Los niños de pre escolar caminaban por la plaza. Eran parvada, toda ojos, sonrisas y contorsiones. Sus maestras, cariñosas, alzaban la voz por encima del barullo para hacerse entender. Se sentaron a comer fruta al lado del añoso sabino que Lázaro Cárdenas plantara en Guelatao cuando llegó a presidente, y que hoy da sombra a esa especie de terraza inmensa por encima del barranco.
Marin Manole, un gitano grande y sonriente que por relación te propone la mirada mutua, incisiva y fija, se les acercó bromista. Comenzó a tararear una tonada rumana. La parvada rio a carcajadas, escondiéndose tras las faldas de las maestras. En una mezcla atropellada de francés, inglés e italiano Marin pidió que le cantaran. Traducción de por medio, los niños se animaron. Él los siguió, e intentó emular los gestos de ranitas y gallitos que le proponían. La risa era contagio. Marin quiso ir por el acordeón pero el automóvil estaba cerrado. Ya los encargados de organizar el concierto colocaban sillas plegadizas en torno al sabino. La banda de San Juan Oztolotepec-Mixe llegaba después de siete horas de carretera por la Sierra Juárez y sacaba trombones, tubas, clarinetes, saxofones.
La idea había sido juntar a Taraf de Haïdouks, una banda de gitanos de Klejani, en Rumania, campesinos viajados además de músicos, con una banda de viento mixe, de esas que se pueden presumir por todo el mundo: puro chamaco de doce a 18 años que progresa en eso de volcar sones, valses y marchas dándole al solfeo y la armonía como sólo saben hacerlo en las comunidades indias de México. La radio libre de Guelatao estrenaría transmisión en vivo el día que Taraf de Haïdouks llegó a su plaza central.
La sociedad civil oaxaqueña, y hasta algunos turistas, todos los picados por el concierto que una noche antes ofreciera esta banda gitana en Oaxaca capital, se apersonaban para escucharlos y se sentaban ya en las escaleras que dan al cabildo y a la laguna cercada de árboles y rocas.
Taraf traía tras de sí la cauda de haber sido catalogada por la BBC como la mejor banda musical de Europa, ocasionar conmociones en cada concierto o contratiempos en las fronteras cuando los vistas y policías de algunos países deciden que no pueden pasar por gitanos, comentando entre sí que había que haberlos exterminado a todos en la Segunda Guerra Mundial, pero que se ven arrasados por la lúcida y burlona, amorosa y clara presencia de Iorga, Cacurica, Marin, Marius, Falcaru, Caliu, Costica, Ionitsa, Ionica, Viorel y Cristinel. Como sacan sus instrumentos a la menor provocación y montan una tocada en comprometedoras situaciones si es preciso, exigir su derecho de paso por la risa o con firmeza disuasiva les da para no transigir en nada que no sea justo.
Desconocidos hasta hace poco en Bucarest, la capital de su país que por años les puso reparos para tocar ahí pese a ser famosos por todo el mundo, Taraf es sin duda una experiencia que trasciende lo musical e instaura en quien los escucha y departe con ellos una aura de cariño y bonhomía, pero también la transgresión continua de ser ellos, sin pedirle permiso a nadie.
Y ese fin de octubre los gitanos de Taraf estuvieron en Guelatao, escucharon atentos a la banda mixe (que tocó extensos y emotivos popurríes de su repertorio) y después, para corresponder, se arrancaron a la velocidad del rayo, dispuestos al arrebato y la transfiguración de ellos y el público mientras los grababan para dejar constancia de su paso por una comunidad emblemática zapoteca, y la lluvia caía sobre ejecutantes y concurrencia.
Así, los campesinos de Klejani, discriminados, menospreciados, temidos y admirados, celebraron junto a zapotecos y mixes de Oaxaca, con acordeones, violines, cimbalón y mucha voz, la certeza de que la justicia pasa por el encuentro y por la expresión, y que no recibe órdenes para llenar los valles y los cuerpos, con tal de saludar a las comunidades indígenas oaxaqueñas y a las comunidades en resistencia de Chiapas, compartiendo con ellas lo obtenido en uno de sus conciertos. Ramón Vera Herrera, Guelatao, Oaxaca.
La banda gitana Taraf de Haïdouks tocando en la plaza
central de Guelatao de Juárez,
Oaxaca, octubre de 2002. Foto: Jorge Acevedo