Directora General: Carmen Lira Saade
México D.F. Miércoles 22 de enero de 2003
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Política

Luis Linares Zapata

CNI y cultura ciudadana

La afrenta recibida por una capa de ciudadanos, ciertamente minoritarios, pero con amplio margen de influencia entre la crítica y hasta en las decisiones estratégicas del país, fue ocasionada en realidad por la desaparición de los programas informativos de Canal 40 y no por la atrabiliaria acción de quien se afirma titular de un contrato de adquisición de acciones o como el responsable de su comercialización. Asunto éste muy ajeno a quienes de entre el conjunto de la sociedad aprecian sus derechos como televidentes razonables, atentos y con verídico interés por la pluralidad y apertura de los asuntos públicos, por lo que su indignada preocupación crece en amplitud y en profundidad de conciencia por el daño ocasionado a su ser individual y colectivo. La concomitante satisfacción pasa entonces, y de manera por demás independiente del litigio mercantil entre alegatos y ambiciones empresariales, por la inmediata restitución de la imagen silenciada.

Al Ejecutivo federal y, en especial, aquellos funcionarios directamente responsables de atender el problema suscitado por la, al menos, madrugadora e inesperada toma de las instalaciones del Chiquihuite (que llevaron a cabo agentes de Tv Azteca), mejor les vendría sensibilizar sus averiadas antenas políticas y actuar con eficacia, con valentía (que mucho se les reclama), con la mira fija en apaciguar el fenómeno de protesta y juicio que se les avecina.

Hasta ahora Creel y Cerisola van agregando afrentas a su actuación. Primero dieron un zarpazo intempestivo, dejaron en la descubierta a todos los que estudiaban urgentes reformas a la vetusta e insatisfactoria ley, y modificaron las reglas fiscales al rebajarles, sin bases aceptables, los impuestos (en la forma de tiempos cedidos al Estado) a todos los obligados por ley (y formularon lo que desde entonces se llamó decretazo). Luego alegaron que la incruenta acción de Tv Azteca les tomó "vacacionando". Después no supieron qué rumbo adoptar, sacaron a relucir la famosa requisa para después meterla al archivo del olvido y, con esas pocas armas en ristre, dejaron pasar los días sólo para resignarse con lo que los anales históricos llaman "hechos consumados". A continuación se vieron por demás parciales al pretender impartir justicia y situaron al débil ante la imposibilidad de negociar. Luego procedieron al aseguramiento, no como vía de restitución obligada, sino como un impasse que perjudicará, a lo mejor de manera irremediable, a una de las partes en conflicto. Por último alguien desempolvó por ahí la famosa, y ya casi sepultada, expropiación de una parte del terreno del Chiquihuite en favor de la empresa del Ajusco, tierra pagada a precios irrisorios y todavía en litigio ante los tribunales. La panorámica de favoritismo, de sujeción a poderes menores por el Ejecutivo federal se hizo presente y la sospecha de pretender recibir un bajo castigo por tales atropellos comenzó a tomar ominosa densidad. No será así, pues lo que deja al descubierto no es, para nada, prometedor de una mejoría en la confianza ciudadana para con una autoridad que sigue rutas sinuosas en sus pretensiones de continuar en el poder.

A lo largo de todo el proceso la autoridad ignoró, olímpicamente y quizá por desconocerlos, los sentimientos de ese grupo de ciudadanos que habían encontrado una alternativa a su búsqueda de juicios fundados, de datos, de jerarquización de las prioridades públicas, de imágenes inéditas y frescas que les auxiliaran en la formación de sus propios criterios, ya muy afectados por las ofertas prexistentes del mercado televisivo.

El pequeño grupo (llamado Guanajuato) de los ahora funcionarios que acompañaron a Fox durante su gubernatura, no bien llevada por cierto, han hecho sentir su influencia negativa en las últimas decisiones, más bien inacciones y titubeos, que ha trascendido al espacio colectivo. Enquistados en la oscuridad de coordinaciones presidenciales (Muñoz y Sojo), capitaneados desde la cómoda y cercana distancia por la consorte (Sahagún) presidencial, el quehacer público se empapa con sus enfoques menores, sus intrigas palaciegas matizadas con virtudes cristianas, con palabras lanzadas sin ton ni contenido como aluviones, para afirmar valentías que no se tienen, intenciones que se diluyen, métodos que son meros esquemas groseros y voluntaristas, ideas simples que se apoyan en repeticiones, en promesas de mercados exigentes y exitosos que se alejan, pero que descubren sus falsas premisas y endebles bases para, finalmente, quedar al descampado. Y todo esto justamente ahora que las elecciones se aproximan.

No hay ni habrá gira internacional que oculte o proteja la inoperancia de lo que ya es un juicio bastante asentado: llegaron al poder no por la efectividad de su accionar y menos por la validez de sus propuestas, sino por el enorme agujero dejado por el desgaste de un modelo nacionalista que no solidificó el bienestar, que no consolidó libertades y derechos de una real cultura ciudadana y que se perdió en la corrupción. En el proceso reivindicatorio de la república en tránsito esos grupos de ciudadanos, a los que que ahora se ofende, han jugado un papel importante y por ello, no lo duden, pagarán un alto precio si no desandan sus errores y le bajan a su soberbia.

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