A toda máquina: voy, (me) vengo y regreso
A la eyaculación en el momento mismo de la penetración o inmediatamente después se le califica como precoz. Sin embargo, no existen criterios objetivos para establecer cuánto tiempo debe durar el coito antes de la expulsión del semen. La medicina moderna señala que los parámetros se fijan a partir de las expectativas del propio individuo, por lo tanto, eyaculación precoz es la disfunción sexual que se caracteriza porque la persona eyacula antes de lo que desea, sea cual sea el tiempo o momento definido como deseable. En 95 por ciento de los casos, la causa de la eyaculación precoz es predominantemente psicológica, producto de un mal aprendizaje del control de la respuesta orgásmica, en la que son determinantes las experiencias masturbatorias de la adolescencia (rapidez por temor a ser descubierto y sentimiento de culpa) y las primeras relaciones sexuales (sobre todo si son furtivas o apresuradas por practicarlas con trabajadoras/es sexuales o en lugares donde podría llegar alguien sorpresivamente, etcétera).
Otro factor relevante es la ansiedad por el rendimiento sexual, entendida como la excesiva preocupación por no eyacular. La ansiedad, además de acelerar involuntariamente la respuesta orgásmica, se caracteriza porque el individuo está tan preocupado y tenso por no eyacular y tan pendiente de la excitación de la pareja, que no siente lo que pasa con su cuerpo y cuando quiere tomar conciencia ya es demasiado tarde. Por esto se dice que la persona con eyaculación precoz no sufre de un exceso de excitación, sino de un exceso de ansiedad. A la fecha se calcula que 29 de cada 100 hombres padece eyaculación precoz. El relato que sigue a continuación ilustra los procesos que atraviesa un eyaculador precoz, que van desde la desesperación y el miedo hasta la inhibición del deseo sexual.
Francisco Delfín Lara
Lo mismo que mi papá y mis hermanos, siempre he sido muy cachondo, muy enamoradizo, aunque las mujeres digan que más bien soy un caliente que no distingue una mujer de otra. La mera verdad es que mi temperamento, desde chavito, fue muy fuerte. Apenas veía una mujer buenona de inmediato se me paraba el machete, en ocasiones con tanta intensidad que estaba a punto de vaciarme, pero un pellizco o algo por el estilo servían para evitarlo. Un montón de veces, en el pesero o en el metro, puse en práctica la "operación tallarín", es decir, frotarme cadera con cadera o pechito con pechito, con lo que miles de veces dejé bien almidonados los pantalones. Después de tener algunas novias abandoné esa práctica, pues sólo me proporcionaba un placer fugaz. Confiaba en que con el tiempo las cosas mejorarían, pero no fue así. Desde mis primeras veces con mujeres no lograba controlar la eyaculación, por más que hiciera circo, maroma y teatro.
La mayor parte de las cosas que sé sobre el sexo las aprendí en las noches, cuando sentados en la calle, alrededor de una fogata, platicábamos los jóvenes con algunos adultos; yo escuchaba con gran atención y luego seguía las recomendaciones, así que consejos nunca me faltaron:
El "Pecas" decía que pensar en problemas era lo mejor para no venirse rápido. Lo hice y la primera vez se me retrasó tantito, pero me fui acostumbrando y al chico rato dejó de servir.
Toño, el "Ojitos", contó que él se jalaba los pelos de la patilla y le funcionaba; también lo hice y sólo me sirvió en un par de ocasiones, porque después ni aunque me arrancara los de los sobacos evitaba que me viniera rápido.
Adrián, que ahora da clases de matemáticas, aseguró que lo mejor era restar siete a partir de 100. Al principio sirvió de lujo, pero al rato ya no, quizá porque me lo aprendí y nada más lo recitaba: 100, 93, 86, 79, 72...
Lupe, el "Charal", decía que él se masturbaba antes de ir con la chica y después se tardaba lo que quería. También lo hice pero era igual. La segunda vez que practiqué este consejo sólo me tardaba un poco más y no siempre podía, además pensaba que me desgastaría o algo por el estilo.
Según Vicente, ponerse "cordial" ayudaba, así que probé tomarme unas chelas y más o menos se me dilató, pero en varias ocasiones se me pasaron las cucharadas y me dio miedo volverme igual de briago que el "Chente", así que abandoné ese método.
Oportunidades para experimentar esos remedios nunca me
faltaron, las chavas estaban como desatadas y dejaban que uno metiera mano
a más no poder, sin embargo, me sacaba mucho de onda cuando las
cosas se ponían más que cachondas, debía evitar que
me tocaran; no quería ni que me hablaran, no por mala onda sino
con el fin de controlarme, pero siempre me ganaba el deseo y la cosa acababa
igual. Cruzaba y cerraba las piernas, apretaba la boca y me mordía
la lengua; pensaba en problemas. Todo inútil. Apenas se las introducía,
el calorcito y la humedad de la vagina provocaban que me derritiera y ahí
terminaba la historia. Lo grueso es que esto pasó, cada vez, a mayor
velocidad. Por más que me decía: ahora sí voy a aguantarme,
algo sucedía y fallaba. Empecé a empanicarme porque sabía
que terminaría rápido y me empavorecía eyacular antes
de penetrar, lo cual, aunque no me guste reconocerlo, pasó en varias
ocasiones.
Mañana será otro día
Se me figura que esto me pasa porque me masturbé mucho desde chico. Cuando comencé a hacerlo pensaba que todo mundo se daba cuenta, pues tan pronto me dirigía al baño como dios manda: con una revista, un cigarrito, un refresco, crema y un radio, de inmediato tocaban la puerta y preguntaban: "¿qué haces?" Yo siempre contesté: "nada", pero me molestaba que pese a ello siempre terminaran diciendo: "pues apúrale". Se me hace que ya sabían en las que andaba y quizá por su culpa me vengo tan rápido, porque tenía que hacerlo a toda máquina, supuestamente para que no me cacharan.
