José Blanco
La pobreza campesina
Julio Boltvinik nos ofrece en su columna de la semana pasada un razonamiento minucioso, en este caso acerca del origen de la pobreza campesina. Se trata de un intento por teorizar el origen de esa pobreza, un intento de explicación analítica del fenómeno, que es indispensable para el diseño de políticas públicas acertadas.
No es difícil suscribir muchas de sus tesis, pero me referiré al punto fuerte de su argumentación. Los campesinos son pobres porque tendrían que pagar el costo anual de reproducción de su fuerza de trabajo y el precio de su producción no lo cubre, mientras que la agricultura capitalista sólo paga los salarios durante el lapso en que utiliza la fuerza de trabajo. A efecto de aislar el fenómeno, Boltvinik supone una economía cerrada y el uso de la misma tecnología en la economía capitalista y en la economía campesina. En tales condiciones, está claro que el agricultor capitalista paga una masa salarial que está por debajo del costo de reproducción de la fuerza de trabajo campesina.
Falta aún el punto clave: ambos tipos de productores concurren al mismo mercado y, debido a la "lógica capitalista", el precio de mercado lo determina el productor capitalista, que no cubre el costo de reproducción de la fuerza de trabajo campesina. Así, los campesinos empobrecen y quedan presos de esa "lógica".
Al levantar sus supuestos nuestro autor encuentra, desde luego, otros factores que ayudan a explicar esa pobreza. La tecnología campesina es inferior a la usada en la agricultura capitalista, la economía no está cerrada y debemos enfrentar la competencia externa de productos agrícolas altamente subsidiados.
Es un hecho que los productores campesinos son pobres y los agricultores capitalistas no lo son. Pero su explicación en el marco de una economía cerrada no me resulta consistente. La "lógica capitalista" consiste justamente en la maximización de la ganancia. De ahí que, en el caso de la formación de los precios agrícolas -bajo el supuesto de una economía cerrada-, éstos vienen determinados por las unidades de producción más pobres, tanto en lo que hace a la calidad de la tierra como en el uso de las tecnologías, dado el carácter finito, limitado, de la tierra fértil. De ahí el origen de la "renta diferencial", las mayores ganancias, de las unidades mejor dotadas en tierra y tecnología.
Si levantamos el supuesto de la economía cerrada, los productos de la pobre producción campesina se enfrentarán a la altísima productividad estadunidense, canadiense, europea, en esos mismos productos, potenciada por el gran volumen de subsidios que los productores reciben. Estos compiten entre sí, y por tanto el precio internacional agrícola de los productos campesinos les impedirá cubrir el costo de reproducción de su fuerza de trabajo.
Por otro lado, no hay que olvidar que los precios de garantía fueron precios tope, un mecanismo político para trasladar ingresos desde la sociedad rural hacia la sociedad urbana. Un mecanismo para mantener salarios bajos y ganancias altas en la industrialización que el gobierno estaba impulsando. En el marco del "modelo" de desarrollo estabilizador, por ejemplo, el índice general de precios aumentaba 3 o 4 por ciento anual, con tendencia al alza hacia el final de ese periodo, mientras los precios de los productos de la economía campesina permanecieron inamovibles durante lapsos de ocho a 13 años. Es decir, no podía darse el proceso "natural" de formación de precios de mercado agrícolas, porque los campesinos estaban sujetos y controlados por el gobierno priísta, por medio de la CNC. En otros términos, falta considerar, en el cuadro de la explicación, el poder efectivo de negociación de los campesinos, sobre los precios de sus productos.
Notemos que el alto subsidio del gobierno estadunidense beneficia a la sociedad urbana mexicana, porque implica un traslado de ingreso desde el presupuesto de Estados Unidos hacia el consumo mexicano, vía las exportaciones de ese país. Con la frontera abierta tendremos una barrera infranqueable al desarrollo de una producción campesina capaz de generar un ingreso que reproduzca su fuerza de trabajo. Además, no podemos cubrir los volúmenes equivalentes de subsidio que Estados Unidos otorga.
El gobierno mexicano debe ser capaz de hacer entender la conveniencia política, para el propio Estados Unidos, de tener un campo mexicano en paz y en desarrollo. Pero eso implica un nuevo pacto rural-urbano. Tendríamos que cerrar la frontera para los productos de la economía campesina, y estar dispuesta, la sociedad urbana, a pagar precios más altos que los internacionales, a efecto de que el ingreso campesino permita tener acceso a la acumulación, a la educación y la tecnología. Otorguemos, además, subsidios a esa producción y proporcionemos a los productores campesinos los instrumentos legales que les permitan fortalecer su poder de negociación frente a la sociedad urbana. La alternativa es ver a los campesinos como redundantes.