TIEMPO DE BLUES
Raúl de la Rosa
De los 500 instrumentos... y otras cosas
Primera llamada
EN POCAS ACTIVIDADES del quehacer humano la falla,
el error y el fracaso son tan tangibles como en las artes escénicas.
Una función de teatro, un concierto, una función de ópera
o de danza son quehaceres al borde de un ataque de nervios o que incluso
no llegan a realizarse por cualquier circunstancia inesperada.
CUALQUIER PRODUCTOR SABE de antemano que un retraso
en el vuelo de un avión o una manifestación callejera pueden
dar al traste con el concierto que durante meses estuvo organizando y en
el que invirtió dinero. Es como jugar a la ruleta.
SEGUN LA LEY de probabilidades, en un concierto
sinfónico en el cual intervienen más de un centenar de músicos
el factor de error es altísimo: basta que al solista se le rompa
la cuerda de su violín o simplemente que se equivoque en una nota
para que se malogre. Me pregunto si, en el fondo, ese entusiasta aplauso
que se le otorga a un artista (músico, cantante, actor o bailarín)
es una descarga de tensión, que no hubo error, que todo funcionó
y que hubo armonía.
PERO PARA QUE esa función tuviera lugar
y se levantara el telón hubo que realizar miles de tareas previas,
desconocidas para la mayoría del público, pues lo que éste
ve es el producto acabado, el final de una larguísima cadena en
la que intervienen cientos de personas, de recursos técnicos y financieros.
Segunda llamada
LO ANTERIOR VIENE a colación por la suspensión
del Aca World Sound Festival a causa de la tormenta que esa noche empapó
los ánimos del público y el equipo de sonido e iluminación.
En algunas notas hablaban de la "falta de previsión de los organizadores"
y me puse a pensar ¿cómo puede prevenirse un fenómeno
natural como ese, en esas fechas?
PERO EXISTEN OTROS problemas, como los de logística
y producción. En 1981 organizamos el segundo Festival Internacional
de Jazz en México, con la participación de músicos
de Brasil, Argentina, Cuba, México y Estados Unidos; de este último
vinieron Archie Scheep, la Heritage Hall Jazz Band y el Art Ensamble of
Chicago, considerado entonces el grupo más relevante de jazz en
el mundo. El contrato mencionaba que había que transportar, por
vía aérea, siete enormes baúles en los que venían
poco más de ¡500 instrumentos! No era posible. Tenía
que ser un error. Se habló con el representante y, efectivamente,
eran alrededor de 500 instrumentos en los siete baúles.
SACAMOS CUENTAS Y no salían, pues daban
un promedio de 100 instrumentos por cabeza, y si Roscoe Mitchell y Joseph
Jarman tocaban el saxofón y Lester Bowie la trompeta, el promedio
daba para los dos restantes: Malachi Favors en el bajo y Famodou Don Moye
en las percusiones ¡497 instrumentos! ¿Tendrían tiempo
para tocarlos todos? ¿Cuáles eran estos instrumentos?
Tercera llamada
LA DUDA SE DESPEJO cuando de la panza de un DC-10
bajaron los enormes baúles; todos -obviamente- venían cerrados
y para pasar la aduana debían ser abiertos. El problema se resolvió
con la lista de embarque, en la cual venía en detalle la lista de
las 5 centenas de instrumentos. A la una de la madrugada en la aduana del
aeropuerto tuvimos que calcular el precio de cada uno para que pudieran
determinar los aranceles correspondientes y extender un permiso de importación
temporal.
LA SORPRESA VINO cuando vimos la lista de los famosos
instrumentos. En ella había sartenes. Sí, sartenes, que colgados
eran parte de las percusiones de Famoudou Don Moye; silbatos de todos tamaños,
la batería que constaba de más de 30 piezas, sonajas, maracas;
sólo los objetos utilizados para las percusiones eran más
de 300.
A LAS 5 de la madrugada estábamos terminando
de calcular el precio de cada instrumento. ¿Cómo se determinó?
A la buena de Dios.
-¿CUANTO CUESTA ESTE saxofón grandote,
que hasta rueditas tiene? -preguntó un empleado aduanal.
-COMO DIEZ MIL dólares -se le contestó.
-¡UTA! SI QUE vienen cargados, ¿no?
LO ANTERIOR NO tiene nada que ver con los megachonchiconciertos
en los que el equipo se transporta en más de una docena de tráileres.
Pero era otro concepto. Lo importante era la calidad de los músicos
y no la mercadotecnia de que estuvieran precedidos. Finalmente el jazz
y el blues son para audiencias más pequeñas, música
más íntima, para que le rasguñe a uno el sentimiento.
ESO DE ORGANIZAR conciertos tiene sus bemoles.