EL CAMPO ANTE EL TLCAN
Ni las intimidaciones del gobierno pudieron evitar
que se realizara la megamarcha
Logra el tratado lo que la izquierda no ha podido:
unir a los desposeídos
Urge una nueva política para el agro y convocar
a un pacto Estado-sociedad urbana y rural
MARIA RIVERA
El México profundo volvió a caminar. A nueve
años de la firma del Tratado de Libre Comercio de América
del Norte (TLCAN), con los resultados del acuerdo en la voz, en las manos,
en la mirada, miles de ejidatarios, comuneros, pequeños y medianos
propietarios marcharon la tarde ayer del Angel de la Independencia al Zócalo
capitalino para decir que ya no están para historias neoliberales
ni para cifras macroeconómicas gubernamentales y que urge impulsar
una nueva política para el campo; un pacto Estado-sociedad urbana-sociedad
rural; renegociar el apartado agropecuario del tratado y poner un alto
a la pérdida de la soberanía del país, que se avizora
con la puesta en marcha del Plan Puebla-Panamá y el Area de Libre
Comercio de las Américas.
Desbordaron la máxima plaza del país y las
calles que la rodean en la más grande manifestación campesina
independiente de los últimos tiempos. Desde el cardenismo no se
había visto nada igual, dijeron los memoriosos. Con gritos que sonaban
como creciente de agua, aseguraron que no conocen a los ganadores del acuerdo,
de los que tanto hablan los funcionarios gubernamentales y el propio Presidente,
y en cambio pueden dar cuenta de los millones de perdedores: que les basta
mirarse a sí mismos y a sus familias.
Hablaron de un mundo abandonado a su suerte, a la incierta
fortuna de la subsistencia o la migración. Recordaron a los que
todavía resisten, generalmente hombres y mujeres mayores, quienes
perdidos en la nada se aferran al campo, a la tierra, a su vida. Pero también
contaron la historia de los jóvenes que eligieron agarrar camino
hacia las ciudades o "al norte" para encontrar una salida a la miseria.
Son esos 600 campesinos que abandonan sus tierras cada día, hasta
conformar el inmenso río de 1.7 millones en lo que va del tratado,
quienes ha dejado sin alma amplias regiones del país.
Si a principios del siglo pasado Porfirio Díaz
decretó "mátenlos en caliente", decían en pancartas
los de del movimiento El campo no aguanta más, la consigna de Salinas,
Zedillo y Fox ha sido "emígrenlos en caliente".
Palabras como soberanía y nacionalismo cobran
vigencia
Tras
esta marcha los operadores políticos de los pasados sexenios tienen
tema para reflexión. Por obra y gracia de sus políticas han
conseguido lo que a la izquierda, partidista o no, le ha resultado imposible
en tantos años de batalla: unir a los distintos, conciliar las diferencias.
Ejidatarios y productores; campesinos y sindicalistas; analfabetas y estudiantes;
campo y ciudad se empiezan a encontrar. Tras el curso intensivo de neoliberalismo
de años recientes, que dejó a todos de un mismo lado, del
de los excluidos, se está conformando un movimiento que vuelve a
poner en vigencia palabras como soberanía, nacionalismo, dignidad,
historia.
La tarde nublada, con uno de esos cielos tan borrosos
que ni son de invierno pero que tampoco se atreven a ser de verano, fue
el contexto de esta manifestación que parecía no tener fin.
Los primeros contingentes, encabezados por la plana mayor del movimiento
campesino y sindical, tras acomodarse llegaron hasta la glorieta de Cuauhtémoc.
Poco a poco se fueron recorriendo hasta que la avanzada tuvo que encaminarse
al Zócalo, mientras los últimos todavía estaban en
el Angel.
En los rostros de los dirigentes de El campo no aguanta
más, del Congreso Agrario Permanente, El Barzón y organizaciones
sindicales solidarias era notoria la satisfacción. Y no era para
menos: habían resistido intimidaciones, acoso y maniobras de último
momento para llegar a esta marcha. Las 300 órdenes de aprehensión
contra dirigentes campesinos por protestar contra el tratado o para exigir
que se reduzca el precio de la electricidad y el diesel no los doblegaron,
como tampoco lo hicieron las exhortaciones de Alfonso Durazo, secretario
particular de Fox, quien pidió que se suspendiera la movilización
en señal de buena voluntad o el Diálogo por una política
de Estado para el campo, que se sacaron de la manga Gobernación,
Economía y la Sagarpa de último momento.
