y adecuadas de la implicación de este país en los ataques del 11 de septiembre, o de la inminencia de un ataque de carácter grave".
Pero lo más importante que descalifica a esta guerra como inmoral e ilegítima son las terribles consecuencias que seguramente traería para la humanidad, el Medio Oriente y el pueblo de Irak, no únicamente desde el punto de vista económico, lo que ya es significativo, sino sobre todo desde el punto de vista político, ético, e incluso religioso. Como han declarado los españoles, además de que causaría sin duda miles de muertos, heridos y desplazados, sobre todo entre la población civil, esta guerra injusta incrementaría el abismo de desconfianza y hasta de odio que ya se ha establecido entre los países occidentales y los pueblos de la región. "Una acción militar contra Irak -dicen- daría la razón a los extremistas, que perciben nuestro mundo como dominado por un 'choque entre civilizaciones', es decir, (šy eso nos causa un sufrimiento particularmente cruel a los creyentes!), como una confrontación entre religiones, cuando en realidad se trata de un enfrentamiento motivado por razones económicas. Además, si se produjera la guerra no podríamos evitar el sentimiento de que las resoluciones de Naciones Unidas se aplican con doble rasero en Medio Oriente, y nuestro discurso que proclama la democracia y los derechos humanos como valores universales quedaría totalmente desacreditado".
Por todo lo cual es absolutamente indispensable pedir a nuestro gobierno, como lo han hecho los españoles y las españolas, por lo menos en 75 por ciento de su población, que se abstenga en todo momento de cohonestar de cualquier modo esta guerra inmoral e ilegítima contra la humanidad, y que no tome ninguna decisión definitiva sobre ella sin contar con nuestro Senado y la comunidad entera de las naciones.