Vilma Fuentes
André Breton en venta
Desde la muerte de André Breton (1896-1966), Elisa, su mujer, conservó en el mismo estado durante más de 30 años el departamento donde vivieron juntos y que Breton ocupaba desde 1922: 42, rue Fontaine, en París.
Ningún objeto cambió de lugar. Tuve la suerte de ser testigo desde mi primera visita a Elisa: incluso la pipa de André seguía en el cenicero donde la dejó antes de fallecer.
Hoy, el mundo del mercado del arte se halla en efervescencia: las colecciones del fundador del surrealismo serán puestas a la venta pública en la sala Drouot, en París, del 7 al 18 del próximo abril. Cinco catálogos, más de 2 mil páginas, enumeran la totalidad de las piezas presentadas a los coleccionistas. Con excepción de algunos grandes cuadros (entre otros, El gran masturbador, de Dalí, y una tela de Alberto Gironella colgada en el muro del taller de Breton, reconstituido en el museo Beaubourg), ya adquiridos por los museos franceses, todo será vendido.
La primera consecuencia de la venta será la dispersión de esta colección única. Creo que cabe interrogarse al respecto. Deplorar, por ejemplo, que no se haya creado una fundación para mantener en un solo lugar la riqueza de los casi 5 mil lotes puestos a la venta. Porque es la historia del surrealismo, uno de los fenómenos mayores del siglo XX, la que va a ser dispersada. Ahora bien, Breton no era un coleccionista en el sentido habitual de esta palabra. La excepcional acumulación de obras y de objetos que reunió en su taller es, en sí, una obra, y, sin duda alguna, una parte esencial de su vida. Ante las telas (Rivera, Matta, Dalí, Lam...), los libros autografiados de Trotski y otros; los manuscritos de Breton; las máscaras africanas, esquimales e indias; las fotografías (Alvarez Bravo, Man Ray), se puede imaginar un gigantesco collage, verdadera creación, donde André Breton yuxtapone lo más moderno y los más antiguo, fiándose a la única inspiración que animó toda su vida: la poesía. ''Busco el oro del tiempo'', escribió, y éstas son, por otra parte, las únicas palabras escritas en su esquela de defunción. Breton no coleccionaba: buscaba. Este genial descubridor poseía el don de encontrar tesoros como un zahorí. En cuanto al oro del tiempo va a transformarse en lingotes, en Drouot, donde la veta es estimada en 30 millones de dólares en una materia más tangible. ƑEs ésa la alquimia con que soñaba el poeta? Nada es más seguro.
Los vasos comunicantes, cuadro de Diego Rivera (1938), se estima entre 30 y 40 mil dólares. Una magnífica fotografía de Alvarez Bravo, Parábola óptica, (1934) entre 50 y 60 mil. Pero estas cifras pueden aumentar en unas semanas. En este sentido, nuestro amigo Georges Sebbag, el mejor conocedor vivo del surrealismo, pudo constatar el efecto mágico de una experiencia singular. Mientras escribía un libro consagrado a la correspondencia de Jacques Vaché, tuvo en sus manos, prestadas por la familia, las cartas -en especial la carta-collage de Breton a Vaché- de este poeta desaparecido a los 23 años.
Georges habría podido adquirirlas a cambio de una suma mínima. No lo hizo, decidido a separar su trabajo de investigador de cualquier cálculo especulativo. Cuando su libro apareció, proyectando una nueva luz sobre el interés, hasta entonces ignorado por los parientes, de esta correspondencia, la familia puso de inmediato a la venta las cartas en cuestión. La venta alcanzó la cifra de 300 mil dólares. Así van las cosas desde que gira la Tierra...
šAh, el oro del tiempo! Me parece que es Elisa quien mejor habrá encarnado el misterio que estas palabras evocan. Al no tocar nada en el taller, esta mujer, de una excepcional belleza, no abrió ninguna puerta a las injurias del tiempo. Fiel, en todos los sentidos de la palabra, inmutable, siguió siendo bella hasta su último día. Cuando la visitábamos, Jacques y yo, una extraña impresión nos estrujaba. El lugar estaba hechizado. André ya no era materialmente visible y, sin embargo, ahí estaba. Cuando una presencia es poética, ni la muerte puede borrarla. Quizá eso es el oro del tiempo.