El gobierno federal apeló a toda clase de prácticas
para dividirlos y restarles aliados, pero hasta la CNC aguantó la
presión o sacó las cuentas de lo que le costaría una
deserción de última hora y terminó participando. Eso
sí, fiel a su pasado, negocia con el poder en turno. La gobernabilidad
ante todo, argumentaron.
Al paso por avenida Reforma, vuelta patas arriba por obra
y gracia de los afanes de remozamiento en estos tiempos electorales, había
poca gente presenciando la marcha. Pero conforme se acercaba al primer
cuadro de la ciudad, las aceras se fueron llenando. Frente a frente quedó
la realidad urbana y la realidad rural. Representantes de los primeros
100 millones de ganadores del TLCAN, según la memorable frase presidencial.
Las consignas variaban de acuerdo con el contingente.
La CNC llevó agua para el molino priísta: "¡Se ve,
se siente, no existe Presidente!" Pero la mayoría fue a lo suyo:
"¡Campo sí, tratado no! ¡Fox, entiende, la patria no
se vende!" Al final, todos confluyeron en el grito que unifica a los desheredados
en los últimos tiempos: "¡Zapata vive, la lucha sigue!"
Encabezando la movilización, con una bandera nacional
en alto, miembros de El campo no aguanta más hablaban de su situación.
Jesús Celis, de 70 años de edad, del ejido Las Delicias,
municipio de Rosales, Chihuahua, tiene claras las razones de su lucha.
Ha participado en bloqueos de carreteras y ahora que se presentó
la oportunidad de venir al Distrito Federal a expresar su descontento ni
lo dudó. Salió el miércoles de su pueblo y llegó
a la capital el jueves a las 10 de la mañana. Explica que toda su
vida ha trabajado su parcela y ahora ve cómo sus tierras no pueden
darle sustento ni a él ni a su familia. Algunos de sus hijos han
emigrado a Estados Unidos y otros trabajan en las maquiladoras por 400
pesos a la semana.
"El campo está muerto, nuestras tierras son de
temporal y no ha llovido en los últimos años. Pero además
nada de lo que cultivamos vale, ni el maíz, ni el frijol, ni la
soya. Nosotros no somos limosneros, pero necesitamos que el gobierno nos
apoye. Pero además estoy aquí porque este país tiene
que comer lo que produce, no estar esperando lo de otra parte."
A su alrededor asienten sus compañeros, que han
venido de Puebla y de Tabasco. Todos cuentan historias similares.
En la máxima plaza del país, los campesinos
hablaron de la nueva y siempre igual lucha por la tierra. Las expresiones
de esta gente, acostumbrada a conseguir cada camino, cada costal de semillas
o fertilizantes con marchas y plantones, contrastaban con las de los nuevos
excluidos, medianos e incluso grandes productores, ganaderos y porcicultores,
que por primera vez se ven en el desamparo y no acaban de encontrarse en
su nuevo papel.
Pero los discursos de unos y otros no hablaron de desamparo,
decaimiento ni resignación. Sólo de rabia. Atrás han
quedado las ilusiones de los primeros días, como aquel 14 de agosto
de 1992, cuando el entonces secretario de Comercio y Fomento Industrial,
Jaime Serra Puche, ante la Cámara de Senadores aseguraba que los
acuerdos que se habían alcanzado en materia agropecuaria ofrecerían
al país la oportunidad de afianzar el proceso de modernización
del campo y mejorar el bienestar de las familias campesinas. Nada de eso
ocurrió.
Desde los escritorios del gobierno federal, una clase
política indiferente a su historia firmó un tratado que ha
ido convirtiendo parcelas, pequeños negocios y sueños en
extensos y cuidados sembradíos y grandes empresas automatizadas,
sólo que de otros. Por eso esta gente ha emprendido el camino largo,
desgastante, pero finalmente elegido de la resistencia ante el poder federal.
Si de algo está segura es que no quiere el mundo ancho, pero finalmente
ajeno, de la globalización, y este jueves exigió una nueva
política para el agro, la renegociación del TLCAN, pero sobre
todo advirtió que salvar al campo es salvar a México.