Gilberto López y Rivas
El espejo venezolano
A pocos meses del fallido golpe de Estado mediático-empresarial-militar, y ante el avance de las fuerzas democráticas leales a Chávez y a la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, el orden constitucional se encuentra nuevamente amenazado.
El paro cívico que pretende derrocar al presidente Hugo Chávez es promovido por una asociación delictuosa que está constituida por empresarios, dirigentes sindicales y dueños de medios de comunicación con el franco apoyo del gobierno de Estados Unidos. No se trata de sectores populares, por el contrario: son grupos de elite que han perdido poder y quieren recuperar espacios a partir de la manipulación mafiosa y corrupta, principalmente del petróleo, pero en realidad no les interesa la democracia, aunque reiteradamente se refieran a ella en sus entrevistas para CNN; más bien son depredadores de la misma para proteger sus intereses de clase.
Las fuerzas golpistas han podido nutrirse de las clases medias que por sus características son caldo de cultivo de la prédica antidemocrática de los medios de comunicación y muy sensibles a las coyunturas de crisis. Su accionar histórico ha oscilado entre las posiciones extremas y, por ello, estas clases tienden a ser la base que sustenta movimientos de ultraderecha, incluso fascistas. Su ensimismamiento, la incapacidad para asimilar referentes colectivos o populares, hace que varíe su percepción de la sociedad y del sistema político sólo con base en sus intereses.
Además, existen indicios de que el conflicto venezolano pasa también por el tamiz racial. No es ninguna novedad que por causas que datan de la época colonial, nuestras elites han tenido la obsesión de considerarse criollas, negando la existencia de otros grupos socioétnicos a los que han condenado a la marginación por el color de la piel y las culturas que asocian a éste. La forma en que las clases dominantes han pretendido denigrar la imagen del presidente Chávez por su ascendencia negra muestra que ésta es una rebelión no sólo de gente acomodada, sino sobre todo criolla.
Lo que peligra realmente en Venezuela son las transformaciones políticas, económicas y sociales de carácter democrático, nacional y popular. Ese proceso de cambios, iniciado por el gobierno constitucional, es lo que preocupa a la oligarquía y al gobierno de Estados Unidos; es la causa de fondo del movimiento seudodemocrático disfrazado de paro cívico.
El objetivo de este movimiento está centrado en paralizar Petróleos de Venezuela, SA, corazón económico de la nación, para que la empresa estatal no pueda cumplir con sus compromisos internacionales, particularmente con Estados Unidos, que es su principal comprador. El trasfondo del paro sigue siendo ahogar económicamente al país, desestabilizarlo, generar ingobernabilidad para de esta forma hacer colapsar al gobierno constitucional.
Estos métodos subversivos que se aplican hoy en Venezuela para derribar al gobierno no son novedosos. Hace 30 años se utilizaron en Chile. La CIA estadunidense, con la cobertura de dos empresas trasnacionales, financió y planificó la acción oligárquica que por medio de paros y sabotajes creó condiciones de inestabilidad y deterioro económico. Esta estrategia no dio los resultados esperados, por lo que se recurrió a la acción directa de las fuerzas armadas mediante el golpe de Estado que derrocó al presidente constitucional Salvador Allende.
Los defensores del modelo neoliberal en América Latina se encuentran temerosos ante el avance de los movimientos populares y democráticos en el continente, que se han concretado en triunfos electorales en Brasil y Ecuador, y en cierto auge de nuevos movimientos sociales de masas que podrían cuestionar el sistema de dominación imperante. Cumplir desde el gobierno con las promesas de campaña, como es el caso de Chávez, se convierte en un peligro para los centros hegemónicos de poder.
El presidente de Venezuela es visto como un escollo para los planes expansionistas de Estados Unidos en América Latina. Su oposición al ALCA y sus propuestas novedosas de integración regional plantean otro tipo de relación entre los países y generan un polo de resistencia a la política imperialista estadunidense.
Este doloroso momento que vive el pueblo venezolano debe servir de advertencia y ejemplo a los restantes países del continente. Defender al gobierno de Chávez es defender la democracia en América Latina, nuestra independencia y autodeterminación. Nada garantiza a nuestros pueblos que las violaciones al orden legal por parte de los opositores, inducidas y apoyadas por Estados Unidos, no puedan mañana ser recicladas contra nuestras naciones.
Hoy es urgente la solidaridad con Venezuela. No con el Chávez político y militar solamente: es con el ciudadano presidente de una república hermana, cuna del gran libertador que alguna vez, en medio de la desazón, afirmó que en nuestro continente hacer revoluciones era como arar en el mar. Esperemos que la historia cercana pueda indicar lo contrario.
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