José Cueli
Presencia de una ausencia
Una faceta del exilio español, por cierto muy importante, incluyó la emigración de talentosos intelectuales españoles a México. Entre ellos se encuentra Ramón Xirau, destacado filósofo, poeta y maestro de muchas generaciones. En fecha reciente se ha publicado, por el Fondo de Cultura Económica, una compilación de sus ensayos con el título Entre la poesía el conocimiento.
Un ensayo del maestro Xirau es sobre la poesía de Xavier Villaurrutia. Estupendo trabajo no sólo por tratarse de uno de los grandes poetas mexicanos, sino por la destreza y talento con que Xirau lo interpreta. Dicho texto lleva por título Xavier Villaurrutia: la presencia de una ausencia. Comienza con una bella frase del propio Villaurrutia: ''... esa realidad poética que podemos llamar la presencia de una ausencia".
En mi opinión, la poesía de Villaurrutia envuelve, absorbe, deleita y a la vez angustia, porque nos coloca frente a un espejo de doble faz. Me cautiva no sólo desde su riqueza poética sino desde su apertura, como señala Xirau, hacia la interioridad, hacia la subjetividad y hacia la desrealización. Todo ello se puede enlazar con la búsqueda que inician los analistas y analizan hacia el mundo interno de ambos.
Xirau señala que la ciudad de Villaurrutia es su propio espíritu y que su poesía trata de alejarse de todo mensaje dirigido al exterior. Es justamente eso lo que el analista intenta promover en el analizado, un viaje hacia su realidad síquica, que finalmente es la que cuenta (como Freud enfatizó) tanto en la estructuración más genuina del individuo (el siquismo), así como el factor que condiciona su conducta exterior. En este punto Xirau coloca el dedo en la llaga, y es así como cree que en el poema Nostalgia de la muerte (1939), el cual considera el punto culminante del quehacer poético de Villaurrutia, expresa: ''Ahí el poeta se busca a sí mismo y termina por no encontrarse".
Es ahí donde puedo leer la concepción del yo freudiano, el silogismo propuesto por Freud donde el sujeto no puede ya dejar de aceptar, no sin dolor e incertidumbre que ''no es'', es decir, enunciar que él no es el objeto y que resulta imposible rastrear el origen, porque no hay tal, porque el yo no es más que una ficción, es inhibición, dado que parte de su función es poner un dique al exceso de realidad que existe en el inconsciente.
En un punto del texto, Xirau cita un fragmento de Nocturno de la estatua: ''Soñar, soñar la noche, la calle, la escalera/ y el grito de la estatua desdoblando la esquina./ Correr hacia la estatua y encontrar sólo el grito,/ querer tocar el grito y sólo hallar el eco/ querer asir el eco y encontrar sólo el muro/ y correr hacia el muro y tocar un espejo". Allí, señala Xirau, que de la noche al sueño, del sueño al grito, del grito al eco, del eco al espejo, el poeta cumple un proceso de desrealización radical.
Estas palabras tan lúcidas y certeras de Xirau, tanto como la voz y el eco de los poemas de Villaurrutia, confrontan con el desamparo originario, con la incesante búsqueda de la huella originaria que no aparece a pesar de que se busca una y otra vez de una manera incesante.
Confrontan también con ese grito originario emitido por el individuo para ser escuchado y auxiliado por el semejante que posibilitará (de ser escuchado) tanto nuestra supervivencia física como síquica, pero que para algunos individuos no pasará de ser un grito sin respuesta alguna que lo condicionará a la oscura noche del silencio, del delirio, de la alucinación, en un intento desesperado por no desfallecer. Lo que deja aquella huella originaria es para Freud como lo es para Villaurrutia, tal como lo interpreta Xirau, la presencia de una ausencia. En palabras de Xirau: ''Villaurrutia inventa un mundo para negarlo (...) Invoca a las cosas que sabe inexistentes (...) el artista se ha asomado solamente a su abismo interior".