Marco Rascón
El neocallismo perredista
Luego de ser arrumbado como una subsecta del universo perredista (rosca), el cardenismo fue sustituido por el neocallismo. Y es que en este giro de corrientes históricas, el perredismo reivindica mediante sus prácticas actuales el viejo autoritarismo priísta como única cultura política, aunque ahora -hay que reconocerlo- el dedazo y el verticalismo vayan acompañados de encuestas que realiza una de las tantas empresas de opinión corrompidas por las prerrogativas y el chambismo.
El neocallismo perredista, al igual que el de Plutarco, reivindica la unidad de todos los jefes en torno a un solo proyecto, así como las mismas reglas en las que se gana y se pierde. La unidad revolucionaria no acepta críticas ni deslealtades, éstas se van tejiendo en torno a prohombres que son el símbolo mismo del proyecto.
Desde una perspectiva histórica, el PRD necesitaba de una escuela como la de Calles, no la de Cárdenas, para hacer de sus órganos el mero titiritero de las decisiones de las fracciones triunfantes, ayer impuestas a bala, hoy mediante transacciones de recursos, apoyos secretos y dinero. Muchos de quienes lucharon hoy son parte de esa nueva construcción y se sientan por igual con todo tipo de aventureros, oportunistas y tránsfugas que crecieron al amparo de las nuevas reglas y el verticalismo, y son aceptados.
Hace tiempo narré en este espacio una pesadilla: soñé al Zócalo gritando "šmuera el PRI!" y que al despertar estábamos todos en el PARM como comparsas y satélites. Aquella pesadilla no fue peor a la realidad que hoy vivimos, pues todos los vicios que llevaron al hartazgo a la ciudadanía los ha asumido el PRD como herencia. La vieja izquierda burocrática se hizo callista, conservadora, demagoga y muy ambiciosa, pero conserva el discurso revolucionario en nombre de la izquierda.
El nuevo callismo perredista, al igual que el salinismo en 1991-93, se erige como una mole aplastante: un nuevo poder que avasalla a todo aquel que mantiene una postura mínimamente crítica o que tiene que rumiar afrentas y traiciones; en un poder absoluto de los grupos y corrientes, tan mezquinos y ambiciosos que se creen los toreros de la plaza cuando no son más que el toro que divierte a la gran oligarquía instalada en sombra.
Cada tres años el PRD le ha costado a los intereses de las trasnacionales y a la oligarquía nacional 500 millones de pesos, incluida la administración de unos cuantos gobiernos. Muy barato, dado que reconocen -y aquí radica la importancia actual del partido del sol azteca- que estas concesiones han sido más efectivas que la Dirección Federal de Seguridad -granaderos, cárceles y torturas-, ya que ahora en nombre de la izquierda el partido hace todo lo que la derecha soñó sin costo político: primero controló y después neutralizó gran parte de los movimientos bajo su influencia, hoy prácticamente destruidos. Más tarde dividió movimientos populares con vida propia e hizo de sus cuadros y activistas, choferes, ujieres de oficina, cortesanos y pequeños operadores de instrucciones inconfesables.
Rosario Robles llegó no para acabar con los viejos vicios, sino para coronarlos. Los dirigentes actuales son duros, inflexibles, implacables contra la disidencia interna, pero en los hechos no mantienen esa actitud frente a ninguna controversia.
Gracias al callismo perredista el partido hizo estragos en la UNAM, abandonó la lucha por la defensa de la industria eléctrica, que dejó al PRI, cejó en su lucha por la democratización de los medios de comunicación, y sólo se acordó de los campesinos cuando éstos se movilizaron y fueron vistos como votos para este año.
El neocallismo perredista impuso las nuevas reglas en el estado de México, el Distrito Federal, San Luis Potosí, toda vez que la transición pactada continúa destilando prerrogativas para mantener el esquema de partidos, donde la alternancia ya no significa nada, pues todos harán lo que manden los oligarcas.
Calles y Salinas parecían el poder eterno y ambos acabaron en el exilio, aunque Salinas se convirtió en máscara callejera para pedir monedas.
El neocallismo perredista ha decidido definir todas las candidaturas en un cuarto de hotel, violando todas las convocatorias; las comisiones nacionales sólo ocultaran el dedo callista de Rosario, López Obrador y Ortega, creando la unidad blindada frente a un proyecto traicionado que exigió aquel 1988 un partido, una democracia nueva y verdadera con un proyecto de nación alternativo. ƑPor qué las revoluciones en México siempre se traicionan?
Callistas como los perredistas ya no hay en el PRI. Los neocallistas perredistas aprendieron la ciencia de la simulación y del autoritarismo que por suerte no durará mucho, aunque todos hayan pactado con el diablo para hacer campañas, aliarse con los grandes medios y tener dinero.
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