Mi peor experiencia se la debo a don Chuy, el pinche farmacéutico de la esquina, a quien una vez le conté lo que me pasaba. Me escuchó atentamente y luego todo sobrado me dijo con su voz cascada de fumador: "ponte esta pomadita y verás cómo las haces gozar". De volada le compré la medicina y preparé mi plan para el siguiente sábado. Me sentía a todo dar porque ya traía el remedio de todos mis males. Muy seguro de mí mismo, el sábado en cuestión convencí a Chole de salirnos de la tardeada, dizque para llevarla "a un lugar donde nadie nos molestara". Como mi viejo no me había prestado el carro, tomamos un taxi. Aunque se hizo la espantada cuando llegamos al cinco letras, tan pronto le confirmé que entraríamos, de volada se agachó y se atacó de risa.
Abrí la puerta y comenzó con el típico
"¿para qué me trajiste aquí?" Le prometí que
sólo haríamos lo que ella quisiera. Platicamos un rato y
prendí la tele, dizque para ver qué había, pero en
realidad era un pretexto para apagar la luz. Le dije que necesitaba ir
al baño, abrí las llaves del agua para que creyera que me
estaba lavando las manos o la boca, y me puse la pomada. Deseando durar
una eternidad, me apliqué todo el tubito. Salí como si nada
y comenzamos la acción: hartos besos en la boca y las orejas; las
manos corriendo por todas partes encima de la ropa y, poco a poco, metiéndolas
por debajo de la blusa y la falda hasta desnudarla por completo. Nada sirvió:
el aparato nunca se me paró. No quería ni quitarme la ropa
porque sabía que "aquello" estaba más que dormido, muerto.
Ella estaba tan urgida que se lanzó como flecha sobre las
carnitas y, por supuesto, se dio cuenta de lo que me pasaba. Se portó
muy bien, trató de calmarme, me dijo que a lo mejor había
tomado mucho; o los nervios; o que estaba cansado; o que a lo mejor porque
era nuestra primera vez, y al final salió con su jalada de "no te
preocupes, otra vez será". Sólo yo sabía lo mal que
me sentía, tenía ganas de matar a don Chuy. Al otro día,
cuando le reclamé, me aseguró que yo la había regado
porque me pasé de la dosis. Me sugirió que repitiera pero
poniéndome sólo un poquito. No volví a intentarlo
porque me sentí muy mal.
Oh, ¿qué será?, ¿qué será?
Lo peor de todo es que no ha habido cambios. Me casé y la cosa, lejos de mejorar, ha empeorado; me siento mal porque ya no disfruto, pues cada vez acabo más rápido. A veces ya ni me dan ganas de acercarme a mi vieja porque sé en qué terminará el asunto, y es que desde hace unos años me reclama y siento bien gacho. Primero se quedaba callada, luego decía: "¿Ya?"; más adelante: "Ya ni la amuelas, Vicente, espérate aunque sea tres minutitos". Las ganas se me han espantado porque cuando tengo que cumplir sé que me vendré de volada y la bronca estará gruesa; lo terrible es que a veces ni siquiera se me para. Estoy seguro que no es enfermedad porque en las mañanas, cuando no lo necesito, ahí está como si nada, tan duro que hasta brilla y me duele, pero a la hora de la acción, nada de nada.
No sé a dónde ir, en Tepis ofrecen un buen de remedios, pero no me dan confianza. De las tiendas naturistas ya probé todos los menjurjes y nada. Hay unas clínicas que anuncian en los periódicos, les hablé por no dejar y cobran una lanota; dicen que te curan de todo, aunque lo raro es que recetan lo mismo para cualquier cosa que padezcas. Además, la medicina no es tomada, te la inyectan, y francamente no se me antoja darme un arponazo en el miembro.
Esto me está matando. Quisiera tomarme algo y tardarme
un poquito más, por lo menos lo suficiente para que mi vieja alcance
a venirse y deje de estarme chingando. Desde hace como un año ya
no quiere saber nada de sexo conmigo y me amenaza con buscarse otro. Aquí
entre nos, a esto sí le saco porque a lo mejor se anima.
Médico, Sexólogo educador y Terapeuta sexual.
Algunos terapeutas recomiendan realizar ejercicios masturbatorios para aprender a controlar la eyaculación. Consisten en detener la estimulación del pene justo antes de venirse, es decir, de sentir la inminencia eyaculatoria, y esperar a que desaparezca dicha sensación para luego continuar con la estimulación y volver a parar en cuanto se sientan ganas de eyacular. Y así sucesivamente hasta completar 15 minutos. En cada masturbación deberás contar las veces que tuviste que detenerte. Notarás que en las subsiguientes ocasiones te detuviste menos veces antes de eyacular. Cuando logres completar ese periodo sin haberte detenido puedes decir que lograste controlar tu excitación y el momento de la eyaculación.
Para retardar la eyaculación, algunos hombres recurren a productos populares, como el Retardín, que contienen sustancias activas como la xilocaína y el mentolato, que adormecen el pene. En algunos casos, los médicos recetan ansiolíticos (drogas que disminuyen la ansiedad previa al encuentro sexual), o antidepresivos conocidos por su efecto secundario de retardo orgásmico. Sin embargo, estos fármacos se recetan en casos muy particulares. Su uso sin consultar a un especialista puede ser contraproducente.
La mayoría de los casos de eyaculación precoz tienen que ver con factores de índole psicológico, por lo que si el problema persiste y se agrava, lo mejor es consultar a un sicoterapeuta.