LA MUESTRA
Carlos Bonfil
Noche de bodas
Pavel
Lungin es uno de los cineastas que mejor han tomado el pulso a las transformaciones
culturales y sociales en Rusia después de la perestroika. Esto a
través de cuatro películas de ficción y una serie
de documentales poco vistos en el extranjero. Algunos lectores habrán
podido ver por televisión Taxi blues, de 1990, y Luna
park, de 1992, y sólo contados, Línea de vida,
de 1996. Importa retener, sin embargo, los dos primeros títulos.
El itinerario de un taxista moscovita, a lado de un músico de jazz,
por un país poblado de punks, prostitutas y traficantes de drogas
--una visión insólita de la nación al borde del colapso
político. Dos años después, Luna park denunciaba
el surgimiento de organizaciones ultranacionalistas en Rusia, entre ellas,
el grupo fascista Los limpiadores, dispuestos a borrar del paisaje
urbano a judíos, homosexuales y demás parias sociales. En
el retrato, crudo y profundamente irónico, el líder de la
banda descubre su propia identidad judía y busca a su padre, hasta
entonces desconocido, con quien inicia una fuerte amistad. Desde esta cinta
se muestra el poder de la mafia rusa, y para su siguiente realización,
Línea de vida, Lungín la vuelve el centro de una trama
rocambolesca (la venta al extranjero de una fábrica inexistente).
En Noche de bodas (La noce), el realizador
franco-ruso retoma el tono fársico de su realización anterior,
y colocando de nuevo a los representantes de la mafia en un lugar destacado,
arremete contra el oportunismo político en Rusia y sus gratificaciones
económicas. El tema central es la corrupción, a todos los
niveles. Y también la impunidad de quienes ejercen el poder e imparten
la justicia, desde el policía lacayo ansioso de promoción
hasta el antiguo líder comunista convertido en hombre de negocios,
en realidad capo de un eslabón provinciano de la mafia central.
A unos kilómetros de Moscú se celebra una
boda, entre Mishka (Marat Masharov), un joven minero, de bondad fuera de
serie, casi novelesca, y Tania (Mariya Mironova), novia de adolescencia,
de regreso de Moscú, donde habría llevado una vida un tanto
cuestionable. La irrupción de un mafioso, antiguo pretendiente de
la joven, desata en la fiesta el caos y pone de manifiesto, de modo burlesco,
las contradicciones sociales en la sociedad nueva, tan mal aclimatada a
las reglas capitalistas, tan atenta a la preservación de las tradiciones,
entre las que figura en primerísimo término la ingestión
incontrolada del vodka y el espíritu pendenciero. Pavel Longin describe
este mundo rural con una calidez no exenta de malicia, y su grupo de comediantes
brinda una faena escénica digna del mejor Kusturica. La amistad
y el deslumbramiento amoroso, el autoritarismo y la corrupción como
punto de unión entre regímenes nuevos y antiguos, todo esto
señalado, en vivisección divertida, por este estupendo realizador
ruso, aún por descubrir en México.