José Cueli
Cagancho, temple, quiebro, mando...
Cagancho, pereza con brío juncal, danzó alrededor de la Plaza México en su despedida y enloqueció a los aficionados. El aplauso y el clamoreo fue el adiós de México, a los sones de Las golondrinas. El caballo feo, nervioso, emotivo, cuatralbo, mechoncillo en la cara, gracia lusitana contrastante con la negrura de su porte que lo hicieron único, correrá a reunirse con las yeguas que le esperan en el cortijo. Desde mañana toreará a las yeguas, aliviando el peligro, como toreó a los toros, milagrería pura, merced al giro quebrado del serpentear de su cuerpo. En el revuelo de la lentitud de los giros, recordará cómo mecía la cola cual capote, citaba a pitón contrario con el pecho, apalancándose en las patas, cuarteaba, y se reunía y acariciaba los bureles, lo mismo con los rejones, rosas y banderillas, enlaces de encajería, trasluz de un estilo único.
Atrapado en las manos de su caballero, Pablo Hermoso de Mendoza, espirales infinitas alzaban el vuelo de su farolear, gira que gira, que semejaban un mariposear torero. Un rico sabor a canela dejó en las plazas de toros, en su jugar al toro clásicamente -citar, templar y mandar- después recortar a los toros y adornarse. Nuevamente en su despedida en el coso de Insurgentes volteó la plaza boca abajo y salió garboso por el eje seis, cargando al rejoneador estrella que lo acompañó en su vida torera.
Cagancho le dio a su torear por las plazas del mundo, las sombras de sus entrañas, huellas de su natal Portugal al ritmo melancólico de los fados. Mirada dura en su torear a la muerte y en los giros la dulzura que recibirán las yeguas a partir de mañana. ƑAdiós Cagancho torero?