Rolando Cordera Campos
Entre Hobbes y Kafka
El número 10 de la espléndida revista que dirige Jean Meyer está dedicado a pensar el pasado y el presente del desarrollo. Al concluir su introducción al número, en el que se examinan diversas experiencias nacionales y regionales, Ugo Pipitone extrae tres aspectos comunes de lo revisado en las dos mayores experiencias de salida del atraso en el último siglo y medio (Escandinavia, en la segunda mitad del siglo XIX y Asia Oriental en la segunda mitad del XX): "del atraso se sale rápidamente o no se sale... El subdesarrollo es un castillo que se toma por asalto. No existen casos de desarrollo sostenido a largo plazo que se hayan dado mientras se conservaban estructuras agrarias arcaicas y poco eficientes... La democracia o el autoritarismo pueden ser claves políticas igualmente exitosas para salir del atraso. Lo primero nos remite a Escandinavia y lo segundo a Asia Oriental". Sin embargo, remata Pipitone, "más allá de la naturaleza del régimen político, la calidad del Estado es factor esencial para cualquier intento serio de salir del atraso". (Istor, otoño 2002, p.9).
Vayamos ahora al presente, iluminados por la historia, y veamos a nuestro alrededor: campesinos sin brújula, pero a caballo, dirigidos por líderes multiusos que no aciertan más que a pedir soluciones instantáneas a problemas viejos y complejos que tienen que abordarse, sin embargo y sin remedio, dentro de un marco institucional nuevo y severo, como es el TLCAN, pero también el tratado con Europa, nuestra presencia en la OCDE o la APEC, etcétera. Item más: campesinos que viven en y de una tierra deteriorada, sin crédito ni agua, mucho menos infraestructura y para quienes la suspensión del tratado puede al final significar poco o nada.
Como quiera que sea, con revisión o no, lo importante está en otro lado, en las políticas y decisiones siempre pospuestas para un campo que ha aguantado demasiado. La interesante batería de políticas esbozada por Cuauhtémoc Cárdenas en estas páginas, bien podría servir de pauta para una discusión que no use al TLCAN como pretexto para otra fuga hacia delante. La cuestión es superar, y pronto, el atraso y no reinventar la historia. (La Jornada, 8 de enero de 2003, p.7)
Antes: regodeo insistente y circular en el corto plazo y en la disputa contingente y hasta pueril. Los medios embarcados en la finiquitación del precario estado de derecho y la implantación de la banalidad profunda como sinónimo de cultura y comunicación social. Los partidos en vertiginosa huida hacia delante... de sus posibles electores, y los hombres de arriba, en el negocio o el poder, empeñados en volver realidad sus ilusiones. Eso, al revés de lo que propone nuestro economista invitado, no es tomar el castillo del subdesarrollo por asalto, sino admitir que ese castillo es nuestro hábitat preferido o aceptado. Ha sido el atraso el que nos tomó por asalto y no queda isla de modernidad a salvo. Kafkahuamilpa, pues.
Por último, pero no al último: el Estado exhibe y hasta presume de su baja, misérrima calidad. Confunde el arbitraje o la búsqueda de cooperación entre actores con omisión y renuncia a deberes fundamentales y abre la puerta al Estado de naturaleza. Todavía virtual, si se quiere, pero abierta está y las furias reales o impostadas que vienen del llano no tienen por qué saber o hacerse cargo de que las guerras floridas del presente posmoderno se juegan en la barandilla o el salón Juárez de Bucareli. Como nunca, decía Keynes en los 40 del siglo pasado, Hobbes nos dice más que Locke. Pues sí. Y a nosotros también.
Esta es la circunstancia que informa y deforma lo poco de política que nos queda. Su proyección lineal es más atraso, peor calidad, encanijado arcaísmo ya no sólo en el campo, sino en los reflejos y resortes básicos que organizan el intercambio democrático del momento.
No es el autoritarismo lo que nos queda como opción, porque venimos de él, lo explotamos hasta el último suspiro y no hay gana alguna de redescubrirlo. Mucho menos de reditarlo. Nos queda la soledad en un mundo que no admite aislamiento. Una nueva interlocución con el sur, unidos en la lucha contra el hambre a que convoca Brasil o contra la disolución social que encara Argentina, sería un primer paso para, incluso, retomar la conversación con el norte que Bush decidió sin consultarnos dejar entre paréntesis.
Pero todo esto supone dejar atrás las ilusiones y las bravatas de un nacionalismo ramplón que no va a venir, aunque lo convoquen el cardenal y el abad de la Basílica, del brazo de El Barzón o del subcomandante. La soledad puede también ser fuente de modernidad, si la sabemos vivir y pensar. Y por lo pronto quede aquí, hasta que los abogados de Cerisola y Creel nos regalen otra proeza de imaginación jurídica.